En 1686, un doloroso bulto que se había estado desarrollando en el trasero de Luis XIV, rey de Francia, había progresado hasta el punto de que el monarca ya no podía sentarse, andar a caballo, caminar o hacer otras cosas sin sentir un dolor espantoso que intentaba disimular bajo su siempre imponente manto de majestuosidad.
El "Rey Sol" tuvo los primeros síntomas del mal que pondría su vida en serio peligro a principios de aquel año. Según el doctor de la corte, D’Aquin, el monarca se quejó "de un pequeño tumor en el perineo, al lado de la apertura de las nalgas, a dos dedos del ano, bastante profundo, poco sensible al tacto, incoloro, sin rojez, ni pulsaciones".
Luis XIV tenía entonces 44 años. Se vio obligado a hacer reposo absoluto y soportar todo tipo de tratamientos, como cataplasmas de plomo y cicuta, lo que generó una gran preocupación en su círculo más íntimo. Mientras tanto, la enfermedad del rey se mantuvo en el más estricto secreto.
El día en que Luis XIV dignificó el trabajo de los cirujanos
"Yo no sé en dónde estoy", escribió con preocupación su segunda esposa, Madame de Maintenon. "Me dicen que el trastorno del rey anda bien y, sin embargo, nos hacen meter aún la necesidad de un tijeretazo".
Cuando el régimen prescrito de cuatro enemas al día y ungüentos de lociones y pociones raras no lograron mejorar su condición, la corte se vio obligada a buscar tratamiento de un cirujano, Charles-Francois Félix (1635-1703). Sobre todo, porque pocos confiaban en el doctor D’Aquin, a quien se definía como "un hombre mal visto en toda la corte a causa de su suficiencia y avidez de dinero".
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Lo realmente preocupante era que ningún cirujano había curado exitosamente una fístula anal en ese momento de la historia, e incluso las cirugías más simples a menudo conducían a la sepsis y la muerte.
Y, aunque médicos y boticarios podían entonces no saber nada acerca de cómo funciona el cuerpo humano, al menos sus tratamientos para el tratamiento de la sangre y las tinturas de mercurio no mataban a los pacientes si se administraban con cuidado.
Las cirugías, por otro lado, en el siglo XVII mataban más gente de la que curaban. De hecho, el título oficial del oficio en ese momento era "barbero-cirujano", porque prácticamente la única habilidad requerida era saber cortar cosas.
Entre otras prácticas terroríficas, era un procedimiento estándar para los barberos-cirujanos reutilizar instrumentos sucios de un paciente a otro, lo que podía convertir a veces a estos voluntariosos cirujanos en "asesinos en serie con bisturí".
Como los médicos de Versalles no sabían como curar al rey, aconsejaron una cura en las aguas de Baréges, que tenían fama de curar esta dolencia, y el Ministro Louvois reunió a decenas de enfermos al lugar para probar suerte. Enfermos que volvieron tan enfermos como habían ido.
Cuando una dama de la corte llegó con la noticia de que las aguas de Bourbon curaban las fístulas, Louvois renovó la experiencia con los mismos enfermos y volvió con los mismos resultados. Desesperado, el ministro llenó su ministerio de personas con la misma dolencia que el rey para que los médicos ensayaran, sin éxito, remedios y cirugías.
Pero, afortunadamente, el doctor Félix resultó ser un cirujano mucho más concienzudo que sus contemporáneos. Le dijo al rey que estaría dispuesto a operar, pero debía esperar unos meses más. Necesitaba algo de tiempo para resolver los problemas de este nuevo procedimiento.
"La Gran Operación"
"Félix no se atrevía a aplicar sus métodos habituales y practicaba tímidas incisiones, abriendo los bordes de la llaga con piedras de cauterio, infligiendo al rey intensos sufrimientos, sin vaciar del todo el absceso", dijo el historiador Georges Bordonove, experto en la vidas de los reyes franceses.
Nancy Mittfor, una historiadora británica, relató: "Hasta el momento, los cirujanos habían luchado en vano con dicha enfermedad; y el cardenal de Richelieu había muerto del tratamiento que le habían dado”.
“Félix, cirujano del rey, tomó a varios desgraciados que padecían esta dolencia y los mandó a tomar las aguas en Beréges, que pasaban por sanarlos. Al no curarse nadie, empezó a operar las fístulas en todos los hospitales de París. Perfeccionó un instrumento que se creía que aminoraba el dolor".
Después de seis meses de ensayar cirugías en plebeyos (y agachándose en medio de la noche para enterrar a muchos de ellos), el doctor Félix finalmente se sintió lo suficientemente confiado para tomar el bisturí en la que se llamó "La Gran Operación", por la importancia del paciente.
En la mañana del 18 de noviembre de 1686, Luis XIV acompañado de Madame de Maintenon y el Padre La Chaise, rezó fervientemente en su alcoba en el Palacio de Versalles. Después de encomendarse a las manos de Dios, el rey se puso en manos del doctor y cuatro boticarios que "hicieron que se echara sobre un travesaño puesto en el borde de la cama, bajo el vientre, para levantarle las nalgas abiertas”, según relata Bordonove.
Y continúa: "Félix hizo la pequeña incisión e introdujo el bisturí regio (…) La intervención duró unos cuantos minutos. Luis XIV, martirizado, no emitió ni un solo grito, no se permitió ni un gemido. A lo sumo, en un cierto instante, suspiró ‘¡Ah, ah… Dios mío!’. Sostenía la mano de Louvois con la suya. Madame de Maintenon rezaba con fervor. La frente de Félix estaba perlada de gotas de sudor".
La Gran Operación cayó como una bomba en Versalles: "El dolor se hizo ver en todos los rostros", manifestaba el periódico Le Mercure Galant. Los cortesanos del rey quedaron atónitos porque el rey pudo recibir embajadores al día siguiente y a las pocas semanas ya montaba a caballo de nuevo. Toda Francia estaba asombrada por su notable recuperación.
"¡Una epidemia de fístulas en Versalles!"
La cirugía fue tan exitosa, de hecho, que se organizaron celebraciones en todo el país. Los pobres y los nobles brindaron a la salud del "Rey Sol". Mientras tanto, en Versalles, los cortesanos del rey estaban tan encantados (muchos, desesperadamente aduladores) que declararon 1686 como "L’annee de la Fistule" (Año de la Fístula). Pero eso no era nada.
El doctor Félix, quien logró reparar la fístula e incluso logró no matar al paciente esta vez, se convirtió de inmediato en una celebridad nacional y la gente de la nobleza comenzó a desear pasar por las manos y el bisturí que habían tenido el honor de tocar las parte íntimas del rey.
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"He visto más de 30 personas que querían ser operadas", escribió el barbero real Pierre Dionis. "Tan locos estaban que parecían no entender cuando se les aseguraba que no había ninguna necesidad de ser operados (…) Quienes tenían pequeñas supuraciones o simples hemorroides, no deboraban en presentar su trasero al cirujano para que hiciese sus incisiones".
Una vez que Luis XIV se recuperó por completo, todos quisieron una fístula anal reparada quirúrgicamente, ya sea que tuvieran una o no. Literalmente se puso de moda entre la aristocracia tener un ano doloroso y agujereado:
"¡Una epidemia de fístulas en Versalles! ¡Y sí,era inevitable! ¡Si se advertía que el rey cogeaba un poco, se cogeaba un poco! Si el rey padecía del ano, todos los cortesanos padecían del ano. Y hacerse operar era más glorioso que una herida de arcabuz en tal o cual campo de batalla", escribió el historiador Michele De Decker.
Los nobles franceses que fueron "bendecidos" de forma natural con la enfermedad comenzaron a suplicarle al doctor Félix, que estaba en pleno derecho, que los operara con su bisturí "De Calidad Real". Los menos afortunados tuvieron que arreglárselas usando vendas en sus perfectamente saludables nalgas, fingiendo haber sido víctimas de la misma enfermedad que el rey.
Otra consecuencia de este logro médico, que es infinitamente menos divertido pero de importancia histórica real, fue que también causó un cambio en la forma en que el público veía el campo de la cirugía. Sería el paso inicial hacia la medicina moderna.
Hasta este punto en el tiempo, los barberos-cirujanos eran vistos esencialmente como comerciantes, un segundo distante en prestigio para sus colegas médicos. Sin embargo, después de L’Annee de la Fistule, la cirugía comenzó a verse como una profesión que requería conocimiento e inteligencia, y no solo la capacidad de atravesar el tejido humano.
En cuanto al Cirujano Real, el rey quiso mostrarle su agradecimiento con honores y una fortuna que le permitió comprar una finca, el Señorío de Tassy. Al morir, Félix legó gran parte de sus poseciones a la comunidad de cirujanos de París para que se crease una linstitución para la enseñanza de la Cirugía, que permitiera el mejor conocimiento de técnicas y procedimientos. De esta manera, nació la Real Academia de Cirugía de Francia, inaugurada en 1731, que en un sitio destacado tiene un retrato de Felix de Tassy con la leyenda: "El primer cirujano de Luis XIV".