¿Existe un lector que quiere ser reconocido como tal entablando una relación íntima con el librero, como si tratara con un psicoanalista? ¿Este librero tiene una función de autoayuda? ¿El libro cambia en su contenido por esta relación? Preguntas y sorpresas. ¿Tanto alteraron las redes sociales, con su conectividad omnívora, la relación del sujeto y la lectura? ¿Quién se devaluó primero? ¿El libro o el lector? Estas preguntas rondan la filosofía, una que implica el gesto desesperado en la licuación de la identidad.
También podemos interrogar sobre el librero. Puede que su función esté replicando la de un gurú de cierta droga alucinógena que necesita un rito iniciático, una representación que prepare al lector como si fuera un adicto a lo fantástico. ¿La lectura es aquí un hongo para privilegiados? Si el librero vende y el lector lee, bienvenido. ¿Qué escritor puede negarse a que esto ocurra?
Martín Kohan dijo: “Hoy, el escritor está por delante de su obra”. Organizar comidas con un escritor, socializar forzadamente con los lectores me remite a un Jesús aceptando la traición y negación. Podemos pensar que el escritor al plato desiste de su obra. Ya no está por delante de ella, está en su lugar. Pero también es la calavera sin Macbeth: la nada misma
*Escritor.