El General San Martín nació hace 244 años en Yapeyú, un 25 de febrero. La noticia que parece lejana se aproxima en siglos y kilómetros cuando se ve al 10% de Corrientes, la provincia natal del héroe mayor de la patria, arder en llamas, devastada.
Sin embargo le tocó al mismo San Martín recibir la triste noticia de la primera tremenda devastación de su ciudad natal, en 1817, apenas cinco años después de haber decidido regresar al país.
El Libertador San Martín tenía entonces 39 años, cruzaba las cordilleras más elevadas del continente americano, triunfaba en la batalla de Chacabuco y entraba vencedor en Santiago de Chile.
Ese año de 1817, las tropas portuguesas incendiaron y arrasaron varias poblaciones misioneras y a Yapeyú, que para entonces ya era la ciudad capital de todas las Misiones, con 5.500 habitantes, le tocó ser de la partida. De esa Yapeyú quedó entonces una ruina que con el tiempo sería tragada por la selva.
Esa era la razón por la cual a su padre militar le habían pedido trasladarse a Corrientes, para defender la ciudad de Yapeyú –a metros de la frontera con Brasil- de los ataques portugueses.
Curiosamente, de ese ataque invasor de 1817, fue la salvaje selva paranaense la madre tierra que terminaría protegiendo en su vientre la casa natal de José de San Martín, la que hoy puede visitarse en forma gratuita y tiene excelentes guías de turismo.
Corrientes, la patria salvaje
Los jesuitas habían fundado Yapeyú el 4 de febrero de 1627, cuando sólo tenía tres casas y cien indios. La reducción se llamó Nuestra Señora de los Tres Reyes de Yapeyú y estaba sobre el río del mismo nombre, el actual río Uruguay. Esto la convertía en un enclave privilegiado. Y su trazado fue con esmero, porque allí viviría el superior de los misioneros jesuitas.
Por esas mismas razones, los portugueses la querían para su territorio y contrataban tribus de yaros, minuanes y charrúas para que avanzaran sobre Yapeyú como hordas temerarias, saquearan estancias, quemaran cosechas y robaran animales de cría.
Cuando los jesuitas se fueron en 1767, obedeciendo la orden de expulsión del rey Carlos III, alquien tendría algún día que hacerse cargo de Yapeyú. Recién siete años más tarde, cuando el éxodo poblacional se llevó la mitad de los 89.000 habitantes, le dieron al militar español Juan de San Martín –padre del futuro prócer- la orden de dejar la estancia jesuítica que administraba en Uruguay (Banda Oriental) y lo ascendieron a Teniente Gobernador.
El “abuelo de la patria” llegó solo a Corrientes, pero dos años más tarde, el gobernador de Misiones le recomendó casarse con una "doncella noble”, ya treintañera, y le señaló a Gregoria Matorras, sobrina del conquistador del Chaco, Jerónimo Matorras.
Juan de San Martín le obedeció. Mientras él ponía orden en el Cabildo, espantaba a los portugueses, atemorizaba a los minuanes y recuperaba Yapeyú, que supo ser la mayor productora de ganados del virreinato, y una fábrica de instrumentos musicales de renombre en toda América (arpas, violines, trompas, cornetas, etc), su joven esposa, Gregoria Matorras, criaba s sus cinco hijos.
José Francisco de San Martín y Matorras, el menor, nació en Yapeyú el 25 de febrero de 1778.
San Martín, héroe correntino
Cuando al Teniente Gobernador lo trasladaron a España, El Libertador San Martín tenía solamente seis años y aunque hoy se piense que, al regresar a los 34 años, en 1812, era más “gallego” que argentino, no era así en absoluto.
Al irse se llevó varios recuerdos: los repiques de campanas en la iglesia de la Compañía de Jesús; la mansión familiar cerca del río; una infancia con las comodidades que podía darse un gobernador; la plaza sembrada de altísimos ejemplares del urunday nativo; las palmeras gigantes que le daban sombra, la higuera que elegía para ir a jugar –¡y que en el siglo XXI aún siguen ahí!-.
La escuela pública de Yapeyú le dio al futuro Libertador de la Patria, el ABC de su personalidad. Allí tuvo sus primeros amigos, los mestizos. Sí, según documentos de época sus primeros amigos fueron los hijos de aborígenes.
La escuela pública que dejaron armada los jesuitas le dio a José Francisco de San Martín los primeros palotes de su formación, profundamente cristiana. Entre esas paredes rústicas de barro, sus maestros supieron que sus garabatos serían los paisajes montañosos que con bastante destreza –hay que decirlo- pintaría de grande.
Corrientes, la primera épica sanmartiniana
Cuando San Martín se fue de Argentina a los seis años, los padres ya sabían que tenía oído para la música. Ya en Málaga, donde pasó el resto de su infancia y adolescencia, San Martín tomaría clases de guitarra y sería un buen cantante. No podía ser de otra manera, ya que había crecido en una ciudad que contaba con los mejores luthiers del Cono Sur.
A los seis años, supo su madre que era bueno en matemática; ella misma recordaría, al escribir su testamento, que era el único de sus hijos que nunca le había pedido dinero a sus padres. Su destreza precoz en las abstracciones matemáticas sería esencial en su carrera de estratega militar.
En Yapeyú, sobre todo, escuchó los primeros relatos épicos que contaba su padre. No eran leyendas medievales ni los cuentos fantásticos que suelen inventarse para los chicos antes de ir a dormir, sino las historias reales que protagonizaba Juan de San Martín, empujando a tiros a los portugueses en la frontera y ahuyentando a los aborígenes salvajes que acechaban a diario a la familia, detrás de las hogueras nocturnas.
En Yapeyú, sobre todo, se encendió una llamita que, con el correr de los años, el ya ascendido capitán Juan de San Martín y su esposa devota, Gregoria Matorras, no permitirían que se extinguiera por lo menos en el menor de sus hijos: el amor por su rincón salvaje de la infancia americana.
Una llamita que con el tiempo sería fuego vivo y lo hizo regresar a los 34 años.