Cuando arrancaron sus aventuras, en las páginas de la revista italiana Sgt. Kirk en 1967, el Corto Maltés todavía no sabía quiénes o cuántos serían sus enemigos a lo largo de su vida. En aquella primera historieta, “Una ballata del mare salato”, nuestro héroe era apenas un corsario en las aguas del Océano Pacífico en los años de la Primera Guerra Mundial. Para 1988, cuando se publicaba “Mü - la città perduta”, Corto ya era un explorador global de envergadura propia, en este caso lanzado al mar en busca de la mítica isla de Atlántida.
En el medio, su creador, el no menos enorme Hugo Pratt, se había convertido en uno de los dioses de los fumetti, de los comics que consumían con avidez lectores tradicionales de historietas -y no tanto- a lo largo de todo el mundo, un mundo tan ancho y ajeno como el que recorría Corto Maltés. Pratt, quien estaba a cargo tanto de los dibujos como de los textos de las historias del marinero nacido en La Valletta, vivió trece años en la Argentina, adonde llegó para trabajar primero en la Editorial Abril y luego en Frontera, con Héctor Oesterheld.
Junto al padre del Eternauta, Pratt se quedó en la mesa de dibujo y le cedió los textos a Oesterheld en el desarrollo de clásicos como Ticonderoga y Ernie Pike. Oesterheld desapareció en 1977 y Pratt falleció el 20 de agosto de 1995 en Suiza.
En una entrevista con Germán Cáceres a mediados de los ‘80 del siglo pasado, el italiano repasaba otras aventuras, expediciones y batallas de historieta, las que lucharon todos los personajes de comics contra la arrogancia académica.
“Está siempre latente el prejuicio -que más bien es ignorancia- de que la historieta es un arte menor. Se presume que habría un arte mayor. Pero éste ¿en qué consiste? Porque es muy difícil dar una definición del arte”, razonaba Pratt.
Cuando Cáceres le sugirió que el “desprecio hacia la historieta” se originaba en “el hecho de que grupos academicistas se defienden de las nuevas expresiones artísticas que ponen en peligro su poder cultural”, el dibujante y guionista atrapó enseguida ese pase filtrado.
“Eso lo explican con elocuencia las cifras de venta. De un solo personaje como Tintín, de Hergé, se editaron ciento ochenta millones de libros desde su aparición en 1929. Por ejemplo, la primera edición de ‘Blueberry’, de Moebius, consta de ochenta mil ejemplares. ¿Qué puede decir sobre estos números la cultura oficial? Se calla, no le conviene hablar, porque: ¿alcanza estos tirajes alguno de los escritores de la proclamada literatura mayor?”.
Les dejamos, gratis, la idea para un original crossover: “Corto Maltés y Tintín contra los Escritores Proclamados”. De nada.