Se acabó. Así como Mascherano, al terminar el partido con Francia (derrota que inevitablemente deviene en metáfora), dijo “se acabó: a partir de ahora pasaré a ser un hincha más” y Federico Sturzenegger analiza volver a Harvard a ser profesor, algo se acabó para el conjunto del Gobierno. El mismo que proyectaba su sucesión en 2023, en noviembre, cuando Macri era Gardel y Argentina Disneylandia. Para comenzar, se acabó un tipo de relato: por ejemplo, sería difícil hoy para el polémico diputado Fernando Iglesias taparles la boca a opositores con cifras positivas, como vino haciendo en tantos programas durante la campaña electoral 2017.
Pero no dilapidaron gran parte del capital político que construyeron al derrotar a Cristina por los errores cometidos en estos seis meses. Vale siempre recordar que nunca el capital es tan grande como se cree después de cualquier triunfo: en política, todos se ilusionan con la perennidad después de ganar dos elecciones seguidas. Además, podía ser previsible que muchos poderes que apoyaron a Macri, para que venciera a Cristina, cumplido ese trabajo pasaran a tener otras prioridades.
El error del cambio de metas de inflación en diciembre último es parte de una cadena de equívocos que arranca durante la campaña de 2015, cuando en múltiples apariciones en los medios Macri repetía que bajar la inflación “es lo más fácil”, partiendo de los errores de sus dos principales economistas: Alfonso Prat-Gay y Federico Sturzenegger. El primero, al sostener que los precios de los alimentos al final del cepo ya habían asumido el valor del dólar blue, un 50% mayor que el dólar oficial. Y el segundo, sosteniendo que el aumento de tarifas no solo no era inflacionario sino que era desflacionario porque, al deber pagar más por los servicios públicos, la gente iba a tener que comprar menos otros productos, los que no iban a poder aumentar porque se quedarían sin consumidores.
No había un plan económico porque el plan político era ganar siempre las elecciones
Lavagna, con más experiencia en la economía real, explica exactamente lo opuesto: cierto grado de recesión no reduce el aumento de precios sino que es inflacionario para las pymes porque el dueño de una pequeña empresa o comercio, al reducírsele la cantidad de compradores, la única forma que tiene de sobrevivir es dividiendo el costo fijo entre menos unidades vendidas, o sea, aumentando más que la inflación hasta, claro, cerrar pero no sin pelearla.
Independientemente de la cuestión de fondo y a pesar de que las metas de inflación fueran incumplibles, fue un error político anunciar su cambio en diciembre de 2017, como si se tratara de algo importante, cuando tampoco podían subir la meta a un valor verosímil porque ya habían votado el presupuesto y anunciado una pauta de paritarias del 15%. Quedó claro que el objetivo de esa puesta era otro: que los triunfadores en una interna del Gobierno anunciaran la devaluación del propio Sturzenegger y producir el primer salto del precio del dólar justo cuando se venía aumentando la tasa de interés en Estados Unidos y ya había señales sobre cuánto la sequía podía reducir nuestras exportaciones.
Todos los errores tienen un elemento en común: soberbia y excesiva autoconfianza. La psicología podría explicar cómo el haber tenido una vida afortunada produce en las personas cierta sobreestimación de las propias capacidades. No sería el caso de Dujovne: comentan en Gobierno que fue ascendido de ministro de Hacienda a virtual ministro de Economía porque ya probaron que lo podían mortificar y no se rebelaba. Del mejor equipo de los últimos cincuenta años quedaron en el camino Prat-Gay, Melconian, Sturzenegger y Aranguren, y sobrevivió, pero como presidente del Banco BICE, Pancho Cabrera, casualmente por su disciplinamiento “al equipo”.
Al FMI le importa menos que en 2021 la inflación sea de un dígito que en 2019 pierda el populismo
Se podría decir que no hubo ministro de Economía porque no hubo plan económico, pero sí hubo un plan político: jibarizar al kirchnerismo incentivando y aprovechando el repudio que generó con sus abusos de todo tipo. Y aún hoy el plan político del Gobierno es competirle a Cristina Kirchner en 2019 en un ballottage. Pero “la droga Cristina”, que hace al Gobierno más potente, tiene efectos secundarios. Los del pasado, cuando, con tal de ganarle en 2017, desatendieron la lucha contra la inflación cebando electoralmente el crédito, planchando artificialmente la corrección del dólar y siendo igualmente populistas que todos los demás gobiernos al hacer un año de agua caliente (el de las elecciones) y otro de agua fría, y destruir valor por esa propia ciclotimia. Más el efecto secundario futuro: no contribuir a la creación de una oposición peronista sensata que pudiera ser alternancia de gobierno, algo que alguna vez tendrá que ser inevitable, como reconoció con sinceridad el jefe del bloque de diputados del PRO, Nicolás Massot, quien por ser la mano derecha de Emilio Monzó tampoco es de los disciplinados “al equipo”. Massot fue más allá esta semana al decir: “En el peronismo hay buenos cuadros que han ayudado a mejorar los proyectos” de Cambiemos.
La gran promesa incumplida de Macri es terminar con la inflación, ya que sin ella se reduciría la pobreza y el déficit fiscal, porque los países que pasaron de alta a baja inflación crecieron notablemente más. Y más allá de que el acuerdo con el FMI prevé bajar la inflación a un dígito entre dos y tres años, el problema estructural de 2015 continúa: la mitad del gasto público está indexado por la inflación anterior, y hay paritarias libres que también se guían por la inflación anterior. Llevaría bastantes años con paritarias por debajo de la inflación, o una severa recesión que duplique el desempleo, llegar a tener un dígito de inflación sin un plan heterodoxo (palabra que al Gobierno escandaliza) que de alguna forma desagie la inflación pasada para los precios futuros.