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El mundo, Macri y el peronismo

Cómo integrarse al mundo de la mejor forma es el gran debate que debe ordenar el mapa político partidario del país, comenzando por superar la opción del aislacionismo.

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MACRI-PUTIN, PERON-FRANCO: Un mundo hoy; antes había tres. | Cedoc Perfil

“¿Qué es Macri?”, se preguntó Gustavo González en su columna del domingo pasado tratando de responder el dilema ontológico de los analistas políticos: Macri, ideológicamente, ¿es algo? ¿No es nada? ¿Es una categoría nueva?

Por la negativa, Macri es lo que representó mejor el antikirchnerismo, espacio que conserva sólida adhesión pero no es mayoritario. Por la positiva, representa mejor que ningún otro candidato la integración con el mundo. Y quizás allí esté la categoría que ordena mejor el mapa político argentino actual.

El mundo es un mantra en boca de Macri: “El mundo nos quiere ayudar”. “El mundo apoya a la Argentina”. “El mundo reconoce que estamos haciendo las cosas bien”. “El mundo nos acompaña poniéndonos al mismo nivel de las economías confiables”. “Hay que ser el supermercado del mundo”. Hasta para las tarifas Macri apela a él: “Pagamos lo que se paga en el mundo”. Y el problema de los peronistas para Macri es que “no logran que el mundo confíe en ellos”.

Macri peca de cholulismo menemista en la admiración exagerada de todo lo internacional y su confianza ciega en el paradigma académico clásico de los países del G7, pero tiene razón al decir que “el mundo” no confía en el peronismo kirchnerista. Y la gran batalla del peronismo no K es vencer a Cristina Kirchner para ser confiable frente al mundo y ante la mayoría de los argentinos que, con sus matices, quiere ser parte del mundo. Y recién ahí poder vencer a Macri.

Macri chateaba por Whatsapp con Macron mientras jugaba Francia con Argentina. Todo es global en el siglo XXI

“El mundo” ya no es el “primer mundo” ni quedó el “tercer mundo” porque colapsó el tácito segundo. China y Rusia son el mismo mundo que la Unión Europea, Estados Unidos o Japón. La guerra hoy es comercial y no ideológica. Pero el peronismo es hijo cultural de aquella tercera posición, “ni yanquis ni marxistas”, que ya no existe más.

Con la finalización del Mundial de Fútbol en Rusia es habitual escuchar argentinos que regresan asombrados de haber conocido en Rusia “un país del primer mundo”, con un capitalismo desarrollado, sin vestigios de comunismo ni posmarxismo. El mundo de Perón, con Franco en España y Mao en China, alejados y en equilibrio de la ex Unión Soviética y la OTAN, quedó en el pasado. Hasta la existencia misma de la OTAN está en discusión.

Cristina Kirchner fue el último eslabón histórico de la doctrina tercermundista clásica de Perón. Y pudo serlo en parte por su propia excentricidad, por el resentimiento que generó el gigantesco colapso de 2002 y la riqueza en recursos naturales de Argentina en el mejor momento del precio de las materias primas, que permitió “vivir con lo nuestro”.

Como Argentina podría ser autosuficiente dada la variedad de sus recursos y su geografía, el sueño de encerrarnos y vivir con lo nuestro marcó la subjetividad de muchas generaciones cuando la globalización no existía, la tecnología había logrado vencer la distancia y literalmente éramos “el fin del mundo”, de donde dijo provenir el papa Francisco al asumir, fiel representante del cosmos del siglo XX.

Pero Cristina Kirchner fue siempre minoría dentro de la dirigencia del peronismo que con sus matices, desde Urtubey en el extremo más internacionalista hasta Pichetto, De la Sota, Massa y Lavagna, no reivindicaba la grieta entre “cipayos” y nacionalistas. Por eso Cristina perdió las elecciones en 2017, 2015 y 2013: porque el peronismo ya se había dividido. Salvo excepciones minoritarias, todo el arco político argentino no K, el PRO, los radicales y los peronistas, sintoniza el deseo cosmopolita de la mayoría de la población, que entre sus múltiples expresiones se manifiesta en la pulsión por viajar al exterior.

El peronismo ya había comenzado su proceso de adecuación al fin de la Guerra Fría con la Renovación de Cafiero y el propio Menem. Hasta quien le compitió a Menem en la interna peronista cuando en 1995 fue reelecto, Pilo Bordón, es un internacionalista, dos veces embajador.

Punta del Este se hizo por la Segunda Guerra, cuando los argentinos ricos no podían ir a Europa de vacaciones

Ahora el peronismo podrá vencer a Macri cuando supere en votos a Cristina Kirchner y sus candidatos, y le dispute a Macri otra forma de integración con el mundo. Pero difícilmente triunfe con una política aislacionista como la del kirchnerismo. Tiene razón Pichetto, quien en un reportaje el sábado en PERFIL defendió un peronismo sin kirchnerismo, independientemente de las consecuencias electorales en 2019. Para tener futuro más allá de una elección, el peronismo precisa construir su modernización, truncada por la emergencia del liderazgo setentista de Cristina Kirchner. El cosmos kirchnerista de Irán y Venezuela espanta a la mayoría de los argentinos.

No es imposible la modernización de una ideología de mediados del siglo pasado, cuando el mundo enfrentaba su Segunda Guerra Mundial, con fuertes componentes corporativistas típicos de la época en que Franco y Mussolini conducían los países desde donde llegaron los inmigrantes que poblaron nuestro país y con los sindicatos como base de la estructura partidaria.

Lo pudo hacer el Partido Laborista inglés en los años 90, tras la caída del Muro de Berlín, reelaborándose como un partido de clase media acorde a la evolución de su electorado, después de haber surgido como una unión de sindicatos en 1900. El Partido Laborista inglés ganó su primera elección en 1920, un cuarto de siglo antes que el peronismo. Sería lógico, entonces, que un cuarto de siglo después de la actualización ideológica de su primo inglés el peronismo siga el mismo camino que los laboristas, con Toni Blair a la cabeza, iniciaron a mediados de los 90 y les permitió volver a ser gobierno en tres períodos consecutivos.

El nacionalismo, como mecanismo de defensa ante el miedo a la amenaza exterior, resurge en el mundo frente a la inmigración. Pero más allá de las disputas comerciales lógicas, la integración al mundo es inevitable. Cómo hacerlo de la mejor forma es el gran debate que debe ordenar el mapa político partidario del país, comenzando por superar la opción del aislacionismo.