Muchos análisis preelectorales de políticos, periodistas y consultores de peso coincidieron en señalar que lo verdaderamente importante de estas elecciones es el día después. O sea, cómo reaccionarán el Gobierno y la oposición ante los resultados, y si estará empezando la campaña presidencial de 2023 o se entrará en un espacio de racionalidad reflexiva de la dirigencia en su conjunto para buscar respuestas concretas a la grave realidad de los argentinos. Se trata de una mirada engañosa basada en el punto de vista de los representantes, como si la opinión de los representados fuese apenas un trámite.
La votación de hoy será un indicador invalorable para entender de un modo multidimensional dónde está parada la sociedad argentina, su maltrecho estado de ánimo y el prisma con que está mirando hacia el futuro. Parece natural que la realidad sea vista desde la lógica de los ganadores y los perdedores. Sólo que de tanto mirar las cosas desde el ombliguismo dirigencial, la política generó una distancia tal con la base social, que es la verdadera grieta que padecemos en espejo con la que separa a la mitad que viene zafando frente a la otra mitad que está en la lona.
El presidente Alberto Fernández votó en Puerto Madero: "No tengo previstos cambios de Gabinete"
Para que el lunes 15N tenga un sentido de algún modo auspicioso, debe interpretarse bien -acaso como nunca antes- este domingo 14N desde el lado de la demanda y no desde la oferta.
Ya no hay cheques en blanco, porque nadie representa establemente a nadie. Nuestro sistema político está estancado en un empate permanente entre coaliciones inestables tanto en la preferencia de la población como en sus equilibrios internos. El peor escenario para mañana consistiría en un Gobierno débil, un frente oficial partido en Alberto o Cristina y una oposición poniéndole todo a la contradicción Macri-Larreta, Milei mediante.
El peso de las encuestas ante esta general parlamentaria fue marginal. Eso sí es natural. Y por dos razones: porque la mayoría falló para las PASO y las propiar primarias funcionaron como una gran encuesta irrefutable. La impresivibilidad de hoy, entonces, sería menos imprevisible que el 12 de septiembre. El tema es si las diferencias se achican o se agrandan en función de una mayor concurrencia, la simplificación de candidatos y lo que puedan haber influido las medidas gubernamentales o las estrategias de los rivales.
Al Gobierno se lo vio como grogui, golpeado en la autoestima y en la convicción. A los rivales, re-obsesionados con CFK para sintetizar un objetivo posible: quitarle mayoria en el Senado.
Sería deseable que ambos polos se peleen con sus propios ensimismamientos. Será el modo de que el 15N comience algo más trascendente que este hartante ping-pong de ciegos, sordos y gritones.