Es fácil imaginar a aquel niño periodista de diez años, con migajas en los cachetes de leicaj (pan de miel), preparado por sus abuelas rusas, escribiendo muy concentrado en un anotador. Corría el año 1955 y sus manitos redactaban la conmoción por la caída del gobierno del presidente Juan Domingo Perón.
José Ricardo “Pepe” Eliaschev encuentra aquel primer artículo amarillento en un anotador a mano. Entre los trazos infantiles recuerda lo que ya imaginaba que sería: un cronista, alguien que contaba historias. Porque eso es lo que hacemos los periodistas, dice, contar historias.
Esos años en los que solía escribir crónicas, imitando los medios periodísticos tras leer permanentemente los diarios, fueron el origen de una pasión, que luego mantuvo en las páginas de periódicos estudiantiles del Colegio Nacional. “Ya llevaba la criatura interna del periodista, algo que con los años me ha obligado a persuadirme de que definitivamente existen las vocaciones”, recordó.
Para Eliaschev, el periodismo era una artesanía, un oficio que se aprende ejerciendo. Durante cincuenta años emprendió ese labor. “Cuando comencé, cuando se me ofreció la primera posibilidad, me dijeron 'ése es tu escritorio', palabras puntuales de mis jefes de entonces. Me senté en ese escritorio, lo que tenía adelante mío era una Lexicon 80. No es una vitamina, ni un producto medicinal: Lexicon 80 era el modelo de las máquinas de escribir Olivetti que usábamos los periodistas, que usamos durante décadas”, explicó durante la entrevista. “Uno colocaba a mano una hoja de papel en el carrete de la máquina y comenzaba a sacudir las teclas para escribir su texto”, siguió.
Otro Pepe. A los diecinueve años el niño ya era un joven altanero que lucía traje, corbata, y unos bigotes típicos de la época. “El papel y la máquina de escribir fueron, en ese sentido, la cuna de mi oficio de periodista. Mi inolvidable editor de aquellos años (cuando yo era alguien que pretendía haber salido de la adolescencia, pero que era un perfecto adolescente) fue Enrique Raab, luego desaparecido durante la dictadura militar. Raab se sentaba conmigo en las escaleras de aquel piso de la calle Cangallo para corregir mis originales, porque no había lugar en la redacción, que era muy pequeña. Me corregía con un lápiz rojo”, contó. “Editar en las escaleras, papel, lápiz corrector: ése era el periodismo de 1964”, resumió.
Eliaschev nunca estudió periodismo. Decía que sencillamente tuvo el don. Opinaba que antes era muy diferente la manera de hacerlo, pero que es natural el proceso de cambio. “La transición existe siempre, la vida es una transición desde que nacés hasta que morís, la historia es una transición, la política es una transición. Es irreconocible, es otro planeta, otra galaxia. Empezando por la máquina de escribir, la televisión como hoy la conocemos (en el '64 estaba dando sus primeros pasos en blanco y negro, en materia periodística). Es el mismo oficio, la misma pasión pero en condiciones extraordinariamente diferentes. El punto de contacto es la pasión de informar, la pasión de enterarse, la pasión de poder devolverle a los otros una mirada un poco más organizada de lo que aparece como un caos cotidiano. Eso creo que sigue siendo lo mismo”, analizó.
“Las continuidades no son en sí mismas buenas o malas. Pero en particular, en el caso mío es algo bueno. Porque es demostración, no solamente de mi amor por el oficio, sino de mi constancia. Constancia que no es impuesta, no me levanto a la mañana y me digo tengo que ser constante, es natural en mi”, opinaba. Buena parte de su trabajo quedó condensada en su página web, que va a cumplir 20 años (presentada a fines de 1995) y en la que se encuentra un impresionante archivo de entrevistas, editoriales y trabajos.
Eso que pasó. La radio es el medio que marcó su carrera. En su autobiografía Me lo tenía merecido, le dedicó un capítulo titulado “Mi mejor novia”. En 1967 le llegó la oportunidad, con 22 años, de conducir un programa de 15 minutos por LS1 Radio Municipal, al que llamó ¿Y vos, quién sos?. Ese ocasional programa de entrevistas marcaría un destino. Durante la dictadura militar, exiliado, hizo corresponsalías para Radio Mitre. Trabajó también conduciendo programas de televisión, pero la radio pudo más. Consultado sobre aquellos años, recordó que en 1982 desde México se levantaba de madrugada para atender el teléfono: “Algo que nunca olvidaré por lo sabroso e inolvidable, atender en una cabina telefónica de la Avenida San Jerónimo de la Ciudad de México llamadas de la entonces Radio Argentina desde donde Fontana se comunicaba conmigo”.
Viajó, vivió en Italia, se exilió a Venezuela durante el gobierno militar, luego trabajó para Associated Press en Estados Unidos, finalmente vivió algunos años en México, y volvió a la Argentina con la democracia. Desarrolló un gran interés por los temas internacionales y en ese momento agradeció la presión de su padre para que estudiara inglés. A lo largo de su carrera escribió diez libros, algunos periodísticos y otros ensayísticos. Pepe Eliaschev hizo del periodismo un estilo de vida: “Ese apetito mío era la búsqueda de la verdad; la falta de temor ante los poderosos y la idea de que el mundo merece seguir teniendo periodistas, como yo quise serlo y como quiero seguir siéndolo hoy día”.
La gran muestra de su persistencia fue su programa Esto que pasa, que va a cumplir treinta años durante los cuales, pese a las dificultades y el paso por muchas emisoras, mantuvo el mismo espíritu. “El ingreso de un hombre a los 40 años siempre es un episodio fundamental. También lo fue para mí. Ese 1985 marca el nacimiento de Esto que Pasa”, reflexionó. Esto que pasa se transmite actualmente todos los días, de 19 a 21 horas en su versión por Radio Mitre, de la cual se siente orgulloso. Tiene un fuerte rasgo personal marcado por sus editoriales, y la elección musical. Porque la música era otro de sus gustos: “Yo soy romántico musicalmente hablando, me gusta la música del siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo XX. Tengo grandes pasiones: Mendelssohn, Brahms, Schumann, obviamente Beethoven. Y anteriores Mozart, Vivaldi, Bach. Los grandes clásicos, me parece que ellos inventaron todo, y los disfruto muchísimo”.
Pero antes de llegar a esto el programa pasó por Radio Splendid, Radio Nacional, Radio Colonia, y FM Identidad.
“El 30 de diciembre de 2004, al terminar la última emisión de Esto que Pasa por Radio Nacional, recibo una llamada telefónica, de la entonces directora de la emisora, anunciándome en perfecto francés: 'Negro, c'est fini. Se terminó. La orden viene de arriba'. 'Arriba' era el Jefe de Gabinete del Gobierno, Alberto Fernández, quien había ordenado mi despido de Radio Nacional. Pero pude permanecer de pie. Pude pelear contra la adversidad y demostrar que si uno ejerce el periodismo con fe y confianza en los valores democráticos, en definitiva, los disparates de los autoritarios, son un tema menor en la crónica del tiempo”, resumió.
Sobre el último tiempo, consideraba que hay libertad para hacer periodismo. “No es algo que uno deba agradecerle a nadie, yo al menos no tengo que agradecerle a este ni a ningún gobierno. Es un legítimo derecho ciudadano. Lo que si hay es un clima amenazante, intimidatorio de parte del gobierno”, aclaró.
El cáncer como noticia. La foto que ilustra su programa diario en la página web de radio Mitre ya no parece del mismo hombre. El pelo más canoso, los rasgos marcados por la pérdida de peso…
Durante mayo debió ausentarse, a su pesar, de su trabajo en radio Mitre y en Perfil. A su regreso dedicó algunas palabras a sus oyentes y lectores:
“Los periodistas tenemos que informar, con palabras, con letras, con nuestro hermoso idioma, con la herramienta del castellano. Sí, efectivamente, quiero que lo sepan: me han sacado el páncreas y la vesícula. No es una operación sencilla. Quiero decirles que la recuperación mía va a ser progresiva. Ustedes me están escuchando telefónicamente hoy, me siento relativamente bien, dentro de la complejidad del cuadro; no tuve complicaciones, no hubo agravamientos. Por el contrario: me siento íntegro, pero… ¡muy magullado! Debo confesarles que, tras 50 años de oficio (porque comencé a ejercerlo allá por agosto de 1964) de alguna manera es como si el cuerpo hubiera dicho “un momento, todo bien con el periodismo, con el amor por la Argentina y su gente, pero el cuerpo tiene sus límites”, contó en ese momento.
“Claro que la perspectiva de muerte asusta. Por supuesto que la enfermedad asusta. Los seres humanos tenemos que ser, en ese sentido, muy directos, no digo valientes, pero sí muy frontales. El susto y la inseguridad disminuyen cuando uno se encuentra tan contenido, tan lleno de amor. Sin amor no se va a ninguna parte y yo soy en ese sentido muy afortunado, porque tengo ese amor y lo recibo a raudales. Soy un hombre que ejerce el periodismo hace 50 años. Me siento orgulloso de la decencia con que los he vivido y de mi apego a la noción ética de este oficio”, sentenció el periodista.
Las complicaciones en su salud no sólo cambiaron su aspecto, sino también su perspectiva de la vida: “La vida es imperfecta, es incomprensible, es misteriosa. Yo me caí, me di una piña importante y me estoy levantando”. “Viví toda mi vida como si no me jubilaría nunca, y yo no creo que termine de hacerlo nunca. Sí aflojar un poquito con el trabajo, cosa que este año tuve que hacer a la fuerza. En el sentido de reducir un poco la cuota de trabajo, un poco”, confesó.
“Esta profesión, que para mí no es otra cosa que un oficio, requiere de trabajo, y yo, en ese sentido, no tengo dudas en reivindicarme como una persona laboriosa. Requiere de continuidad, sin desmayos, sin desfallecer, mantener una curiosidad intacta como periodista; todo lo que sucede en el mundo y en mi país me importa y me suscita asombro como el primer día. Pero también es un oficio que tal y como lo he encarado, ha implicado una soledad grande. Ha sido la soledad de la independencia, la soledad de un orgullo a veces excesivo, pero sin el cual es imposible dar testimonio de veracidad en todo lo que uno hace. Hay que atreverse a recorrer los caminos de la soledad si uno quiere, en algún momento, poder mirarse al espejo y ver en sus propios ojos la percepción de una vida vivida con dignidad”, admitió.
Hacía el final de la entrevista, se le pidió que posara para tomarle algunas fotografías. Tomó un libro que tenía sobre el escritorio y lo abrió aleatoriamente con concentración. Tras unos segundos, preguntó: “¿Tengo que mirar a la cámara?”. En él todavía había algo del niño periodista, de aquel joven arrogante, que se transformó en un hombre orgulloso de su tarea pero también con una sombra de tristeza, como todo aquél que guarda recuerdos. “Nunca un ser humano es un solo ser humano, ¿no? Encima si uno es de Géminis, somos varios. Somos una especie de consejo de administración”, dijo mientras miraba a la cámara.