En la ciudad donde nació Jesús se habla árabe. Belén es una ciudad palestina de montaña, sobre los montes de Judea. Hoy pertenece a la conflictiva región de Cisjordania que, desde 1995, administra el Estado Palestino. Sólo viven en esta lugar unas treinta mil personas, que se reparten en mitades iguales entre la comunidad musulmana y los cristianos, mayormente del culto ortodoxo.
Centro religioso y de peregrinación mundial, la ciudad conserva conventos latinos, templos griegos y muros franciscanos y armenios; campanarios; jardines históricos; y una ruta de peregrinación para varios credos. Los judíos la llaman Bet Léhem («Casa del Pan») siguiendo la tradición del Antiguo Testamento, y en ella veneran la tumba de Raquel (esposa del patriarca Jacob). Los cristianos buscan en Belén la Casa de José, a donde los Magos de Oriente llegaron para adorar a Jesús, recién nacido (sí, era un establo prestado, humilde, ya la Familia Sagrada estaba aquí “de paso” y la mayoría de la población criaba cabras).
Belén perteneció a Siria, Egipto, el imperio otomano, Gran Bretaña e incluso las Naciones Unidas. A principios del siglo XX, la población huía como podía y llegó a tener poco más de seis mil habitantes. En 1967, Israel la ocupó durante la Guerra de los Seis días, cuando tomó Cisjordania, como sucede hasta hoy, y amuralló la ciudad, algo que hizo disminuir el turismo, el principal ingreso municipal.
Belén no tiene costa, pero las playas de Tel Aviv sobre el Mediterráneo están a 77 kilómetros.
La ciudad vieja corona el centro y es un colmenar de ocho barrios en torno a la plaza Manger. Varios de ellos son cristianos, por más que los nombres árabes engañen: al-Najajreh, al-Farahiyeh, al-Anatreh, al-Tarajmeh, al-Qawawsa y Hreizat. Y al-Fawaghreh es el barrio musulmán. Dentro de la ciudad, también hay campos de refugiados palestinos y otro de exiliados sirios y turcos.
La Navidad 2020 no será fácil. Con videos de actores famosos y gastronomía gourmet, la Municipalidad intenta atraer turistas para levantar los estragos de la pandemia.
"El amor de Dios llena este lugar santo, para decirnos: no tengan miedo, estoy con ustedes, todo esto pasará y yo seguiré. A veces, más de medio millón de personas venían a la basílica durante las Fiestas de Fin de Año, pero este año con el coronavirus, hay muchas restricciones sanitarias. Hay menos comercio, pero más religión", dice a la Agencia AFP Rami Asakrieh, el cura de la Basílica de Belén, el punto neurálgico de la Ciudad Santa.
Este año, la noche del 24 de diciembre no habrá misa de Nochebuena presencial en la basílica; ni dirigentes palestinos encabezados por el presidente Mahmud Abas. Sólo será con sacerdotes y retransmitida a todo el mundo. Las naves estarán tan vacías como la ciudad sin turistas. Los vendedores ambulantes no tendrán a quiénes venderles sus chucherías.
En diciembre del año pasado, cientos de micros estacionaban fuera de la ciudad que amuralló Israel y de ellos bajaban legiones de turistas que se daban codazos para ver la roca exacta en donde –dice la tradición local- nació Cristo, el punto en el que luego se construiría la Basílica.
La economía local está por el piso. "No hemos vendido nada desde hace nueve meses, y en los últimos días sólo algunos artículos por 170 séqueles israelíes (53 dólares)", cuenta angustiado Georges Baboul, sentado delante de su tienda, esperando un milagro. Hace 60 años que estoy en este negocio y nunca en mi vida había visto algo así, ni siquiera durante las revueltas palestinas”, lamenta el hombre que ya pasó los setenta aunque parezca muchos más. Aquí todos se ven más añejos.
"Navidad es la fiesta de la alegría y de la paz para todos los pueblos, pero este año, por la pandemia es todo depresión", se queja un árabe cristiano.
"Esperamos que el Señor destruya el coronavirus y que podemos volver a nuestra vida anterior", anhela. Belén se encuentra tan solo 10 km al sur de Nazaret y es aquí donde nació Jesús porque, cuando María estaba embarazada, el emperador Augusto ordenó que todos los habitantes del Imperio Romano se dirigieran a su lugar de nacimiento, para empadronarse. José había nacido en Belén, porque era descendiente del rey David, el ciudadano más ilustre que había dado esta pequeña y antigua ciudad de Canaan, entre el río Jordán y el Mediterráneo, fundada en el 3.000 antes de Cristo. David, precisamente, fue el que hizo nacer el estado de Israel de la semilla de este pueblo pastoril, en el siglo X antes de Cristo.
Los evangelios de Mateo y Lucas dan fe de que aquí nació Jesucristo; exactamente en el lugar donde el emperador Constantino I hizo construir la Basílica de la Natividad, en el 339. Luego pasó a manos de los bizantinos y una revuelta popular acabó con el sitio santo. Justiniano, sin embargo, la reconstruyó en el siglo VI.
Los mosaicos del pavimento sobrevivieron de milagro a la incursión de los persas, un siglo más tarde, pero trece siglos no pasaron en vano y en 2012 el sitio fue declarado Patrimonio de la Humanidad “en peligro” por Unesco.
Años más tarde, el organismo elogió “la alta calidad de las obras de restauración realizadas en el tejado, las fachadas exteriores, los mosaicos y las puertas de la iglesia" y dejó de considerarlo en peligro.
Por eso, la Capilla de Santa Catalina, junto a la Basílica, reabrió sus puertas, pero para nadie. Desde adentro viene el rezo de cuatro monjes que lanzan sus lamentos en armenio. Sus voces rebotan contra las paredes vacías y se mezclan con el incienso.Al no permitirse turistas extranjeros por la pandemia, tampoco tendrán permiso para visitar Belén los cientos de cristianos que viven en la Franja de Gaza, territorio palestino que también está bajo el bloqueo israelí.
Las mezquitas, que están bajo control de Hamás, corren la misma suerte que las iglesias cristianas: también están cerradas.
Este año, la Navidad de Belén será sin gente, con más súplicas y misas por internet.
CP