La revolución de las hijas, de la que tanto estamos hablando, se da en un contexto de ampliación de derechos y movilización popular, especialmente feminista. Muchas de las mayores somos herederas de generaciones de luchadoras y vivimos nuestras infancias y adolescencias en la censura, el desconocimiento, la falta de libertad y la culpa por perseguir el placer. Desde ese lugar hablé con mi hija de procesos que pueden ocurrir en un cuerpo de mujer como la menstruación, el embarazo, el parto y el aborto.
Compartir mis experiencias, conversar sobre la violencia obstétrica, situar la sentencia bíblica “parirás con dolor”, mirar un parto por YouTube, participar juntas de celebraciones de las primeras lunas, buscar libros sobre el tema y leerlos juntas pone la conversación sobre el aborto en una línea de continuidad que aboga por el derecho de las mujeres a la salud y a decidir sobre sus cuerpos, el reconocimiento de su autonomía y libertad. Cami, con sus 13 años, tenía esto claro y cuando escuchó la mayoría de los argumentos contrarios al proyecto de ley terminó de entender la misoginia.
No debemos subestimar la capacidad de comprensión de quienes tienen menos años. El debate legislativo puso en evidencia la necesidad de aumentar el financiamiento del Programa de Educación Sexual Integral y asegurar su implementación –hasta en el mismo Congreso– para asegurar derechos y acompañar a las familias que a veces no pueden, no saben o no quieren tratar estos temas.
*Investigadora adjunta del Conicet.