Doctora en Ciencias Básicas y Aplicadas y licenciada en Biotecnología por la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), investigadora adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en el laboratorio de Cronobiología de la UNQ y en el laboratorio de Neurociencias de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), Juliana Leone se especializa en neurociencias y en los tiempos de cognición y esta semana participó de la Agenda Académica de Perfil Educación. “El efecto que sufrimos durante tantos meses de aislamiento durante la pandemia, el hecho de tener un cronotipo más tardío, que llevó a que nuestro reloj interno no funcione del todo bien, eso tuvo un impacto en nuestros ritmos circadianos que no estuvieron alineados. El confinamiento alteró nuestro reloj interno y eso puede haber modificado nuestra salud y nuestro rendimiento. En ese sentido, eso es una secuela del aislamiento. La pandemia generó un impacto, sin lugar a dudas”, sostuvo.
Docente de “Estudio del comportamiento humano” en la Departamento de Estudios Históricos y Sociales de UTDT, autora de Efectos del confinamiento sobre el sueño humano y cronotipo durante el Covid-19; La interacción del cronotipo y el tiempo escolar predice el rendimiento escolar; Dibujos de tiempo: Representación espacial de conceptos temporales; y Hora de decidir: variaciones diurnas en la velocidad y calidad de las decisiones humanas, Leone es codirectora del proyecto “Crono Argentina”, que estudia duración, la calidad y los horarios del sueño de los argentinos, y es una de las creadoras de “Mi reloj interno” , una aplicación que permite mejorar las horas de descanso en función del reloj biológico de cada persona y fue desarrollada con financiamiento de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i) del Conicet. “Nosotros analizamos en una investigación a distintos jugadores de ajedrez. Evaluamos cómo era el rendimiento total, cómo les iba durante el día, en distintos momentos del día y cómo era la calidad y el tiempo de respuesta en el juego, para evaluar las variaciones circadianas en el proceso de toma de decisiones. Y lo que vimos es que durante la mañana, las decisiones son más lentas pero de mayor calidad, y durante la tarde o noche, las decisiones son más rápidas, pero se ve una menor calidad. Y lo que vimos es que no había cambios en la eficiencia del proceso a lo largo del día. Entonces, la hora del día afecta la forma en la que decidimos, cambia la forma en la que se toman las decisiones”, agregó.
—En Efectos del confinamiento sobre el sueño humano y cronotipo durante el Covid-19 usted demostró que se alteraron los ciclos del sueño durante la cuarentena. ¿Cuáles fueron los descubrimientos más sorprendentes a los que arribó en esa investigación?
—Durante el confinamiento cambiaron dos de los parámetros más importantes que afectan los horarios y la duración del sueño. El primero fue la exposición a la luz solar, que es el parámetro más importante que pone en hora en nuestro reloj biológico. Al estar en nuestras casas, no podíamos salir al exterior o podíamos salir menos, y entonces eso hacía que la exposición a la luz solar haya estado disminuida. Por otro lado, durante el confinamiento también se vio alterada la regularidad de nuestras actividades, que también es muy importante para poner en hora este reloj biológico que controla nuestros ritmos circadianos o ritmos diarios. Nuestras actividades rutinarias se alteraron durante la pandemia y lo que pasó fue un poco lo que encontramos en ese trabajo: la duración del sueño fue mayor durante el confinamiento. Esto, siempre es importante aclarar, fue al principio del aislamiento porque hay muchas investigaciones que demuestran que algunos meses después del confinamiento, las cosas cambiaron también un poco. Pero al principio, nosotros comprobamos que la duración del sueño fue mayor y eso es algo positivo. El jet lag social es la diferencia que se presenta entre los horarios del sueño durante los días hábiles y los horarios de sueño durante los días libres. En general, se trata de un trastorno crónico similar al jet lag por viajes transmeridianos, cuando se desacomodan nuestros horarios del reloj biológico con los horarios del ciclo de luz-oscuridad. El jet lag social muestra que nuestro horario del reloj interno es diferente a nuestro reloj social. Eso se evidencia cuando nuestros horarios de sueño en días hábiles y días libres son diferentes. Entonces, el jet lag social también disminuyó durante el confinamiento. Y eso también fue algo positivo, porque nuestros horarios internos fueron más regulares. En algunos trabajos se comprobó que a medida que en etapas más avanzadas del confinamiento en otros países también se afectó la calidad de sueño. Pero nosotros no vimos diferencias durante el primer mes del aislamiento. Por lo que esos factores podrían ser positivos: dormíamos más y teníamos menos jet lag social. Pero lo que también vimos es que el cronotipo, que es la hora que marca el reloj interno, empezó a ser más tardío. Eso indicaba que el reloj interno iba en camino a desincronizarse. El mecanismo se volvió más nocturno, más tardío. Cuando el cronotipo se vuelve más tardío o se retrasa, debemos prestar atención porque puede llevar a una desincronización con el ambiente porque se pierde la referencia del ciclo de luz-oscuridad. Y cuando eso ocurre hay muchísimos trastornos asociados. La gente que trabaja en turnos rotativos, por ejemplo, no se termina de sincronizar nunca al ciclo de luz-oscuridad, porque tiene que trabajar de noche y descansar durante el día. Y eso podría haber pasado durante la cuarentena. Esa desincronización puede estar asociada con distintos tipos de problemas de salud, tanto física como mental, pero también de rendimiento cognitivo o académico. Que el cronotipo era más tardío, era algo a lo que tuvimos que prestarle atención en ese momento. Por un lado se mejoró la duración de sueño, tuvimos menos jet lag social pero, por otro lado, el cronotipo se estaba convirtiendo más nocturno. Con lo cual si eso seguía, podía ser peligroso porque el cronotipo cada vez más nocturno podía llevar a una desincronización. En nuestro cuerpo tenemos ritmos de distintas cosas. Son muchísimos: número de células en sangre, hormonas que tienen picos, melatonina, temperatura que varía durante el día, cortisol, etcétera. Y todos esos elementos funcionan como un concierto de una orquesta donde hay un director, que es el reloj interno, que es el que marca cuándo tiene que salir a tocar cada instrumento. Cuando el reloj interno eso funciona bien, todo funciona bien y la orquesta suena perfecto. Pero cuando está desincronizado, entonces cada elemento empieza a separarse de la fase o del momento que tiene que funcionar y entonces pueden empezar algunos problemas de salud.
—Usted dice que los estudios demostraron que ese ritmo interno se fue reacomodando a medida que se terminaba el confinamiento. Esa desarticulación previa, ¿puede haber dejado secuelas en nuestro comportamiento actual?
—Probablemente en la duración de sueño, en el jet lag social o en el cronotipo, no se vean esas secuelas o en el jet lag social. Pero el efecto de pérdida de sueño no se recupera eso es algo que ya se afectó. Después de una noche de poco sueño, a la noche siguiente uno puede dormir más, por lo que de alguna manera se tiene la sensación de que se recupera el sueño que se había perdido, pero lo cierto es que el efecto de la pérdida de sueño no se recupera. En ese sentido, creo el efecto que sufrimos durante tantos meses de aislamiento durante la pandemia, el hecho de tener un cronotipo más tardío, que llevó a que nuestro reloj interno no funcione del todo bien, eso tuvo un impacto en nuestros ritmos circadianos que no estuvieron alineados. El confinamiento alteró nuestro reloj interno y eso puede haber modificado nuestra salud y nuestro rendimiento. En ese sentido, eso es una secuela del aislamiento. La pandemia generó un impacto, sin lugar a dudas.
—¿Hay alguna particularidad argentina o estos procesos han sido similares en todo el mundo durante los confinamientos?
—Sí, podemos ver una particularidad argentina. Los argentinos tenemos algo que es bastante impresionante, algo que sorprende cuando yo muestro estos resultados en otros países. Y es que somos muy nocturnos y esto es algo que va más allá de lo que pasó durante el confinamiento. Entonces, el cronotipo de los argentinos, en general, es mucho más tardío que en otros lugares del mundo. Si uno lo piensan en el horario de la cena, por ejemplo, es mucho más tardío. Acá cenamos mucho más tarde que en Estados Unidos, que en Alemania. Somos más nocturnos y el confinamiento nos hizo más nocturnos todavía, o sea que es un nivel de nocturnidad, de vespertinidad, bastante importante. Eso es una característica de nuestro país, de nuestra sociedad, de nuestra cultura, porque este cronotipo se regula por muchos factores. Seguramente, los cambios durante la pandemia a nosotros nos afectan más de alguna manera, porque ya teníamos como un nivel de vespertinidad bastante elevado. Entonces, que el cronotipo se haya vuelto más nocturno aún durante la cuarentena es una diferencia con otros países porque los argentinos ya éramos muy nocturnos. De hecho, yo comparaba las investigaciones de otros lugares del mundo y veía que allá también se volvían más nocturnos pero comparados con nosotros no eran tan nocturnos. Y eso es algo que nosotros vimos también mucho en los estudios sobre adolescentes: los adolescentes argentinos duermen mucho menos que en el resto del mundo y tienen cronotipos mucho más tardíos pero los horarios escolares son similares, entonces los adolescentes en Argentina terminan durmiendo bastante menos que en otros países.
—“Mi reloj interno” es una aplicación que usted desarrolló para que los argentinos puedan mejorar y mantener saludable el reloj interno durante la pandemia. ¿Cuál fue el mayor descubrimiento que encontró a través de esta innovación?
—“Mi reloj interno” es una aplicación que fue desarrollada durante la pandemia, de hecho fue uno de los proyectos asociados a las ideas proyecto impulsadas por la Agencia I+D+i del Conicet, con el objetivo de generar recomendaciones personalizadas que permitieran mejorar los ritmos biológicos para que puedan estar mejor alineados con el ciclo de luz oscuridad. Primero, tomamos datos mediante una encuesta y a partir del análisis de esa información generamos el algoritmo que es la base o el motor de la aplicación. La aplicación está disponible desde septiembre de 2021. Los datos que ingresan los usuarios son anónimos. Dado que la aplicación genera recomendaciones personalizadas, es posible evaluar si el sueño y los ritmos circadianos mejoran luego de seguir las recomendaciones. Esto es algo importante porque no se trata solo de comportamientos sociales, sino también de uso horario. Porque los argentinos estamos en la zona horaria -3 pero de acuerdo a nuestra ubicación geográfica deberíamos estar en la zona horaria -4. Eso también explica por qué somos tan nocturnos. Vivimos una hora adelantada y, de alguna manera, se evidencia con un cronotipo más nocturno. Lo mismo ocurre en España
—A partir de esta su experiencia en este tipo de investigaciones, ¿es posible advertir cómo fue cambiando el uso del tiempo durante el día y la noche?
—A partir de la aparición de la luz eléctrica, el ser humano empezó a ser capaz de regular nuestro propio ciclo de luz-oscuridad. Era algo que antes no se podía hacer, porque dependía de la luz del sol, más allá del fuego o las velas, el ciclo de luz solar y oscuridad era algo que no se podía modificar. En cambio, hoy yo puedo tener la luz prendida toda la noche y mantener la luz apagada durante el día, entonces puedo invertir mi ciclo de luz-oscuridad. A partir de la aparición de la luz eléctrica, podemos regular ese ciclo y podemos tener luz durante la noche, y eso hace que seamos más nocturnos, porque el reloj biológico funciona de una manera diferente si hay luz durante la noche, es como una señal de que es de día y el reloj se hace más nocturno. Hay trabajos que muestran que nos estamos haciendo más nocturnos y, sin dudas, nos está cambiando el cronotipo. Si a eso le sumamos el uso de dispositivos electrónicos durante la noche, es todavía más fuerte el cambio. No deberíamos usar los dispositivos electrónicos durante la noche, antes de irnos a dormir, porque los dispositivos electrónicos con pantallas de tipo LED emiten un tipo de luz que, en proporción, tiene un contenido de luz azul mayor que la luz solar o la luz eléctrica. Y el cerebro recibe una señal como si fuera de día, pero es de noche.
–En Hora de decidir: variaciones diurnas en la velocidad y calidad de las decisiones humanas, un estudio en el que analizó el comportamiento de jugadores de ajedrez, usted demostró que durante la mañana, los jugadores adoptan una política de enfoque preventivo (decisiones más lentas y acertadas) que luego se modifica a un enfoque de promoción (decisiones más rápidas pero menos acertadas), sin cambios diarios en el rendimiento. ¿Las decisiones diurnas son más acertadas que las decisiones nocturnas?
—Nosotros analizamos en una investigación a distintos jugadores de ajedrez. Evaluamos cómo era el rendimiento total, cómo les iba durante el día, en distintos momentos del día y cómo era la calidad y el tiempo de respuesta en el juego, para comprobar las variables asociadas al proceso de toma de decisiones. Y lo que vimos es que durante la mañana, las decisiones son más lentas pero de mayor calidad, y durante la tarde o noche, las decisiones son más rápidas, pero se ve una menor calidad. Y lo que vimos es que no había cambios en la eficiencia del proceso a lo largo del día. Entonces, la hora del día afecta la forma en la que decidimos, cambia la forma en la que se toman las decisiones. A la mañana uno está más fresco, tiene menos presión de sueño. Hace poco que se levantó. Pero después, durante el día, eso se va deteriorando. Entonces, se toman decisiones más rápidas. El ajedrez es un buen modelo de toma de decisiones porque uno puede evaluar la calidad, el tiempo de respuesta muy fácilmente y también tiene un nivel de una medida de cómo le va en general, de cómo estás en este momento del juego a través del ranking. Entonces, yo puedo ver cómo cambia ese ranking a lo largo del día y además puedo comparar distintos tomadores de decisiones. El ranking me permite evaluar que tan eficiente es mi proceso de toma de decisiones en general, ya que es el resultado de la calidad y el tiempo de respuesta de todas las decisiones que tomé durante el juego.
—En La interacción del cronotipo y el tiempo escolar predice el rendimiento escolar usted demostró que el comportamiento educativo difiere en los tipos de turno al que concurren los estudiantes. ¿Es posible trasladar esa conclusión al mundo de los adultos?
—Hay algo en particular que es bastante característico de ese momento de la vida, de ese momento del desarrollo humano, y es que durante la adolescencia nos volvemos progresivamente más nocturnos. Esto es algo intrínseco de nuestro desarrollo. Pasa incluso en otras especies animales. El turno mañana es mucho más conflictivo para el reloj interno de un adolescente. En ese trabajo no encontramos diferencias en rendimiento académico entre turnos, sino que dentro de cada turno la relación con el cronotipo era diferente. Lo que vimos es que en el turno mañana los estudiantes que tienen cronotipos más nocturnos tienen menor rendimiento académico que los que tienen un cronotipo más matutino. De alguna manera se ven perjudicados por el horario escolar. En el turno tarde eso no se ve y en el turno noche se ve una pequeña inversión porque a los estudiantes que son nocturnos les va mejor que los que son matutinos en solo una de las materias. Eso es algo que es muy interesante. De hecho, es algo que yo hace tiempo que venía pensando mucho, porque hay que revisar eso de que “Al que madruga, Dios lo ayuda”. No es que a los matutinos les va mejor, porque son matutinos, sino porque es una sociedad que lo favorece porque los horarios son muy tempranos a la mañana. El horario de 7,30 o 7,45 es muy temprano para cualquier edad, pero más para los adolescentes. Entonces, es el efecto del cronotipo. ¿Es que es más matutino, entonces le va a ir mejor? ¿O es el efecto de que es matutino y lo evalúan a la mañana y entonces le va mejor que al que es nocturno? Es el efecto de sincronía versus el efecto de cronotipo.
—Usted se especializa en el estudio de la calidad del sueño. ¿Qué representa el sueño como fenómeno social?
—Yo creo que el sueño se ve, o mucha gente lo ve, como una pérdida de tiempo. Se duerme lo mínimo y se sigue produciendo. Se sigue estando activo porque se necesita usar el tiempo para lo que sería importante. Y eso está muy lejos de ser lo óptimo, porque dormir es muy importante para muchísimos procesos biológicos. Si uno no duerme bien, durante el día el rendimiento cognitivo es menor, y a largo plazo nuestra salud se ve afectada. Y además el sueño es imprescindible para el aprendizaje. Antes y después del aprendizaje, si uno durmió bien o no, lo que aprende se modifica, se modula por cuánto uno durmió y cómo fue ese sueño. El sueño está subestimado en nuestra sociedad, sin dudas. En esta sociedad de 24 x 7 cada vez dormimos menos, y eso seguro que va en contra de nuestro rendimiento. Hay un costo económico, incluso, que en muchos casos ha sido cuantificado en algunos lugares del mundo de las horas de sueño que se pierden. Incluso hay empresas que tienen siestarios para que la gente puede dormir un rato durante la jornada laboral, o que permiten que los horarios sean flexibles para que cada persona pueda elegir su propio horario. Creo que de alguna manera es importante que se piense al sueño como una necesidad básica más, que realmente lo es. Como tomar agua o alimentarse bien. Depende de cada persona y de la edad, pero en adolescentes se necesita un mínimo ocho horas de sueño y en adultos un mínimo siete horas.
—Esta sección se llama Agenda Académica porque propone brindarle a docentes e investigadores un espacio en los medios masivos de comunicación para que difundan sus trabajos. La última pregunta tiene que ver con el objeto de estudio: ¿por qué decidió dedicarse a estudiar la calidad del sueño, el reloj biológico y el cronotipo?
—Cuando estaba en la carrera, me interesaban muchas cosas, pero empecé a trabajar en cronobiología y la relación con el sistema inmune, eso fueron mis primeros temas. La cronobiología me pareció un campo fascinante, esto de que realmente somos muy diferentes en distintos momentos del día y que hay una región en el cerebro que controla eso, me sigue pareciendo algo increíble hasta el día de hoy. Hay algo que mide el paso del tiempo diario en nuestro cerebro y que se pone en hora con una señal externa. Son los núcleos supraquiasmáticos, que están en el hipotálamo, en la base de nuestro cerebro. Son muy chiquitos, tienen más o menos 20.000 neuronas. Y funcionan como director de orquesta de los ritmos de nuestro cuerpo. Eso me cautivó. Yo empecé trabajando en proyectos donde trabajaba con ratones e hice mi doctorado trabajando en la interacción del sistema inmune y el sistema circadiano, que es el sistema que controla estos ritmos diarios o circadianos. Luego de mi doctorado empecé a estudiar el proceso de toma de decisiones en jugadores de ajedrez, ya que yo misma jugué al ajedrez durante muchos años y durante el posdoctorado pude unir la ciencia y el ajedrez. Pero no tardé mucho en volver a la cronobiología, esta vez en los seres humanos, primero analizando como se modifican nuestras decisiones a lo largo del día y luego estudiando el impacto que tienen el sueño y los ritmos circadianos en la vida real, nuestra vida cotidiana, que es un poco lo que todas mis líneas de investigación básicamente buscan entender. Si mis trabajos sirven para darle al sueño y a los ritmos circadianos la importancia que tienen y que eso llegue a la sociedad, entonces para mí es algo fantástico.