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Un mundo en potencia

¡Lumière! Comienza la aventura 20230728
¡Lumière! Comienza la aventura | Youtube (Captura de pantalla)

Gracias a Lumière, la aventura comienza, documental de Thierry Frémaux estrenado en 2016, con 108 cortometrajes (cifra que representa solo un pequeño porcentaje de la producción total financiada por los hermanos Augusto y Luis) filmados entre 1895 y 1905, tuve un rato de éxtasis. Por suerte, casi nada se dice de la trillada diputa por la “paternidad del séptimo arte”, Edison o el kinetoscopio. Frémaux va por caminos más interesantes, dejando a Estados Unidos casi completamente afuera. Aborda su tema con aquella endogamia que los franceses tuvieron, hoy presente en menos cosas; quizá la más perceptible sea la obstinación en afrancesar todas las palabras extrajeras.

Con su factura opuesta al efectismo de Netflix y su tiempo para la reflexión, el documental me pegó

En la medida en que avanza con su narración, Frémaux plantea que las piezas realizadas durante este período contienen embrionariamente –y no tanto– a todo el cine posterior. Una teoría a la que, como otros, abono con fervor. Todos los géneros fueron tocados por la vara de los hermanos de Lyon. Empezaron de chicos filmando esqueletos danzantes y llegaron a producir comedia, deportes, vida social, ballet, viajes, vida proletaria y militar, catástrofe, infancia… ni siquiera el cine de artes marciales quedó relegado, algo que rescató Kurosawa sesenta años después, calcando una toma en Los siete samuráis.

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¡Lumière! Comienza la aventura 20230728
¡Lumière! Comienza la aventura.

Hasta hubo experimentos de intervención sobre la película, posteriormente retomados por las vanguardias, y registros rodados en confines del planeta que fundan una escuela documental imperecedera. Tamaños de plano, profundidad de campo, puesta de cámara, composición de cuadro: los operadores (mejor decir directores) que Augusto y Luis reclutaron lo hicieron todo. La ficción no quedó afuera. Lo estrictamente documental es, en muchos casos, subsidiario de una intencionalidad narrativa que sentó las bases del lenguaje cinematográfico con una gracia irrepetible, al menos para mí.

Con su factura opuesta al efectismo de Netflix y su tiempo para la reflexión, el documental de Frémaux me pegó. La vieja idea de algo que contiene potencialmente un mundo me pareció nueva. Sin beber ni recurrir a drogas duras, me sentí Gombrowicz alabando la maravilla inacabada que irradia la adolescencia. Me sentí Humbert con Lolita. Terminé exclamando que el cine podría haber muerto junto a Augusto y Luis. Me pasé de rosca.