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El nacimiento de la crítica

Es sorprendente como cada vez que se busca el inicio de algo, si el razonamiento no se siente saciado y quiere seguir remontando el río del pasado siempre se llega a la Antigua Grecia.

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Es sorprendente como cada vez que se busca el inicio de algo, si el razonamiento no se siente saciado y quiere seguir remontando el río del pasado siempre se llega a la Antigua Grecia. Todo, incluso aquello de que en el año 1000 a.C. no existía nació allí. Sergei Einsenstein demostró, para dar un ejemplo, que el montaje cinematográfico nació en Grecia, en el modo en que los arquitectos de la Antigüedad disponían los edificios para que fueran apareciendo ante la vista del paseante. Todo nació en la Antigua Grecia, hasta la crítica, que misteriosamente, aunque dando los últimos estertores, sigue sobreviviendo.

No en la Antigua Grecia, pero sí en el año 120 d.C., Luciano de Samosata, Luciano para los amigos, escribió una serie de obras ambientadas en el Olimpo en las que tiene una participación estelar Momo, el único con permiso de Zeus para ejercer la crítica, es decir para ser sarcástico, burlarse de los demás dioses y hacer galas de sus dotes irónicas. Por eso era –y debería seguir siendo– el dios de los escritores.

De Luciano sobreviven muchas obras, pero se lo conoce sobre todo por sus Diálogos y Relatos verídicos. Momo aparece una y otra vez en los Diálogos, y sus intervenciones son siempre magistrales. Cada intervención suya viene precedida por un pedido de disculpas, pide la palabra y siempre de un modo distinto explica que el ejercicio de la crítica no es algo que se puede contener o controlar, que lamenta si sus observaciones pueden herir a alguien, pero que no va a reprimirlas. Y entonces critica a Hefesto por haber fabricado a los hombres sin puertas en el pecho a través de las cuales se pudiera conocer si sus pensamientos y sentimientos eran verdaderos. También critica a Afrodita por ser muy charlatana y hacer ruido con las sandalias al caminar (bastante poco a decir verdad, Momo mismo lo reconoce). En determinado momento Poseidón, orgulloso, muestra a los dioses del Olimpo su última creación: el toro. Todos le dan vuelta, maravillados por su fuerza y belleza, y Momo se mantiene al margen, callado, mirando. Cuando todos los halagos terminan pide la palabra, da su habitual discurso y ataca: en realidad, dice, Poseidón ha cometido un error terrible dotando el toro de cuernos puestos encima de los ojos, porque de ese modo el pobre animal nunca podrá ver lo que embiste. Otro dios, no recuerdo cuál, presenta su invento: la casa. Momo se comporta como de costumbre, calla, observa, analiza  y luego pide la palabra: la casa no dispone de ruedas, y eso es un error, porque de tenerlas se podrían evitar con facilidad a los vecinos problemáticos, que al parecer también se originaron en la Antigua Grecia. La roulotte no fue un invento de Raymond Roussel sino de Momo.

Pocas cosas podían evitar la crítica de Momo. Por ejemplo, en la Antigua Grecia, para hablar de las esculturas de Praxíteles, se decía que al verlas “hasta el propio Momo se echaría a llorar”. En un famoso poema de la literatura griega antigua, Cipria, se le atribuye a Momo haber sido el inspirador de la Guerra de Troya para reducir la población humana. Llegado un momento su presencia en el Olimpo se vuelve intolerable y es expulsado. Leon Battista Alberti (1404-1472) en Momo o el príncipe cuenta la historia del dios luego del exilio. Como era de esperarse, sus críticas no se detienen por eso. Júpiter, harto, ata a Momo a una roca y lo hace castrar. En el siglo XVI Erasmo lo presentó como el prototipo de quien critica a las autoridades en toda circunstancia. Para Erasmo los dioses del Olimpo son divertidos, pero el único útil es Momo. Cinco siglos después opinamos lo mismo.