Me interesa traer a la conversación sobre sustentabilidad de la agroindustria a los invisibles; a esos que nos abastecen de “alimentos soberanos”. Siete empresas controlan la exportación de granos en Argentina: Cargill (EE.UU), CofcoAgri (China), AGD (Argentina-EE.UU), Bunge (EE.UU), Dreyfus (Francia), Vicentín (Argentina), y Glencore (Australia-Suiza). Según el DNU de expropiación de Vicentin, Glencore había adquirido el 66.67% de las acciones del grupo, con lo cual tenía hasta el lunes control efectivo sobre la empresa, reduciendo a seis los jugadores. A esas seis exportadores les venden un núcleo de productores que el gobierno salió a rescatar enarbolando a la soberanía alimentaria como legitimación de la decisión. Por eso me interesa mucho más lo que no nos están contando, lo que verdaderamente importa; quiénes y cómo nos alimentan.
En 2015 Dow se fusionó con Dupont -que ya había comprado Pioneer- creando Corteva Agriscience; en 2017 la estatal ChemChina absorbió a Syngenta; y, en 2018 Bayer finalmente terminó adquiriendo al gran monstruo: Monsanto. Esta megafusión tuvo como protagonista a un jugador muy relevante para nuestro país en este momento de renegociación de la deuda: BlackRock, accionista del nuevo “cartel del veneno”, en palabras de Vandana Shiva. Por las dudas, BlackRock también tiene paquete accionario en Corteva.
Mientras nos peleamos en ver quién es más patriota en tanto más estatismo defiende, los centros de poder dejaron de ser hace rato los Estados nación.
Productos agroecológicos: por qué son una alternativa ante los aumentos
En menos de tres años, tres megacorporaciones pasaron a controlar el 60% del mercado mundial de semillas y el 71% del mercado de agrotóxicos. Y detrás de los dueños de los alimentos, los dueños de las deudas de los países que los proveen a costa de sus ecosistemas arrasados y pueblos fumigados.
Raj Patel grafica en Obesos y Famélicos (2008) el formato que tiene la cadena agroindustrial hegemónica, incluída la Argentina: un reloj de arena de muchos productores tope, numerosos consumidores debajo, y poquísimos intermediarios funcionando como cuello de botella en la distribución de alimentos. En el eslabón de la cadena que liga el campo al plato, el poder está concentrado en muy pocas manos que controlan el mercado, ejerciendo presión tanto sobre quienes cultivan los alimentos, como sobre quienes los consumen.
El cuestionamiento al modelo agroindustrial desde las ideologías políticas obsoletas que gobiernan el mundo se ejerce únicamente desde el ángulo de la propiedad: quién es más justo que sea dueño de los medios de producción, como está quedando demostrado en la puja por Vicentin.
Pero la soberanía alimentaria es otra cosa bien distinta sobre la que nadie nos preguntó: el derecho de los pueblos a decidir qué queremos sembrar y cómo queremos alimentarnos. Un concepto definido por el movimiento campesino en términos de poder sembrar de manera agroecológica, sin transgénicos ni agrotóxicos y fomentando los mercados locales y la descentralización.
Para La Cámpora, la estatización de Vicentin "busca evitar la extranjerización de la producción"
La soberanía de las semillas, la soberanía alimentaria y la soberanía de la tierra están íntimamente conectadas, dice Vandana Shiva. Los productores y campesinos se endeudan para comprar semillas patentadas y agrotóxicos imprescindibles para que ese paquete tecnológico funcione.
Según el informe Destino de la producción argentina de soja (2018) del Ministerio de Agroindustria, entre el año 2000 y 2016 se duplicó la producción mundial de soja en el mundo, pasando de 170 millones de toneladas a 340. Deberíamos estar cerca de eliminar el hambre, pero en el medio pasan cosas. Argentina exporta alrededor del 85% de la soja que se produce: “El grano de soja en Argentina se embarca en su mayor parte a granel y se destina a la industrialización que tendrá como finalidad el consumo animal en los países importadores”, reconoce ese informe. La que no es embarcada a granel se procesa para transformarse en harina y aceite que, también, se convertien en ración alimentaria para engorde de animales en China principalmente. El otro 30% viaja a Europa para producción de biodiesel. Alimento de animales cruelmente industrializados y combustible, ahí va la producción de nuestro campo.
Siendo que el 60% de las divisas del país, necesarias para pagar deuda externa, se produce por ese modelo de agroexportación, imaginen a los dueños de los dólares negociando con el presidente. Exportadores, proveedores de semillas y agrotóxicos, y fondos de inversión; Ellos son el poder.
Con o sin Vicentin, el fondo de la cuestión sigue invisible; definen, sin jamás preguntarle al pueblo, cómo alimentarnos. Aplausos para el capitalismo del hambre y la devastación, en nombre de la soberanía alimentaria.
*Politóloga y ambientalista