Una inmensa mayoría de los argentinos creció con las imágenes ya sepiadas de una infancia acompañada por la banda sonora de una máquina de coser. En casi todas las casas había una abuela, una tía, una mamá y una costurerita –con ganas o no de dar el mal paso- a quien la noche que caía sorprendía dando las últimas puntadas ya sin luz.
Es que desde que se inventó, un día como hoy de hace 171 años, la máquina de coser Singer cambió la vida doméstica del mundo.
El “motor de coser” que inventó el estadounidense Isaac Merritt Singer y patentó el 12 de agosto de 1851 fue uno de los artículos más vendidos de la historia, casi sólo comparable a la Gillette.
El 12 de agosto de 1851 Isaac Singer patentó su máquina de coser
Aunque haya pasado de generación en generación y hoy esté arrumbada en algún ropero o haya devenido curiosa mesada de baño, insólito adorno de jardín de invierno o macetero excéntrico, en su época fue revolucionaria.
En realidad, no había inventado Singer la máquina de coser sino Walter Hunt, dieciocho años antes. Sin embargo, Singer fue más hábil y la perfeccionó. Creó una versión que podía dar 900 puntadas por minuto; es decir 45 veces más rápido que lo que podía lograr una costurera experta.
A poco de ser lanzada al mercado, la máquina de coser de Singer se ofrecía como una gran aliada de la industria textil: permitía ahorrar mano de obra. Era el dispositivo ideal para hacer más prendas, en menos tiempo y con menos personas.
Hoy en día, una máquina de coser doméstica -y mecánica- puede dar puntadas con cuatro hilos e incluso experimentar con 600 diseños diferentes, a una velocidad de hasta 5.000 puntadas por minuto.
Efemérides del 12 de agosto: qué pasó un día como hoy en Argentina y el mundo
La máquina de coser
En rigor de verdad, se considera que la primera máquina de coser de la historia fue un invento del alemán Charles Fredrick Wiesenthal, en 1755: un aparato mecánico que tenía una aguja de doble punta con un ojal en uno de los extremos.
Por entonces, todo se cosía a mano: camisas, pantalones, vestidos, cortinados, frazadas, sábanas, etc.
Habría que mencionar varios sastres (Barthelemy Thimonnier, Thomas Saint, Walter Hunt y Elias Howe, entre otros) y reconocerle a cada uno el mérito de haber aportado un pequeño cambio en la historia de la costura. Sin embargo, la diferencia entre ellos e Isaac Merritt Singer fue el marketing –y haberse quedado dormidos a la hora de patentar un invento que la incipiente revolución industrial pedía a gritos, en un momento en que perder un segundo significaba tirar por la borda millones de dólares-. Walter Hunt y Elias Howe crearon más o menos lo mismo, pero el primero patentó su invento y el segundo, no. Alpiste.
A diferencia del mecanismo que diseñaron Hunt y Howe, la máquina Singer cosía verticalmente (la aguja se movía de arriba hacia abajo) y se accionaba con un pedal; el diseño de Hunt y Howe hacía puntadas de lado a lado y se accionaba con una manivela.
A Hunt no le importó demasiado, pero Howe buscó a Singer y le exigió que le pagara US$ 2.000 en concepto de “derechos”. Singer, que era actor y lo único que le interesaba era irse de gira por Estados Unidos con su flamante compañía teatral, lo sacó literalmente a patadas de su taller.
Singer en las calles
Cuando se quedó sin un dólar, Singer regresó a Nueva York a seguir con eso de los inventos que tan buenos resultados le habían dado (su historial había arrancado en 1839, cuando inventó una máquina para perforar rocas).
Apenas se enteró que Singer estaba de vuelta, Howe exigió a Singer el pago de US$ 25.000 por el uso de “su” máquina de coser. Inmutable, Singer se asoció con un abogado, Edward Clark. Los reclamos de Howe llegaron a los periódicos de Nueva York, que titulaban “La Guerra de las Máquinas de Coser”.
Con oídos sordos, Singer echaba mano a su vocación de actor, montando grandes espectáculos en Broadway para exhibir los resultados de su proeza. Un despliegue que continuaba itinerando por ferias y circos con demostraciones en vivo. En todos lados cobraba 10 centavos de dólar para que los curiosos comprobaran que su maquinita era un “avión” que superaba al más veloz de los sastres.
Y le fue más que bien. Histriónico como pocos, se vendió bien, y en 1855, Singer fue a Francia y la máquina de coser ganó el primer premio en la Feria Mundial de París.
Ya con un pie en Europa, era obvio que el mercado textil más apetecible era el Reino Unido.
Singer, costurero y actor
M. Singer & Co. montó una primera fábrica en Glasgow, Escocia, que armaba mil máquinas de coser por semana, pero necesitaban aún muchas más. Así que se mudaron a otra zona más despejada y alejada, en medio de un bosque, junto al río Clyde. Una estratégica línea ferroviaria y un astillero hicieron revitalizar la zona, pero el único ícono extra large que asomaba en la cartografía de Clydetown, en 1891, era una fábrica que se consideró un establecimiento modelo. En un mapa la silueta de Singer & Co., una fábrica modelo que ya era un atractivo escocés.
Para entonces, Singer, que provenía de una familia acomodada que había caído en desgracia, ya era un hombre rico y famoso. El pintor Edward Harrison May lo había retratado como un gran burgués con reloj colgante de oro, ropas de seda y tupidas panza y barba burguesas.
Sus primeros clientes europeos fueron los fabricantes de prendas. Era fácil convencerlos de que con una Singer, ya no necesitarían quince días para armar un sombrero y un sobretodo, sino tan solo dos.
Pronto, Singer se dio cuenta de que cambiando una pieza, además de ropa la máquina podría coser zapatos, guantes e incluso encuadernar libros.
Singer en uno de cada cinco hogares
Las máquinas de coser del siglo XIX eran casi indestructibles. De hierro fundido y decoradas con fileteados de oro, también eran muy caras. Por lo tanto, si querían expandir más aún el mercado y con ellas llegar a los hogares era necesario abaratarlas o pensar una nueva estrategia de venta.
Así, en 1870, vendían miles de máquinas por año, pero eran extremadamente costosas. Entonces los socios inventaron algo absolutamente desconocido hasta entonces: convertirse en la primera empresa que ofrecía el sistema de “alquiler con opción de compra”. Es decir, cada familia podía comprar una Singer y pagarla en cómodas cuotas.
Con este nuevo plan de compras, pasaron de vender 5.000 máquinas a 25.000 en tan solo un año. Y de un año a otro esa cifra se duplicaba gracias a las ventas de puerta en puerta, las vitrinas en las que bonitas mujeres cosían a la vista del público que pasaba, ofrecían cursos gratuitos de costura a las compradoras, etc.
En 1889 se diseñó la máquina de coser eléctrica: el producto era el mismo, pero tenía un motor eléctrico Edison. Singer puso un pie en el siglo XX acaparando el 90 por ciento del mercado mundial de máquinas de coser.
En 1918, superada la Primera Guerra Mundial, Singer proponía su máquina como una alternativa laboral para la economía diezmada de los hogares. Sin salir de su casa, las mujeres podrían coser rápidamente la ropa de su familia o hacer prendas y venderlas para ganar dinero.
Sus estrategias no hicieron sino multiplicar las fábricas y crear un sentimiento de fidelidad entre los usuarios domésticos.
En los años posteriores, uno de cada cinco hogares del mundo tenía una máquina de coser.
Singer en el siglo XX
Sin embargo, su nueva estrella chocó contra un meteorito a mediados del siglo XX. Tras la economía famélica que dejó la Segunda Guerra Mundial, llegó el flower power y una moda colorida, barata y sobre todo informal.
Las máquinas de coser dejaron de ser una herramienta de trabajo y Singer perdió status: la revolución de las mujeres las sacó a la calle. Olvidadas de hilos, agujas y ollas humeantes, ellas preferían medirse con los hombres y disputar parejo por los mismos puestos del mercado laboral.
Aún así, en muchos rincones del mundo, las Singer sobrevivieron y siguen latiendo.
Por caso, en Ghana. Desde 1994, la organización no gubernamental Street Girls Aid ("Ayuda a chicas de la calle") funciona en Accor implementando diversas acciones para sacar a los jóvenes de la calle y brindarles un oficio.
Singer y los chicos de la calle
Street Girls Aid (S. Aid) encontró una manera de hacerlo recibiendo cada año 300 viejas máquinas Singer, restauradas por la ong benéfica Herramientas para la Autosuficiencia, que las pone a punto en un taller de Southampton, a 5.000 kilómetros de distancia, en el sudeste de Inglaterra.
Luego de brindar un curso gratuito de costura durante un año, la ONG que funciona en Accra, capital de Ghana, regala a los inscriptos una máquina de coser para que cosan y puedan vender sus diseños.
"No importa si las máquinas que tenemos son nuevas o viejas, lo que importa es que son duraderas", sostiene Vida Asomaning Amoako, la directora ejecutiva de la ong Street Girls Aid.