Contra la época
“No se pueden elegir las mejores películas, libros o discos sin mentir y tirar fruta”, dije siempre que me propusieron un top ten, pero hace poco alcancé un entusiasmo exacerbado participando de uno dedicado a autores argentinos. El pedido vino de parte de un editor francés que respeto, o que me lo supo vender con un argumento que, al menos en mi caso, nunca falla: “Es divertido”, al que añadió un tiro de gracia con el que ya no pude echarme atrás: “Ayuda a entenderse a uno mismo”. Es que suscribo fervorosamente a la última línea de Una excursión a los indios ranqueles, cuando Mansilla, quien páginas antes devaneaba con lo de Lucius Victorius, dice, jugando la carta siempre tentadora del autoconocimiento: “Yo amo sin embargo el dolor y hasta el remordimiento, porque me devuelve la conciencia de mí mismo”. Por supuesto, al seleccionar se goza, pero al dejar afuera se sufre, se siente culpa.
La consigna proponía elegir diez autores vivos sobre la base de la admiración personal, más allá del rubro en el cual destacaran. Podían, incluso, no destacar demasiado en rubro alguno, o ser de aquellos que destacaron en algún momento para pasar al olvido poco después. Estaban permitidos cineastas, escritores, actores, artistas plásticos o gráficos, bailarines, dramaturgos, perfomers, filósofos, fotógrafos, músicos, escenógrafos o los mucho más bastardos periodistas e influencers, siempre y cuando cumplieran con estar vivos y haber nacido en el país. Que estuvieran vivos acortó los tiempos de selección y mitigó la culpa de excluir a muchos: elegir una decena incluyendo a los muertos me iba a llevar siglos y padecimientos. El público destinatario es francés, conoce poco de argentinos contemporáneos (o confunde… me tocó hablar con varios franceses que pensaban que Bolaño era nuestro), algo que me entusiasmó todavía más ¡Nunca es suficiente el esfuerzo para promocionar lo propio!
Aunque vienen de campos del arte y del saber muy diferentes y, a excepción de uno de ellos, youtuber, los que terminé por poner en mi lista no son muy afines a la comunicación vía red social. Se llevan mal con la autocelebración y la chicana fácil que predominan allí, ya sea porque prefieren los debates presenciales o porque los eluden sistemáticamente, y solo se expresan con la producción de trabajos. Hay de izquierda y derecha y también otros que reniegan de la vigencia de esas categorías, por lo que es obvio que lo que admiro no pasa por estar de acuerdo en el voto, sino por cómo se piensa, refleja, discute o dialoga con el presente. Todos dan la impresión de poder detectar algunos problemas sociales, filosóficos, artísticos ¡y hasta espirituales! antes que los demás; ponen sobre la mesa cuestiones sobre las que no existen consensos y manejan referencias que no necesariamente son las que la moda o la agenda imponen. Muchas veces, desde sus obras o intervenciones públicas, refutan aquello que pretende imponerse como espacio de legitimación sesgado. Algunos discutieron en solitario cuestiones que fueron validándose a costa de la evidencia, tiempo después. Y ahí es donde panqueques, oportunistas, opinólogos hipercautelosos que se suben al barco cuando es seguro el puerto de destino, repetidores seriales o distraídos que llegan tarde a todas las discusiones, se montaron a lo dicho antes por ellos. Lo mejor es que, sin aferrarse al pasado, pero atentos a él, coinciden en algo que, como se dice, me representa: la crítica sobre un presente injusto elaborada sobre la base del disenso y el deseo de algo diferente, sin el vicio, a veces tan lastimero, de la nostalgia.
Hace poco, acompañé a Mariano Dupont en la presentación de sus libros Vida de maniobras y Figuras y, cuando en un momento usó la frase “escribir contra la época”, verifiqué que es la que mejor define a mis diez autores, porque implica arriesgarse a decir algo distinto en contextos hostiles, sostener una idea sin recular e intentar proponer algo nuevo. Cualidades tan poco usuales como para haberme hecho caer en la confección de un ranking después de haber hablado pestes de ellos toda la vida. Aunque, quizás, esa clarividencia, ese coraje que pretendo admirar, no sean más que patrañas elucubradas para no admitir que caí en un ranking por aburrimiento o ganas de mentir y tirar fruta.
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