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Alemania endurece las barreras para las inversiones chinas

Berlín no permitió la adquisición de la empresa Leifeld Metal Spinning por parte de inversionistas del país asiático.

Angela Merkel.
Angela Merkel. | Bloomberg

No es particularmente lógico que, después de años de permisividad hacia los inversionistas chinos que compran joyas industriales alemanas, Berlín haya decidido prohibir la adquisición de Leifeld Metal Spinning, una empresa tecnológicamente avanzada pero pequeña de la ciudad de Ahlen en Renania del Norte-Westfalia. Mientras envía una señal clara de que la era de “todo está permitido” terminó, también es una consecuencia preocupante de la falta de reglas claras.

Leifeld, una sociedad anónima cerrada, fabrica máquinas y herramientas utilizadas en la producción de piezas de metal de alta resistencia que son insumos, por ejemplo, en las industrias automotriz, aeroespacial y nuclear. Eso puede parecer importante para la seguridad nacional, que fue la razón que adujo el gobierno cuando tomó la decisión. Pero Leifeld reportó ingresos de 28,5 millones de euros (US$33,1 millones) en 2014, el último año para el cual Bloomberg cuenta con información financiera; el gobierno ha permitido que compañías mucho más grandes que juegan un papel importante en las industrias estratégicas sean vendidas a inversionistas chinos. El ejemplo más memorable es Kuka, uno de los líderes mundiales en robótica, que fue adquirido por el fabricante de electrodomésticos chino Midea por 4.500 millones de euros en 2016. KraussMaffei, un fabricante de equipos industriales que fue vendido a un consorcio liderado por ChemChina por alrededor de US$1.000 millones, es otro.

Cuando se llevaron a cabo esas adquisiciones, Alemania en ocasiones pareció ser irresponsable. En los últimos meses, sin embargo, el gobierno ha estado decidido a cuidar los intereses nacionales más como lo hace Estados Unidos, sometiendo posibles acuerdos a un mayor escrutinio y logrando que un banco estatal impida una inversión china en el operador de red eléctrica de 50Hertz, parte de la infraestructura crítica de Alemania.

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Esta enorme inversión china en Europa –con un total acumulado de 131.900 millones de euros, alcanzó el año pasado la inversión europea en China, de acuerdo con Rhodium Group– no siempre es un problema. El gigante automovilístico Zhejiang Geely salvó al fabricante de automóviles sueco Volvo cuando lo adquirió en 2010. No hay duda que las empresas europeas se han beneficiado de la riqueza de los inversionistas chinos. Pero China es un país donde el estado juega un papel descomunal en la economía. Entonces, cuando las empresas estatales participan en adquisiciones (en Alemania, por ejemplo, invirtieron en KraussMaffei, la empresa de energía EEW y otras grandes empresas), las preocupaciones sobre los subsidios y la competencia desleal pueden estar justificadas. El gobierno chino, por su parte, usa cualquier oportunidad para aumentar la competitividad de las empresas nacionales, por lo que las transferencias de tecnología pueden llegar más allá de solo la empresa adquirente, ya sea pública o privada.

La mayor preocupación, sin embargo, es la reciprocidad. El año pasado, la inversión directa china en la UE llegó a cerca de 30.000 millones de euros, en comparación con un flujo inverso de alrededor de 7.000 millones. Algunas de las mayores adquisiciones chinas en acuerdos en Europa habrían sido imposibles o al menos altamente improbables para empresas europeas en China. Según Rhodium Group, acuerdos como los de Kuka y KraussMaffei no se habrían permitido.

Es revelador que los analistas tengan una idea bastante buena de cómo China trataría una inversión u otra, pero no es fácil descubrir qué podrían hacer los países europeos en cualquier caso específico. ¿Por qué está bien el acuerdo con Kuka, pero no el de Leifeld?

El año pasado, los gobiernos de Alemania, Francia e Italia pidieron a la Comisión Europea idear un mecanismo comunitario para examinar las inversiones extranjeras. En septiembre, la Comisión presentó una propuesta para evaluar las inversiones de acuerdo a su efecto sobre la infraestructura y la tecnología críticas, la seguridad de suministros e información importantes y de las afiliaciones gubernamentales de los inversionistas. Sin embargo, la propuesta aún no se ha convertido en ley de la UE porque algunos países miembros tienen gran interés por las inversiones chinas y son reacios a someterse a un proceso de revisión común.

Tal vez eso sea lo mejor. La propuesta de la UE aborda preocupaciones de seguridad y competencia, pero no de reciprocidad. Eso se podría justificar por razones idealistas: la UE, después de todo, es no comunista, y las restricciones simétricas a las chinas no tendrían sentido desde el punto de vista de los valores europeos. Desde un punto de vista práctico, sin embargo, cualquier falta de reciprocidad crea influencia en las negociaciones comerciales, algo que las guerras comerciales de Trump dejan muy claro.

Tanto los inversionistas como los objetivos de adquisiciones necesitan claridad sobre lo que puede funcionar y lo que no puede. La mejor forma de hacerlo sería que la UE firme un tratado de inversión bilateral con China. Las negociaciones han estado en proceso desde 2013, pero no se vislumbra el final. En este contexto, tal vez haya algo de lógica en la prohibición de la adquisición de Leifeld. Alemania ha absorbido alrededor de un quinto de la inversión directa total de China en la UE; después de que el Reino Unido deje el bloque, será el principal destino para el dinero chino dentro de la UE. Si Alemania endurece sus reglas para las adquisiciones, no será fácil para las empresas chinas encontrar objetivos equivalentes en otros lugares. Así que tal vez eso dé nuevo vigor a las conversaciones sobre acuerdos de inversión, especialmente cuando China y la UE se encuentran aliadas en defensa del libre comercio contra un EE.UU. cada vez más proteccionista.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloombeg LP y sus dueños.