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Lecturas feministas

Pulo ahora mi feminismo leyendo a Sara Gallardo. Referencia para mí primordial de saber hacerse un nombre, de saber hacerse un lugar (hacerse un nombre, sin obtenerlo por delegación; hacerse un lugar, sin obtenerlo por cupo); de tener un brillo propio y no quedar a la sombra de nadie (por lo pronto, y por ejemplo, a la sombra de Héctor Murena, quien fue su marido).

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Pulo ahora mi feminismo leyendo a Sara Gallardo. Referencia para mí primordial de saber hacerse un nombre, de saber hacerse un lugar (hacerse un nombre, sin obtenerlo por delegación; hacerse un lugar, sin obtenerlo por cupo); de tener un brillo propio y no quedar a la sombra de nadie (por lo pronto, y por ejemplo, a la sombra de Héctor Murena, quien fue su marido). Los oficios, libro que acaba de sacar Editorial Excursiones, recoge, como antes recogía Macaneos, buena parte de su obra periodística. Lucía de Leone subraya, en el prólogo de este volumen, y subraya además en la elección del título de la compilación, la importancia de la dimensión del trabajo como impulso primordial para toda esta escritura.

En un artículo de abril de 1967, es decir, de hace más de medio siglo, que apareció en la revista Confirmado, Sara Gallardo se ocupa del tema del trabajo de las amas de casa: esos varios “oficios no reconocidos”, y por ende no remunerados, ¿cuánto valen? ¿En cuánto se tasan? ¿Qué salarios supondrían? Pone en cifras el valor de ese “oscuro trabajo femenino en el hogar”, para dar visibilidad a ese esfuerzo invisibilizado (no es obtusa ni se pliega a antinomias inconducentes: se ocupa también de los hombres, choferes de hecho o lavadores de autos; pero la carga, en cualquier caso, resulta visiblemente asimétrica).

Esta intervención filosa y contundente resuena en otra, muy cargada de ironía, que publicó en el diario La Nación en enero de 1986. Allí retrata con acidez un perfil de lo femenino: “Las argentinas cuando viajan por Europa lo primero que se compran es un sombrerito de ala pespunteada. Saben usarlo y les sienta bien. En la Argentina no se atreven”. Mordaz con la tilinguería al uso en ciertas clases sociales, buena parte del encanto de lo que escribe Sara Gallardo responde al modo en que puede dirigir esa mordacidad también hacia sí misma: “Yo también, antes, volvía a Buenos Aires con mi compra, y la estrenaba; al primer grito desde un camión iba a parar al bolsillo”. ¿Piropo o escarnio? Los hombres del camión y la mujer recién llegada de Europa componen una escena en la que Gallardo imprime su fuerte ironía, sobre todo si se la lee desde aquel otro texto punzante, enfocado en el trabajo y el dinero, la dependencia y la explotación. Concluye el párrafo: “Las feministas argentinas deberían iniciar su plataforma con el derecho al sombrero por las calles”.

Pero nunca es tan aguda y tan sutil Sara Gallardo en sus críticas a que las mujeres queden subsumidas en un hombre, existentes por un hombre, sostenidas por un hombre, como cuando, en la crónica de un entierro memorable en un cementerio de la ciudad de Ginebra en agosto de 1986, menciona a una tal “María Borges”. “María Borges”: dice así. Y con eso, como puede advertirse, queda todo dicho.