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Narcotráfico y muerte

Es maestro en Rosario y contó que le mataron 30 alumnos desde el narcotráfico

Higinio Chimenti, enseña en Cabín 9 y Santa Lucía, dos escuelas marginales. “El guardapolvo todavía me protege de la bala de los pibes, todos alguna vez agarraron de mi mano un alfajor”, contó.

Higinio Chimenti, docente de dos escuelas urbano marginales de Rosario 20230406
Higinio Chimenti, docente de dos escuelas urbano marginales de Rosario. | CEDOC

Aquí escuché cosas para las cuales no estaba preparado, muchas veces vuelvo a mi casa con el dolor de los pibes pegados al guardapolvo”, contó el maestro de grado Higinio Chimenti, docente de dos escuelas urbano marginales de Rosario, en los barrios Cabín 9 y Santa Lucía. En sus casi 30 años frente al aula fue testigo de más de 30 chicos muertos, victimas del negocio de la droga, mano de obra barata que los narcos captan en aquellos barrios donde el trabajo es algo en extinción.

Mientras Rosario es una continuidad en loop de crímenes, balaceras, amenazas y las fuerzas federales están solo para pedir documentos en controles céntricos; los barrios están gobernados por transas que reclutan a chicos vulnerables, donde ya no hay una familia contenedora, sino desesperada por la falta de un trabajo digno.

No sé lo que quiero, pero lo quiero ya, es la síntesis de la expectativa del pibe de hoy. Le ponés una película y la avanza, quiere ver el final. Se pierde lo interesante de la vida, la trama. El guardapolvo todavía me protege de la bala de los pibes. Todos alguna vez agarraron de mi mano un alfajor, y los chicos son agradecidos, pero no para la bala de la policía. No tengo escrito mi apellido en el guardapolvo. No todos los gatillos son sicarios de la droga. Hay sicarios dentro de la misma policía”, afirmó Chimenti, también delegado de su Escuela Primaria N° 1209 Provincia de Chaco. 

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Cabín 9 está en el límite sur oeste de Rosario, sin embargo pertenece a la localidad de Pérez. Son más de 20 mil habitantes donde la mayoría tiene empleos precarios.  Consultado sobre cuándo comenzó el quebranto del tejido social, el maestro subrayó que “en 2001, con el deterioro económico y los abandonos de padres que no podían sostener una familia y se fueron, comenzó el problema. Aparecen los manotazos de ahogado, aparecen los ‘visionarios’ que en estos barrios ven el caldo de cultivo para la mano de obra barata, que es lo que hay en la periferia. El negocio no es vender falopa a los pobres, que provee el 90 por ciento de la mano de obra del negocio. Los que están en ese negocio buscan un perfil que lo encuentran en la marginalidad. La mano de obra barata, la no pensante, se encuentra en la marginalidad, en los pliegues donde la sociedad no mira. Hoy vivimos en una comunidad que desconoce a sus vecinos y lo puede matar. Pasamos a lo pre humano, ese ser que toma todo lo que está a su alrededor como su propiedad o su enemigo. O lo conquista o lo destruye, hemos vuelto a eso.”

En 2001 Ángel Pelozzo, de 14 años, alumno de Cabín, se ahorcó porque no podía manejar el consumo de drogas. "Los que se suicidan también son víctimas de las drogas, debía el reparto, se lo aspiró él. Siempre me culpé por no haber hecho algo más. El último, el 6 de enero pasado, en la plaza que está frente al establecimiento educativo, Miguelito Cabañas, a punto de cumplir 15, fue degollado con el vidrio de una botella por otro adolescente que disputaban territorio", narró. 

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Chimenti recuerda cada chico que murió castigado por el mundo que rodea al narco. Siempre acompañó a las familias vestido con su guardapolvo a cada entierro: “Los cortejos son muy pobres, van en carros hasta el cementerio La Piedad. He ido parado en un carro al que adornan con cintas y globos. También en un camión volcador. Siempre llevo en los bolsillos del guardapolvo unas bolitas y las dejo junto al cajón para que sigan jugando en el cielo.”

Chimenti es un héroe sin capa. Escucha a sus alumnos, juega en el patio con ellos, a las bolitas, por supuesto, y también les enseña a hacer avioncitos de papel. El futbol no puede faltar y se improvisa una pelota con viejas medias. Lleva tres décadas de enseñanza ante la adversidad. “Me gusta enseñar, el desafío que los chicos puedan aprender, no pongo en juego otra cosa. Me gusta romper el prejuicio del desconocimiento y hacer de todo una situación de aprendizaje, en la polémica, en el disenso.  Después de tantos años de oficio, tengo en claro cuáles son los escalones a vencer, la altura del escalón, que la dificultad no sea invencible, pero que implique un aprendizaje, que tenga una dificultad y esa construcción de conocimiento me sigue desafiando a dar clases ¿Qué se hace en la adversidad ? Enseñar. No creo que el maestro negocie su rol de educador, de enseñar por la adversidad o por el contexto de donde da clases. La escuela da un plato de comida, una  chocolatada con una factura; pero los pizarrones están llenos de contenidos, de consignas, de preguntas, de dibujos, de láminas y los cuadernos también: de fechas, de nombres, de cosas para aprender, debatir, discutir. Tal vez desde otro lugar. Pertenezco a una generación que hizo mucha crisis con aquellos de ‘el que sabe es el maestro’", explicó.

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"Tuve la suerte de tener docentes que nos planteaban 'che ¿y cuál es el lugar del alumno?: ¿el de la cabeza vacía a la cual la vamos a llenar de conocimientos o la del ser activo, que discute, participa, que propone ?' Yo parto desde ese lugar. A veces, en clases, hacemos la pregunta casi servida pero nunca damos la respuesta por más obvia que sea, la respuesta tiene que salir de ellos", subrayó.

Las secuelas post pandemia dejaron un saldo preocupante para los docentes que perdieron decenas de alumnos que abandonaron y ya no volvieron. Al respecto, Chimenti recuordó que  “la escuela, a veces es un lugar de desahogo, de escape. Venir a la escuela por falta de espacio o en busca de una segunda comida. La plata que venía para dar un plato caliente, hubo que transformarla en bolsones, muchas veces de destino incierto, porque no sabés si en la casa hay gas para hacer un arroz o un guiso. No solo que haya gas, sino la formación para hacer un guiso. En dos años se relajó todo y se relajó de la peor manera. Los chicos que de 3° grado pasaban a 4°, 4° no existió. Pasaron automáticamente, chicos que tal vez en 4° hubieran tenido dificultad para aprobar. La ministra de educación provincial, Adriana Cantero, en un desliz dijo: ‘para el trabajo que están destinados, se capacitan en media hora’. Lo dijo la ministra, en un sincericidio, en una charla que creyó que después no iba a trascender dijo “esta gente está destinada a trabajos y funciones que en una semana de pasantía los entrenas para hacer la tarea’. Lo peor, es que tiene razón, porque para lo que están destinados para una tarea repetitiva. Son los olvidados del sistema, del Estado”, concluyó.

RB CP