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. Foto: CEDOC PERFIL

Las vacunas llegan. Las vacunas no llegan. Entre una premisa y su contraria me pasma verificar qué es lo que haremos en cada caso: nada. Las informaciones relevantes, las que mueven al mundo, corren fuera de nuestro alcance. Si hoy nos dijeran que el aire estará contaminado de humo de campos quemados a la vera del Paraná, haríamos exactamente lo mismo: nada. ¿O se puede dejar de respirar?

Tal vez por eso es que ponemos tanto énfasis en las pseudonoticias  y pequeñeces que adornan nuestro cotidiano, que despiertan también pseudopasiones y actividad en red. Que volvió Mirtha, que agradeció a Menem –como era de esperar, por lo coherente y por lo innecesario–, que un cura mendocino agredió a trompadas al Obispo de San Rafael porque le cerró el seminario tras negarse a dar hostia a los fieles en la mano y no en la boca según el update de la liturgia pandémica, que Yoko Ono canta en las calles de New York para asegurar que los residentes se queden adentro (en una redacción de titular extraordinaria que turba a nuestro cerebro con todo tipo de ganas de comentar, comentar y comentar), y así vamos usando las pocas neuronas que nos quedan para tender un cerco que nos mantenga al margen del destino. Porque las decisiones políticas de peso se han  convertido hace rato en destino, en un destino griego contra el que nada podemos hacer.

También en la Grecia clásica creció a la vera de la tragedia su sombra indomable: la comedia. Sí; es probable que el destino del hombre sea trágico, pero la comedia se ha estabilizado como nuestra manera activa de estar en el mundo.