La enfermedad de Parkinson no afecta a todos los pacientes por igual y su sintomatología es amplia. Si bien se la asocia a la rigidez muscular y el temblor, existen síntomas invisibles, como la depresión, que empeoran la calidad de vida de muchos de los pacientes y también impactan en el efecto de la medicación para controlar este trastorno neurodegenerativo que afecta a personas de todas las edades.
Con millones de afectados en todo el mundo y más de 120 mil en Argentina, la enfermedad de Parkinson se considera el segundo trastorno neurodegenerativo más frecuente después del Alzheimer. A pesar de que se la asocia a la edad avanzada, cada vez hay más casos en menores 50 años.
"Hay un aumento real de incidencia de Parkinson asociado a la mejora en los métodos de diagnóstico pero también a la extensión de la expectativa de vida", explica a PERFIL la médica Tomoko Arakaki, miembro de la distinguida Sociedad Internacional de la Enfermedad de Parkinson y Desórdenes del Movimiento y de la Sociedad Neurológica Argentina.
En el Día Mundial del Parkinson, distintos especialistas insisten en visibilizar los síntomas no motores, como la depresión o los trastornos del sueño, que afectan la calidad de vida de los pacientes. Además, en muchos casos pueden preceder al diagnóstico y resultar en una manifestación de la enfermedad que hasta el momento no tiene cura pero que de ser detectada a tiempo puede ser controlada y tratada eficazmente.
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Los síntomas invisibles del Parkinson
La enfermedad de Parkinson es mayormente conocida por los síntomas motores y "visibles", como el temblor, la rigidez, la bradicinesia (pérdida de movimiento espontáneo) y la inestabilidad postural, que son controlados mediante un tratamiento farmacológico específico para cada paciente.
Entre los no motores se destacan la depresión, que es frecuente y puede aparecer en forma precoz aún antes de que aparezcan los movimientos involuntarios o la rigidez. "Los síntomas no motores pueden preceder en años a los síntomas motores en algunos pacientes. La importancia de reconocerlos reside en que muchos de estos síntomas empeoran la calidad de vida de los pacientes", señala la doctora Arakaki.
Otros síntomas no motores que afectan a los pacientes son los cambios emocionales, cambios en el habla, aumento de la salivación, problemas urinarios, constipación, problemas en la piel, el trastorno del sueño REM, calambres, disminución del olfato, la caída súbita de la presión al ponerse de pie, distonía, problemas de memoria y pensamiento, dificultad para tragar y masticar.
"Es muy difícil que a partir de los síntomas no motores una persona haga una consulta con un neurólogo para descartar el Parkinson. Esto cambia si hay antecedentes familiares, ya que puede haber una predisposición para tener la enfermedad. Hay un 10% de Parkinson hereditario, el resto es esporádico", agrega la especialista, y explica que los síntomas no motores pueden ser una manifestación del Parkinson muchos años antes de que aparezcan los síntomas motores, a partir de los cuales recién se puede hacer un diagnóstico preciso.
La depresión, un enemigo del tratamiento contra el Parkinson
En diálogo con PERFIL, el psicólogo Juan Pierleoni, miembro de la Asociación Civil Enfermedad de Parkinson y especialista en el tema, explica que muchos pacientes se ven afectados en el estado de ánimo una vez que reciben el diagnóstico en línea con el estima social que recae sobre la enfermedad neurodegenerativa, que es crónica, progresiva y hasta el momento no tiene cura.
"El paciente entra en un estado depresivo, de negación, va pasando por diferentes estadios. Muchos pacientes se tornan lentos, huraños, distantes con las personas que los rodean. Se alejan de la vida social para que nadie se dé cuenta de lo que les está pasando", comenta, y subraya que la depresión es uno de los primeros síntomas del Parkinson, ligado a la percepción generalizada que relaciona la enfermedad con la invalidez y sus efectos en la cotidianidad, a pesar de que es algo que no se da en todos los casos.
Nueva arma contra el Parkinson y la depresión: estimulación cerebral
"Lo primero que piensan es que en poco tiempo no van a poder hacer muchas cosas, y no tienen registro de que no tiene por qué ser esa la evolución de su cuadro. En algunos casos, la depresión convive con ellos toda su vida, tiene que ver con lidiar con el hecho de convivir con una enfermedad que uno no está de acuerdo ni desea", agrega.
Ante esto, el especialista destaca la importancia de que el paciente "haga el duelo" y acepte la enfermedad, que entienda que "el Parkinson no mata pero molesta", y que su calidad de vida dependerá de su actitud saludable, dado que si el paciente se angustia o se deprime por lo que le pasa, esto genera un aumento en la rigidez de la parte muscular desde la parte emocional, por lo que "estaría abatiendo su propio tratamiento".
"El paciente necesita aprender a convivir con la enfermedad, y entender la diferencia entre: tengo Parkinson, lo padezco, pero no soy eso sino muchas otras cosas. Son dos denominaciones totalmente diferentes. Es una característica de su persona, de su vida, pero no la totalidad. Cuanto más rápido la incorporan y la hacen parte de su vida, mejor calidad de vida van a tener", añade Pierleoni.
Por otro lado, los cambios emocionales o situaciones de estrés afectan el tratamiento farmacológico ya que provoca que el organismo "consuma más rápido" el medicamento que genera la dopamina, cuya efectividad, según los especialistas, está ligada no solo a la parte anímica sino también a otros factores, como el sueño y la alimentación.
Más allá de la dopamina: la importancia del tratamiento no farmacológico
A pesar de que no existe un tratamiento curativo de la enfermedad, el abordaje del Parkinson de manera interdisciplinaria a tiempo puede mejorar sustancialmente la calidad de vida del paciente. Es decir, el tratamiento no sólo debe ser farmacológico sino también incluir otras disciplinas, como kinesiología, fonoaudiología, psicología/psiquiatría, terapia ocupacional y nutrición.
"El Parkinson enlentece los movimientos por lo que el ejercicio físico funciona como un tratamiento complementario al farmacológico", explica Arakaki. Entre las actividades que se pueden hacer están ejercicios de elongación, caminata, bicicleta, baile, Tai Chi y Yoga. También destaca mantener una vida social activa para mejorar la parte anímica y fomentar las habilidades cognitivas.
Por último, es importante que tanto el paciente como sus allegados asistan a grupos de apoyo y busquen consejos de psicólogos y trabajadores sociales para conocer la enfermedad, lidiar con su impacto "inevitable e inconsciente" en todo el círculo familiar y poder adaptarse a la nueva realidad y ayudando a que el paciente conserve la mayor independencia posible.