La propuesta de la Escuela de Comunicación es clara: periodismo puro. La consigna no vale solo para referirse a la riqueza conceptual de los profesores, de los programas y de las materias, sino que apunta al shock de realidad que atravesó cada alumno desde que entró a la redacción de Perfil. Porque la Escuela es, antes que todo, una invitación a un periodismo palpable, inmediato, bien cercano. La profesión, en este instituto, no es un tesoro que se esconde al final del arcoiris sino que está en cada esquina y en cada escritorio de la editorial. Se siente en cada clase.
En el Ciclo de Entrevistas esta impresión no solo se puede percibir sino que se puede ver, tocar, y, en algunas ocasiones, oler. El concepto abstracto de la profesión, que a un recién ingresado le puede parecer lejano, se materializó cada lunes del 2018, en una alquimia casi mágica que ocurría a la mitad del día y que luego se repetía apenas caía la noche. Esta idea no es una frase hecha: ¿qué otra cosa sino periodismo es sentarse frente a políticos, sindicalistas, jueces, fiscales, empresarios, dirigentes de todo tipo, hombres y mujeres con poder y carrera, y preguntar y repreguntar hasta que se termine la clase y, casi siempre, seguir insistiendo fuera de horario?, ¿de qué otra manera se podría definir a un espacio en el que se le cuestionó, a metros de distancia, el manejo del Indec a Guillermo Moreno, se inquirió sobre el presente empantanado del país a Jaime Duran Barba y al ministro Pablo Avelluto, se estremeció con el relato de madre y abuela dolorida de Estela de Carlotto, se sorprendió con la desfachatez de Javier Milei y con el genio de Felipe Pigna y de Darío Sztajnszrajber, contrapuso posturas tan distintas como la de Amalia Granata o el padre Guillermo Marcó con la de los diputados Daniel Lipovetzky y Victoria Donda, exploró el arte de la mano de Benito Fernández, Flavia Palmiero o Roberto Piazza, y escuchó consejos de experimentados en el oficio como Nicolás Wiñazki o Alejandro Fabbri?
En el Ciclo de Entrevistas se cumplieron los principios que marcaron los grandes maestros de la profesión. Los alumnos consultaron, dudaron, interpelaron, y sacaron del casete, con más y con menos éxito, al medio centenar de invitados de primer nivel que pasaron por el aula de Perfil. Sobre todo, los alumnos aprendieron, de la manera en que lo recomendaba el político y científico estadounidense Benjamin Franklin: “Dime y lo olvido, enseñame y lo recuerdo, involucrame y lo aprendo”.
El trabajo y las preguntas durante la clase, que darían envidia a más de una redacción profesional, tienen, además, la mejor recompensa que ofrece el rubro: una nota que escriben los propios alumnos, con lo más destacado de cada conferencia, que luego se publica en Perfil.com con nombre y apellido de los periodistas aprendices que la elaboran. No solo se practicaron los modos de dirigirse a un entrevistado, la capacidad de generar distancia o de acercarse al sujeto noticioso, la construcción de interrogantes cuyas respuestas sean capaces de generar novedades periodísticas, la correcta administración de las dudas y de los tiempos, sino que también se trabajó de cara al futuro: se apuntó al mundo virtual, el lugar en que, probablemente, los periodistas que comienzan su carrera hoy confeccionaran su carrera. Cada nota, cada invitado, cada pregunta y cada repregunta, se hacían pensando en la plataforma web en la que la clase se vería reflejada. ¿Qué otra cosa sino periodismo es debatir, pensar, imaginar que título o que frase del invitado que se acababa de ir del aula podría generar más impacto o podría convertirse en una novedad destacada? ¿Qué tan distinto es el funcionamiento de esta clase al trabajo de una redacción?
En este espacio, además, los alumnos tuvieron un desafío complejo hasta para un periodista experimentado: en la segunda mitad del año debieron encargarse ellos de conseguir a personajes noticiosos para ser entrevistados. En seis meses, chicos y chicas de 18 años, y varios más grandes, pasaron a ser jóvenes productores que, por primera vez, se creaban una agenda propia y contactaban a destacadas personalidades para que participen del Ciclo. El seguimiento y la ayuda del profesor fueron solo una parte del camino: el resto lo construyeron los alumnos, que primero fantasearon con posibles invitados, luego los fueron a buscar, los convencieron, pactaron el encuentro, los entrevistaron y al final armaron una nota. Salieron a la cancha, se embarraron y conocieron las idas y vueltas típicas de las trastienda de una entrevista. Hablaron, de manera directa, sin profesor ni voceros ni intermediarios, con los protagonistas.
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Ese trabajo tuvo sus frutos. Algunos son difíciles de observar desde afuera, pero sí los pudo disfrutar quien fue su profesor, y que se notó en la evolución en la elaboración de las preguntas, en el armado de las notas, en la confección de títulos, en la calidad periodística de cada alumno. Otras recompensas son más palpables: el rebote que tuvieron muchas de las entrevistas, como cuando Florencia Arietto aseguró que la corrieron del massismo por cuestionar a Hugo Moyano, quien, según ella, financiaba la campaña del Frente Renovador, o cuando Aníbal Fernández aseguró que nunca había visto bolsos con dólares y contó la intimidad de su reconciliación con CFK, poema mediante, o el paralelo entre el actual gobierno con el de la dictadura que hicieron Carlotto y Felipe Solá. Este es el espíritu de la Escuela de Comunicación de Perfil: un instituto de periodismo entendido como espejo de una verdadera redacción periodística.
*Redactor de Noticias y profesor de la materia Entrevista de la Escuela de Comunicación de Editorial Perfil.