la contradicción libertaria

Milei es un furioso estatista

La medida económica más importante de los últimos tiempos es la toma de deuda con el Fondo Monetario. Y fue hecha desde el Estado.

Cupulando. Foto: Pablo Temes

Una de las grandes falacias del discurso de Javier Milei es su diatriba contra el Estado. Desde que aseguró que era “el topo que venía a destruir el Estado desde adentro” no hizo otra cosa que fortalecer la intervención estatal en la economía y en otras áreas de la vida pública.

La medida de política económica más importante de los últimos tiempos es la toma de nueva deuda con el Fondo Monetario Internacional y fue hecha desde el Estado. No es “el sector privado” el que se endeuda, es el Estado. En todo caso, el “sector privado” se beneficia de una hipoteca cuya carga caerá sobre las espaldas de varias generaciones.

El sostenimiento artificial de un dólar planchado y barato es otra forma de intervención estatal sobre la economía y una de las anclas para evitar la disparada inflacionaria. El mantenimiento del cepo que funcionó a pleno durante todo este tiempo y aún tiene vigencia parcial es otra medida de un profundo estatismo.

Hay más. Hace algunas semanas, cuando los dueños de la tierra y las grandes cerealeras jugaban con la posibilidad de no liquidar la cosecha (a la espera de una devaluación mayor), Milei amenazó con reponer y aumentar las retenciones. El ministro de Economía, Luis Caputo, apretó a su modo a las automotrices y advirtió que aplicaría “las herramientas que tenemos” para evitar que suban los precios de los autos. Cotidianamente, funcionarios del Gobierno pujan con los supermercadistas para impedir remarcaciones. Una especie de “precios cuidados” negociado tras bambalinas y con culpa, pero negociado al fin. El Gobierno (es decir, el Estado) también terció a través de YPF para bajar el precio de las naftas en un 4% promedio.

La medida de dirigismo estatal que deja en evidencia –como ninguna otra– la orientación del mileísmo es el cepo de los salarios. El Sindicato de Empleados de Comercio es un caso testigo. Milei y Caputo consideran que los salarios son inflacionarios, por lo tanto, frenar los aumentos es esencial para ellos. La paritaria de Comercio alcanza aproximadamente al 20% de los puestos de trabajo registrados del sector privado. El Gobierno pretende que se revea un acuerdo al que arribaron las partes en esa rama de actividad porque está lejos de la pauta oficial de incrementos del 1% mensual a lo que aspiran en la Casa Rosada. No es el único caso: los sindicatos que habían firmado acuerdos en esa línea ahora pretenden reabrir la discusión. Un día antes de que se inicie un plan de lucha de los metalúrgicos de la UOM, la Secretaría de Trabajo decretó la conciliación obligatoria (otra infame intervención estatal) y el reclamo de los choferes de colectivos que paralizaron varias ciudades del país esta semana dinamita el techo que busca el Gobierno nacional.

El combo de deuda, control del dólar, cepo y techo a las paritarias, todo para contener artificialmente los precios estaría lejos de confirmar que la inflación es “en todo momento y en todo lugar un fenómeno puramente monetario”.

En otras esferas, como por ejemplo la tributaria, el sostenimiento de IVA (un impuesto al consumo popular) y los múltiples beneficios a las empresas demuestran también una forma de intervención del Estado con un claro contenido de clase. El RIGI (Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones) contenido en la Ley Bases es una medida estatal para garantizar enclaves coloniales con libertad absoluta para el saqueo.

En el libro La opción por la guerra civil. Otra historia del neoliberalismo (publicado por la editorial Tinta Limón en 2024) Pierre Dardot, Christian Laval y otros, demuestran cómo todas las variantes del neoliberalismo a lo largo de la historia siempre bregaron por un “Estado fuerte”. En el núcleo teórico de los principales referentes intelectuales de Milei habita la idea absolutamente invertida de que un “Estado débil” es aquel que no se impone con el monopolio de la fuerza para garantizar “el orden del mercado”. Un orden que es tan “antinatural” (en el sentido de arbitrario) que necesita de un Estado vigilante que garantice su funcionamiento porque no puede autorregularse armónicamente. La mano invisible del mercado necesita del puño de hierro del Estado para poder dar la apariencia de que funciona.

En el centro de ese estatismo está la represión sin la cual es imposible sostener un orden cada vez más desigual. La licuación de las jubilaciones debe ir acompañada de los palos y gases que las fuerzas de seguridad arrojan todos los miércoles sobre los adultos mayores.

El libertarianismo –como el neoliberalismo más en general– no es anti-Estado, es una forma de Estado que beneficia a intereses claramente definidos. La trillada frase que asegura que TMAP (“todo marcha de acuerdo al plan”) es otra de las grandes ficciones de la banda más sobrevalorada de los últimos 50 años. Nada marcha de acuerdo al plan, simplemente porque no hay plan. Los anti-Estado de ayer son hoy los estatistas más locos del mundo. Sus bandazos cotidianos ni siquiera califican como “pragmatismo”: son simplemente un grupo de improvisados a quienes no les preocupa la discordancia entre las palabras y las cosas. Hasta que “las cosas” se empiecen a imponer por su propio peso.