Los últimos 31 meses podrían haber sido más fáciles para el Gobierno. Con lluvia de inversiones efectiva, en un contexto global amigable, sin desconfianza de los mercados ni corridas cambiarias, la “oposición racional” podría haberse limitado a jugar un papel funcional. Las diferencias de Cambiemos con el massismo y el PJ de los gobernadores podrían haberse resuelto en una reunión con los funcionarios PRO-peronistas. Quizás en un asado entre viejos compañeros.
Pero la realidad no coincidió con tales expectativas, y ahora Mauricio Macri se debate entre cumplir con las metas de ajuste o congraciarse con el peronismo. En realidad, el Presidente ya se decidió: quiere conseguir las dos cosas. Pretende reducir el déficit fiscal (a 2,7% para este año y 1,3% para el año próximo), sin perder apoyo de los gobernadores, intendentes, diputados y senadores de la oposición.
Pero en el caso de que la negociación por el presupuesto 2019 se trabe, y el diálogo con el peronismo no kirchnerista se vuelva aún más friccionado, Macri se inclinará por ganarse la confianza del bando internacional: los mercados y el Fondo Monetario. Bajo ese mandamiento, el ministro de Haciendo, Nicolás Dujovne, y su equipo ya llegaron a Nueva York.
“Les pido a los dirigentes que en vez de plantear soluciones mágicas frente a las adversidades, en vez de pedir cosas que están fuera de nuestro alcance, que cada uno diga desde su lugar qué va a hacer para ayudarnos a recorrer este camino, qué van a hacer para que enfrentemos cada obstáculo que se nos presente, porque éste es el camino”, afirmó esta semana Macri desde Chaco. El contexto reenergizaba su convicción ideológica: fue durante la presentación de obras en el Ferrocarril Belgrano Cargas, junto al gobernador peronista Domingo Peppo.
La preferencia de Macri por acatar el recorte pautado con el FMI (y ya no elegido libremente) a su vez encierra un mensaje desafiante hacia los dirigentes de la oposición. Una forma calculada de mostrar fortaleza en un momento de debilidad, poco antes de que se instale definitivamente el clima de campaña. Con un rédito extra: la resistencia de la oposición a avalar el ajuste podría mezclar a massistas, con pichettistas y kirchneristas. Así, Cambiemos reviviría su clima electoral favorito: el de la polarización con Cristina Kirchner. El riesgo implícito es favorecer cierta unidad dentro del amplio universo justicialista.
“Los gobernadores tienen voluntad de que sea una discusión racional. El peronismo suele aprobar los presupuestos. Igual algunos recortes ellos también van a tener que asumir. Si no hay consensos, la posibilidad de prorrogar el del año pasado está ahí”, advierte un vocero de la tribu política de la Casa Rosada. El 15 de septiembre es la fecha límite para presentar el proyecto de presupuesto en Diputados.
El sector político, encabezado por el ministro del Interior Rogelio Frigerio y su vice Sebastián García de Luca, representa la cara más negociadora de Cambiemos. Pero no la más influyente en la definición del rumbo macro. Al contrario, pese a las últimas ampliaciones de las mesas de poder, su rol se ciñe a dialogar y transmitir propuestas a los opositores. Esa tercerización interna del trabajo muchas veces termina resultando ventajosa para el Gobierno. Sin tratarse de un reparto de roles deliberado, suele traducirse en una estrategia de policías buenos y malos.
Los aliados radicales, con tres gobernadores incluidos, quedaron ubicados en un limbo parecido al del ala política. Su voz y sus planteos sobre la necesidad de reactivar el consumo no fueron escuchados del todo. “Podemos tener diferencias, pero seguimos en el mismo barco. Y más en este momento”, asegura un dirigente alineado con Ernesto Sanz. Tal acompañamiento, sin embargo, se mantuvo en off durante los últimos días. La UCR calló, para otorgar a regañadientes. Sus principales dirigentes, como el gobernador jujeño Gerardo Morales, solo alteraron su silencio para seguirle una pelea discursiva a Elisa Carrió.
Pocos días después de ser echado del Ministerio de Energía, Juan José Aranguren resumió la tensión que atraviesa al Gobierno.
“La hipocresía política es lo más ingrato, que alguno piense en su electorado y que lo que se debe hacer puede posponerse hasta la próxima elección”, se quejó ante La Nación el ex CEO de Shell. Si bien lo despidió, en un intento de mostrar reacción ante la crisis, Macri parece identificarse con la visión de Aranguren.
Con la campaña a la vuelta de la esquina, por ahí pasa el desafío del Gobierno: que el camino del ajuste no se lo lleve puesto, para provecho del peronismo.
El peronismo y su dilema
Desde que hablan por teléfono tres veces a la semana, Alberto Fernández está convencido de que Cristina Kirchner cambió. O mejor dicho, que se amplió. “El dato de que me haya llamado, después de diez años sin hablar, un lapso en el que me dijeron de todo, es la mejor prueba de que está abierta al diálogo”, opina el ex jefe de gabinete de Néstor y Cristina Kirchner. En la lista de presidenciables junto a Agustín Rossi, Felipe Solá y Juan Manuel Urtubey, Fernández mantiene charlas y reuniones con un objetivo: que un candidato del PJ le gane a Mauricio Macri. Para eso, intenta acercar posiciones entre el cristinismo y el peronismo representado en el senador Miguel Pichetto. “El Gobierno parece no ver la realidad”, se quejó Pichetto en referencia al
Presupuesto 2019. El debate sobre ese proyecto servirá para estrechar o resaltar diferencias en la oposición. “Un presupuesto de ajuste puede impactar en los recursos provinciales, en la obra pública, en la mano de obra, y requiere de una construcción de un consenso”, advirtió Pichetto. En la Rosada confían en poder acordar. Si no lo logran, podrían prorrogar el de este año, tal como hizo Cristina Kirchner en 2010.