La iglesia católica dijo que Moliére era “el demonio en sangre humana” y toda la corte de Versalles, comenzando por la propia madre de Luis XIV, Ana de Austria, lo consideraba su peor enemigo. Para el Rey Sol, sin embargo, fue el único hombre que lo hizo reír.
Lo cierto es que Molière ridiculizó a la iglesia, los curas, los nobles, los nuevos ricos, los médicos, los arribistas, los escritores, las mujeres, los actores e incluso los cortesanos.
Moliére escribió “en cuotas” una de sus mayores piezas teatrales, Tartufo que finalmente pudo estrenar en su tercera versión en 1669, con sus cinco actos completos, tras reescribirla (léase “suavizarla”) tres veces en diez años y dotándola del final feliz que la sociedad esperaba.
La condición humana según Molière
En Tartufo, el hereje Molière, que había recibido una esmerada educación jesuita en un colegio de Clermont, (actual liceo Louis-le Grand) destrozaba la escasa franqueza de las costumbres católicas.
Cuando Luis XIV lo puso a cargo del departamento de comedias de Versalles, en Don Juan (1665) Molière le dio lindo y parejo a un infiel seductor sin escrúpulos (cualquier parecido con el libertinaje de Versalles es pura coincidencia).
¡El! ¡Justo él que veintidós años antes se había enamorado de la directora de la primera compañía que confió en sus dotes de comediante, Madelaine Béjart, diez años mayor que él y con quien –se decía- había tenido una hija, Armande Béjart, que convertiría en su esposa en 1662, a pesar de los 20 años que los separtaban, el ADN dudoso, y justo para el estreno de La escuela de las mujeres, que criticaba una educación francesa que cosificaba al sexo débil.
Reservó para El misántropo (1666) el sabor amargo de haber sido abandonado por Armande Béjart luego de haber concebido su primer hijo, Luis, cuyos padrinos de bautismo no fueron sino el mismísimo Rey Sol y su esposa Henriette de Inglaterra, con la desgracia de que la criatura habría de morir poco después.
El discreto encanto de ser Molière
En El avaro, unos años más tarde (1668) descargó ácidamente su lengua mordaz contra la usura de los nuevos ricos, para quienes el dinero era más importante que los lazos del corazón.
En El burgués gentilhombre (1670) describió la candidez sin malicia del hombre que, como hubiera dicho Pepe Biondi “nació para pito pero nunca llegaría a corneta”: un comerciante ingenuo, tosco y con mucho dinero que, por más que se esfuerce, nunca aprenderá.
Molière representó Tartufo 44 veces y eso significaba un rotundo éxito en el siglo XIX, para un dramaturgo que era el hijo del tapicero del rey, un abogado sin vocación y, él mismo, un mal heredero de la profesión de su padre como empleado en la tapicería de Versalles, que desempeñó durante un año para meterse en palacio.
El 17 de febrero lo recordaron en varias partes del mundo como el dramaturgo más prominente de la literatura francesa clásica, un título que nadie pudo disputarle.
Molière, de Versalles al entierro sin pompa
Molière fue poeta y autor de tragedias, pero tenía una chispa innata y descolló en dos áreas. Primero, la comedia: tenía una chispa innata que fascinaba a Luis XIV, quien siempre lo defendió de las críticas más voraces. Segundo, los ensayos y las piezas de Molière le permitieron a Luis XIV, el rey Sol, entreabrir un poquito la hendija y pispear qué decían las voces del pueblo, esa chusma que quedaba tan lejos de su microcosmos.
Jean-Baptiste Poquelin, apodado Molière, nació (1622) y murió (1673) en París, y toda su actividad teatral la desarrolló bajo el reinado longevo de Luis XIV, que estuvo 72 de sus 76 años de vida a cargo de la corona de Francia, entre 1643 y 1715.
Tras 7 años de lucha inútil contra la tuberculosis reservó para su última pieza teatral, El enfermo imaginario (un exitazo de 1673) un rosario de críticas y apostillas contra la ignorancia de los médicos del siglo XVII, el abuso de los remedios inútiles y los títulos comprados.
El 17 de febrero de 1673, Molière no tuvo que esforzarse demasiado para reprensentar el papel de Argan: se desvaneció en el escenario, la función se interrumpió y murió antes de llegar a su casa.
Dado el "buen" crédito que tenía entre los curas, su esposa Armande no encontró un solo sacerdote que le diera la extremaunción o siquiera un responso, pero sí consiguió que Luis XIV autorizara un funeral nocturno para el hombre que más lo había hecho reír. Fue, eso sí, sin pompas ni cortejo en el cementerio Saint Joseph, a donde se enterraba a los niños que morían sin haber sido bautizados; es decir, lejos de la gracia de Dios.
El discreto encanto de un artista
Los actores, por otra parte, según la costumbre y la legislación vigente, no eran personas “aptas” en los cementerios franceses.
El 21 de octubre de 1680, Luis XIV fundó, en honor a Molière, la Comédie Française, la pomposa sala teatral que aún consagra su cartelera a las piezas más representativas del teatro clásico francés, con Molière a la cabeza.
Trescientos cuarenta y nueve años más tarde, resulta al menos curioso que el actor, escritor y dramaturgo que fue acusado de moralista hubiera sido también, en igual proporción acusado de falta de moral.
«No sé si no es mejor trabajar en rectificar y suavizar las pasiones humanas que pretender eliminarlas por completo», escribió Molière. Tal vez quiso hacer propio lo que habían pedido los latinos “castigat ridendo mores” (“corrige las costumbres, riendo”).
Su tumba fue varias veces profanada y lo enterraron con este epitafio:
- “Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien”.
Molière, artista sin filtro
Sus varias obras siguen ahí, hablando por boca de Molière, y cada quien dirá si algún parecido con la realidad sigue siendo una coincidencia. A modo, de ejemplo, algunas de las cientos de frases que pronunció a través de sus personajes:
- “Un vicio que está de moda viene a ser como una virtud" (Don Juan)
- “El oro hace que lo feo sea hermoso” (El avaro)
- “Pecar en silencio es como no pecar” (Tartufo)
- “Todos los hombres son semejantes en sus palabras; solo sus acciones los hacen diferentes entre sí” (El avaro)
- ”Lla hipocresía es un vicio privilegiado que amordaza todas las bocas con su mano fuerte y goza en paz de una impunidad soberana” (Don Juan).
- “La amistad requiere algo más de misterio: y es, seguramente, profanar su nombre el querer usarle en toda ocasión” (El misántropo)
- “Con qué facilidad una se deja persuadir por quien ama!” (El avaro)
- “Casi todos los hombres mueren de sus remedios, no de sus enfermedades”. (El enfermo imaginario)
- “Al pobre le faltan muchas cosas; al avaro, todas” (El avaro)
MM/JFG