Una vez J.J. Rousseau deslizó una frase entre puntos suspensivos. Esta indefinición prolongada de los tres puntitos no es eterna. Tampoco la incertidumbre que genera es negativa. Preanuncia un encuentro. Un pensamiento emerge cuando una certeza ya no es funcional. Los tres puntos seguidos interrumpen el sentido. Por un breve lapso de tiempo no hay palabras. Hay un momento de silencio. Es como la música. Algo “se” piensa. Un autor no es sólo un planificador. Son necesarios los momentos de su ausencia. Luego, llega el momento de la decisión teórica y del parto socrático. Aparece el enunciado. Lo leemos: “El tiempo es lo que siempre vuelve”. Son palabras que sorprenden. Aristóteles llamaba a este estado de ánimo “asombro”. De acuerdo a mi experiencia, por el contrario, y la de todos los hombres de las grandes ciudades, el tiempo es lo que siempre se va. Nos deja. Se adelanta. Jamás lo alcanzamos. Es lo que nos falta. Con los años se acelera. Pasa volando. Está pegado a nuestra memoria. No lo podemos objetivar salvo con el calendario o con un símbolo en medio de una ecuación. Hasta creemos domesticarlo con nuestra voluntad de recordar y de olvidar.
La frase de Rousseau es mejor que la de Nietzsche. La idea de “eterno retorno” nos hace pensar en la cosmología griega y la visión cíclica de Heráclito. Porque si el tiempo sencillamente “vuelve” –como dice Rousseau–, entonces nunca se fue, ni se va, ni se irá.
Rememorar una década tranquiliza. Podemos enfrascar al dios Cronos en un estuche y pegarle una etiqueta que diga: 2000-2010 ¿Otra década…infame? No, ¿por qué habría de serlo? La condenada por infame dicen que fue la anterior, la del noventa. Fue la infame dos, ya que la primera es la del treinta. El adhesivo de la década que acaba de terminar necesita un nuevo título, y por ahora nadie lo tiene.
El mundo ha vivido en esta década la era de la seguridad, o de la inseguridad, como se prefiera. La primera señal fue el ataque contra las Torres Gemelas, más tarde Madrid y Londres. Es la de las guerras preventivas. La del shock o crash financiero. La eclosión de la China a nivel mundial. El boom de los productos primarios. Las onomatopeyas no alcanzan para definirla, tampoco los titulares, y los copetes se hacen infinitos.
En nuestro país los acontecimientos fueron vertiginosos. Diez años de agitación y de sorpresas. Nada tienen que ver con los años chatos de la convertibilidad que, a la estabilidad de precios, le agregó la ausencia de expectativas. Con deflación no pasaba nada. Con inflación todos los días varían. Y esta síncopa, no sólo se refleja en los precios.
Todos estamos al tanto de lo vivido estos diez años. Nuestra percepción no es la misma, pero nos reconocemos en la enumeración de lo sucedido. Más interesante es situarse al final de la década que hoy se inicia. Podemos prescindir de la sofística astrológica que juega con los planetas y de los horóscopos que apuestan a las serpientes. La máquina del tiempo nos viene de los tiempos de Tiresias. Los filósofos estamos capacitados para el salto temporal. Los invito, entonces, a despegar.
2020. El futuro
El mundo. Nuestro país seguirá acoplado al Mercosur y a los ciclos de la economía brasileña. Desde el punto de vista político, el peronismo seguirá gobernando el país con alternancia entre dirigentes conocidos sin relieves particulares. La novedad recién comienza en el año 2017, cuando un juez de la provincia de Entre Ríos, se enfrenta a las autoridades políticas a raíz de un crimen en el que están involucrados notorios miembros del establishment. Su nombre es Gabriel Perdomo Haedo. Su figura será lanzada por distintos sectores de poder, y por el irresistible carisma de este nieto de uruguayos, cambiará la escena política nacional.
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