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el adn del futbol

Todo está guardado en la pelota

La Cury es una piba que vive en la villa 31 y juega a la pelota. Es el espacio que encontró para escapar de las penas. Cada año su equipo viaja al interior del país para participar de torneos nacionales. En una excursión a Salta la Cury busco a su abuela, a quien no conocía. Este relato es la crónica de ese encuentro revelador.

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La Cury es una piba que vive en la villa 31 y juega a la pelota. Es el espacio que encontró para escapar de las penas. Cada año su equipo viaja al interior del pais para participar de torneos nacionales. | Salatino

Yanina Brandan, para el barrio y las pibas La Cury, vive y se expresa con el fútbol. De pocas palabras, de mirada intensa, entiende el juego como todas y todos los que saben. Antes de recibir la pelota ya pensó lo que va a hacer y se sonríe. Ese gesto es mal augurio para sus rivales. Si La Cury se ríe, la jugada termina en gol. Denlo por hecho.

Creció entre los pasillos de la Villa 31, atrás de las vías del ferrocarril y el ir y venir de los micros de la Terminal de Retiro. Como les pasa a muchas y muchos, el fútbol resultaba la alegría posible, el lugar donde se terminaban las penas por un rato para poder ser alguien. Cury, la de pocas palabras, tiene en los pies un repertorio incomparable, infinito, inagotable. Es de esas jugadoras que no se sabe qué va a hacer. Capaz camina la cancha un rato largo buscando una pelota amiga, una jugada como una puerta que se abre, alguien que se olvida algo. Está claro: si la estás marcando y te dormís, Cury te madruga. La vas a buscar adentro del arco.

Al barrio llegó el fútbol para mujeres, la lucha y la organización. Cury fue parte de esa historia casi desde los inicios, cuando hubo que ocupar la cancha, discutir de igual a igual con los varones por el horario a fuerza de armar picados cada vez más grandes, sin dejar pedazo de cancha descubierto. Con convicciones y cabeza levantada, principios fundamentales para que el juego de fútbol sea posible, Cury y todas sus compañeras hicieron historia en el barrio y en ese rectángulo de tierra y cascotes marcado con líneas de cal desdibujadas por la lluvia y el viento. Tuvieron presencia y superioridad numérica. Cuidaron la pelota si las condiciones no las favorecían y a fuerza de toques, paciencia, orden, buscaron el mejor momento para atacar. Ahora, orgullosas dicen a quienes quieran escuchar: “La cancha es nuestra”.

Todos los años las pibas se organizan para viajar a los encuentros nacionales de mujeres. Ahí también sacan pecho y cuentan la victoria en la cancha, comparten, juegan, se ríen, marchan y son parte junto a muchas otras de distintos lados, armando red y ejerciendo derechos que las multiplican, por eso cada vez son más.

Un año, hace un tiempo ya, el Encuentro se celebró en Salta. Importante para muchas de las jugadoras del barrio. Era el primero. Con los nervios propios de un debut en Primera, Cury supo al instante que ese Encuentro podía llegar a significar mucho para ella y su familia. Como en la cancha, se dio cuenta antes que nadie. Puso la pelota debajo de la suela y soñó despierta. Conversó con su mamá, preparó el bolso, la ropa para jugar, la comida para el bondi con promesa de larga travesía, el parlante reproductor de música, su música infaltable en los viajes, y convencida, como cuando juega, se repitió para adentro apenas cuatro palabras: “La voy a encontrar”.

De Salta es Silvia, la mamá de Cury. Ahí, ella sabe, existe una parte importante de la historia de las mujeres de su familia, de su forma de ser, de sus raíces. Apenas relatada en algunas oportunidades en sobremesas. Cury había aprendido de los silencios extensos de Silvia el desarraigo, la tristeza de la lejanía, la desesperanza. Emociones que se hacen moneda corriente y con el tiempo se acumulan, se amontonan como piedras. Había una abuela, la mamá de Silvia en Salta. Y, como cuando tomaba decisiones en la cancha, Cury ya sabía que tenía la oportunidad de pisar la pelota y gambetear la incertidumbre. Y en una de ésas el arco podía abrirse y todo cobraría sentido. Como en el fútbol.

Por supuesto, es domingo cuando Juli, entrenadora de La Nuestra, y Cori, psicóloga también parte del equipo, deciden acompañar a Cury desde Salta Capital hasta el pueblo donde la abuela puede estar desde hace más de veinte años sin conexión alguna con la familia que vive en Buenos Aires, Retiro, sin saber de su hija Silvia ni de sus nietas, nietos y bisnietos. Solo llevan su nombre, Tránsito Aguirre, y el de un pueblo, Villa San Lorenzo.

Salen en micro las tres. Cury no habla, no puede. Solo mueve nerviosamente las manos porque no tiene una pelota en los pies. Un rato de viaje que se hace eterno en medio de un camino lleno, repleto de ceibos en flor, campo y perfume de vida y libertad. Llegan y encuentran la comisaría, un lugar para empezar a preguntar. Al principio la gorra mira con desconfianza. Tres mujeres de distinta edad y distintos tonos de voz preguntando por alguien. No puede calibrar de qué se trata. Hasta que al final, de un patrullero baja otro que sabe e indica un camino. Y ahí van las tres apretadas en un lazo construido desde la cancha, compartiendo miles de emociones y con fe inclaudicable. Como cuando se juega.

Llegan a una casa posible, según las indicaciones. Golpean. Una mujer sale. No pronuncia palabra. No necesita. Mira a Cury intensamente con ojos negros, con convicciones, de pie y erguida después de miles de batallas. Extiende los brazos. Ella también sabe. Se abrazan. Lloran mucho, lloran tardes, noches sin saberse, lloran silencio, desencuentro y en ese gesto rompen todo y traspasan el tiempo y ahora están ahí juntas. Nadie puede saber cuánto dura ese abrazo que viene a reparar tanto. Historias de tantísimas familias que se separan buscando otros destinos, formas de supervivencia, estrategias para ganarle a la pobreza.

Juli y Cori se van para dejar a Cury viviendo ese rato con su abuela. Y ahí la 10, la Cury de Retiro ve la jugada completa. La abuela juega al fútbol. Organiza torneos, armó canchas cerquita de la casa. Los domingos son días de partidos. Se abrazan más. ¿Cómo no le iba a gustar tanto el fútbol a Cury? ¿Cómo no va a tener un repertorio en los pies y tanto silencio que explica todo? Las mujeres también tienen historias de pelota para contar, esa trama que explica amor, pertenecer y celebrar. El juego mismo. Todo está guardado en la pelota y nadie lo puede robar. Cury se seca las lágrimas y se sonríe porque sabe. La va a mandar a guardar. Como los goles que no para de festejar en la cancha de Güemes de la 31.