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Museo de cera

Madame Tussaud, la revolución francesa y el marketing del horror

Aunque siempre fue monárquica, para salvar el pellejo durante los días que sacudieron París en 1789, Madame Tussaud moldeó en cera las máscaras mortuorias de los revolucionarios guillotinados, pero también de Luis XVI y María Antonieta, sus anfitriones en el Palacio de Versalles.

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Madame Tussaud, vinculada a la revolución francesa | Twitter

Si decimos “Madame Tussaud”, todos pensarán en las figuras de cera de las celebridades que exhiben los museos homónimos de todo el mundo. Sin embargo, el primero fue el de Londres, inaugurado en 1835, pero no todo lo que había en él le pertenecía a Madame Tussaud. 

El éxito y los años hicieron que el Museo Madame Tussaud tuviera sus réplicas y se extendiera por otras 22 ciudades del mundo: Ámsterdam, Bangkok, Berlín, Blackpool, Hollywood, Hong Kong, Las Vegas, Nueva York, Shanghái, Washington, Viena y muchas más.

Sin embargo, Madame Tussaud no era británica, tenía otro nombre y su historia está asociada al terror de la revolución francesa.
Si Germaine de Staël era la enemiga de Napoleón Bonaparte, Madame Tussaud fue la de varios revolucionarios e incluso la de Luis XVI y María Antonieta de Austria, aunque en el fondo de su corazón ella fuera monárquica. La diferencia entre ambas damas es que una combatía con la pluma y la otra, con la cera

 

Sangre por cera de Tussaud


Eran los tiempos de la revolución francesa y, para sobrevivir, había que adaptarse. Dos días antes de la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, cuando la historia de Occidente cambiaría para siempre, Madame Tussaud vio que la chusma recorría las calles de París portando banderas negras y los bustos de cera de los grandes héroes populares de entonces, los que ella misma había inmortalizado en el atelier de su maestro: Eran las cabezas de Necker, el ex ministro de Finanzas del rey Luis XVI, y de Luis Felipe duque de Orleans. 

 

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Madame Tussaud en plena tarea.

Pero no tenía mucha importancia, ya que por entonces el pueblo no la conocía. Es más, la futura Madame Tussaud sólo era entonces Marie Grosholtz, una aprendiz en el atelier de Philippe Curtius, un médico antatomista alemán que había resignado el ejercicio de la medicina en pos de una notable habilidad para fabricar modelos anatómicos para los futuros médicos. 

Marie lo llamaba "tío", pero él la trataba como a una "hija". Según algunos rumores de los corrillos de la historia, Marie era su hija y su madre, Anne-Marie Walder, el ama de llaves del médico. La mujer, de todos modos, le había dicho que su padre, el militar Joseph Grosholtz, había muerto en combate durante la guerra de los Siete Años, justo dos meses antes de que la niña naciera, en Estrasburgo, al noreste de Francia, el 1 de diciembre de 1761. 

Si a datos confirmados nos referimos, estamos en problemas, porque casi todo lo que se sabe sobre Madame Tussaud poroviene de las memorias que recopiló una amiga, en 1838, y que llegarían a la imprenta cuarenta años más tarde.

En ellas hay varias inconsistencias. Dice que tiene origen noble, que nació en Berna y que durante un tiempo vivió en el palacio de Versalles con la familia real, cuando era la maestra de arte de la princesa Isabel Filipina María Elena, la hermana menor del rey Luis XVI. Por eso, dibujar los trazos de su vida resulta tan escurridizo como manipular la cera. 

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María Antonieta, de anfitriona en Versalles a molde para el museo.

 

Haya pernoctado o no en el palacio de Versalles, en sus memorias Tussaud recuerda a su alumna real como una persona muy bondadosa, caritativa y católica. A tal punto que –dice- sus modelos preferidos eran las imágenes de cera de Jesucristo, la virgen María y algunos santos.

Por eso, la maestra, aún Marie Tussaud para todos, fue testigo de galas en los jardines, bailes despreocupados y veladas palaciegas para agasajar a las visitas extranjeras el seno de la nobleza francesa. Ajena a la olla presión que estaba por destaparse en París, el all inclusive de las vacaciones versallescas de Madame Tussaud tenía los días contados.


Comienzo del horror


Parece indudable, en cambio, que el mecenas francés Luis Francisco I de Borbón, príncipe de Conti, convenció a Philippe Curtius que se trasladara a París con una carta de recomendación para algunos nobles vanidosos que querrían contar con sus rostros inmortalizados en cera. Así fue como Curtius llegó a la capital de Francia en 1765 y dos años más tarde, llegarían Anne Marie y su hija, Marie, de sólo 6 años.

En París, a Philippe Curtius le llevó muy poco tiempo codearse con los ricos, tener trabajo y recibir en su casa a las personalidades del momento.  

Marie era una alumna diestra en ceroplástica  y el primer busto de cera enteramente realizado por ella fue el de Voltaire, en 1776. Luego, siguieron Jean Jacques Rousseau y Benjamin Franklin, el inventor que por entonces era una especie de diplomático estadounidense en Europa. Todos ellos pasaron por la casa de Curtius.

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Las primeras muestras, patrocinadas por la familia real francesa.

 

Luego de una primera muestra de bustos de figuras conocidas, auspiciada por la casa real con tickets de 6 centavos, Curtius inauguró en 1782 una segunda exposición sobre el Boulevard du Temple. Y esta fue la que decididamente inspiraría los futuros trabajos de Curtius y su heredera: la Caverna de los Grandes Ladrones, una galería de criminales que, por sus aristas filosas, luego sería precursora de La cámara de los horrores, la sala que en su propio museo londinense Tussaud dedicaría a los guillotinados de la Revolución francesa, como Maximilien Robespierre, Jacques Hébert, Jean-Baptiste Carrier, Antoine Fouquier de Tinville, Jean Paul Marat, los monarcas depuestos Luis XVI y María Antonieta de Austria. Todos ellos habían sido ejecutados con la guillotina durante el agitado fin del siglo XVIII.

La propia Madame Tussaud había creado los modelos de los decapitados a partir de las cabezas sangrantes que los mismos revolucionarios le entregaban, recogiéndolas aún tibias del patíbulo, para que con ellas la artista confeccionara las máscaras mortuorias. Todos esos ajusticiados, a quienes Marie había conocido en vida, terminaron en sus manos, y gracias a ellos Marie tendría un negocio que sería millonario.

Al morir el doctor Curtius, en 1794, Tussaud heredó su casa, el local de la galería en Boulevard du Temple y toda la colección de cera que había en él.

En 1795, Marie se casó con el ingeniero Fançois Tussaud y el matrimonio tuvo dos hijos, Joseph y François. El arte parecía haberse enfriado tanto como los rostros de esos hombres que ahora sólo vivían en sus ceras. Sin embargo, un día conoció a un alemán, Paul Philidor, y su vida tomó otro giro repentino.

 

Ceras y fantasmas

 

Philidor era un ilusionista de la linterna mágica, un mecanismo que se consideró un antecedente del cine y que, con un  haz de luz, proyectaba sobre un telón blanco, las imágenes impresas en vidrio. El alemán convenció a Madame Tussaud de que la combinación de sus ceras horroríficas con las luces fantasmales que desprendía su aparato mágico los haría ricos. 

Madame Tussaud aceptó, y en 1802 se fue con el marido y el mayor de sus hijos a montar un espectáculo conjunto en el teatro del Liceo de Londres. Sin embargo, la magia del cine era aún muy inmadura para encandilar a la sociedad y MadameTussaud dejó al alemán, el marido la dejó a ella, y ella cargó sus bustos de cera a un carruaje para recorrer Inglaterra, Escocia e Irlanda con un espectáculo tenebroso, en salones alquilados, que daría por inaugurado el marketing del horror by Tussaud.

El nuevo formato atraía sobre todo a los ricos y Madame Tussaud se había convertido en el sostén de la familia, hasta que en 1817 se separó formalmente de su marido, los hijos se quedaron con la madre, en Londres y François, devenido carpintero, sumó brazos y piernas a los bustos de la jefa de familia y el horror pasó a ser un negocio familiar.

 

La Reina Victoria y su cuota para el horror


En 1835, Marie y sus hijos instalaron su colección en Baker Street. Aunque las ejecuciones ya no eran públicas, el mix de la revolución francesa, los asesinos famosos y la violencia policial eran redituables en la "Cámara del horror", el salón más concurrido.  

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Sede central en Londres y más de 20 sucursales en todo el mundo.

 

Sin embargo, el museo “explotó” cuando, en 1837, la reina Victoria permitió que los Tussaud modelasen su figura en cera, con las galas de su coronación.

Marie Tussaud vivió 88 años y cuando murió fue enterrada en la iglesia católica de Cadogan Street. En 1884, su nieto Joseph mudó la exposición á donde se encuentra actualmente, sobre la calle Marylebone. Un incendio de 1925 y las bombas de la Segunda Guerra Mundial destruyeron muchas figuras, pero aún hay piezas históricas, las originales, que se suman a otras más populares y menos cruentas que las que le dieron sus primeras largas décadas de vida.

DS