POLARIZACION Y DEMOCRACIA

La pregunta ética

Foto: Cedoc

En su ensayo “Cómo mueren las democracias”, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt afirman: “Las democracias funcionan mejor y sobreviven durante más tiempo cuando las constituciones se apuntalan con normas democráticas no escritas. Dos normas básicas han reforzado los mecanismos de control y equilibrio en Estados Unidos de modos que la ciudadanía ha acabado por dar por supuestos: la tolerancia mutua, o el acuerdo de los partidos rivales a aceptarse como adversarios legítimos, y la contención, o la idea de que los políticos deben moderarse a la hora de desplegar sus prerrogativas institucionales”.

Más adelante, los autores explican que, en EE.UU., la debilidad de las normas democráticas radica en una polarización partidista extrema, la cual excede las diferencias políticas y se enlaza con un problema existencial racial y cultural. Por ello, los catedráticos de Harvard consideran que la polarización extrema puede terminar con la democracia.

Con el auxilio de la Ciencia Política, es posible mirar el presente argentino. “No nos van a doblegar los que gritan. Los que gritan suelen no tener razón”. La primera reacción del Presidente de la Nación tras las movilizaciones del 17 de agosto fue un acto de descalificación a los concurrentes. Desde la cima del Estado, se optó por atacar una protesta legítima, clasista y con reclamos diversos. La intemperancia del mandatario lo aleja de la mesura que, según algunos analistas, implicaba la nueva versión del kirchnerismo gobernante.

A su turno, una parte de la oposición hizo otra lectura. “La gente va a dejar en el camino a los tibios”, sostuvo la presidente del PRO luego de participar del banderazo en el Obelisco. Tal vez emulando el razonamiento de Sergio Berni en materia de Seguridad, la dirigente apuntó contra los referentes de Juntos por el Cambio que no adhirieron a la manifestación.

No es ninguna novedad: por imperio de los discursos, y en función de cómo ellos impactan en la conducta de los ciudadanos, la sociedad está partida en dos. Desde marzo de 2008, cuando comenzó el conflicto entre el gobierno y las entidades agropecuarias en torno a la resolución 125 de retenciones móviles,  hasta hoy no existen los matices. Esta incapacidad para dejar de pensar en términos binarios entronca con la negación de la otredad. Es decir, la dificultad para reconocer al otro en tanto sujeto diferente.

Hay, también, consecuencias institucionales. Por más de 12 años, unos y otros, con banderas populistas o consignas republicanas, dejaron de pensar la disputa política como mecanismo electoral de lucha por el poder. Como contrapartida, actuando en conjunto, los adversarios irreconciliables construyeron un dispositivo de funcionamiento colectivo que socaba las relaciones sociales, jaquea la convivencia pacífica y torna inviable el debate sobre la cosa pública.

Así se llagó al pandémico 2020. Además del brote viral mundial, la Argentina padece inflación, emisión monetaria desbocada, déficit fiscal, caída del salario real, crisis económica y parálisis productiva. Pero hay algo más grave: mientras el gobierno avanza con el proyecto de reforma judicial, un informe de Unicef Argentina, elaborado con datos oficiales del Indec, proyecta que en diciembre de este año la pobreza infantil se ubicaría en 62.9%. La medición interanual indica que habría un total de 8.3 millones de niños pobres.

Desde conductas persistentes y prioridades opinables, el escenario es desalentador. A la falta de tolerancia y moderación entre los gobernantes, y la polarización extrema de la que hablan Levitsky y Ziblatt, se suman las necesidades básicas insatisfechas de un sector importante la población. En este punto, entonces, la pregunta se impone desde una dimensión ética: ¿Cuánta confrontación y qué grado de desigualdad social es capaz de consentir la democracia? A la luz de los hechos, el sistema democrático naturalizó ambos problemas y, para peor, no logró resolverlos.

*Lic. Comunicación Social (UNLP). Periodista.