¿Será la última oportunidad?
Una vez más, la Argentina ha experimentado una situación institucional sumamente complicada, incentivada por los resultados de los últimos comicios bonaerenses.
Producto no sólo de la acción efectiva de la oposición, sino por falencias de la propia conducción nacional.
No tan lejano, el desafiante “comprá campeón”, o hasta el más cercano “venderemos hasta el último dólar” oficiales, no impidieron que, sectores opositores hayan desencadenado un clima de presión desestabilizadora y golpista, en la calle y en el Parlamento, traducido de inmediato en la economía, y que evocó, con pesar el experimentado en el año 2001.
No fue escasa para la generación de este escenario, la propia acción del oficialismo gobernante, lamentablemente acostumbrado a autoinflingirse derrotas, ya sea con el estilo de sus proclamas insultantes y soberbias, dichos y referencias a posibles partidos aliados, periodistas, gobernadores o legisladores.
Además del recrudecimiento del internismo, inexperiencia y/o impericia de quienes dirigen la estrategia electoral oficial, que coadyuvó a que los votantes, otrora afines, se abstuvieran, o bien votaran por terceras fuerzas.
Las semanas que siguieron a la elección del 7 de septiembre, constituyeron sin dudas, el peor período del actual gobierno, con una acelerada escapada del tipo de cambio, tasas de interés récord, subas enormes del riesgo país y caídas estrepitosas de acciones y bonos.
Este proceso tuvo a su vez su correlato en un clima de-sestabilizador protagonizado por las fuerzas opositoras al Gobierno, –en conjunto con muchos de sus exaliados–, tanto en las enormes derrotas en el Congreso, como por las masivas movilizaciones callejeras, generando un clima destituyente, alimentado por las lamentables expresiones en ese sentido, por parte de muchos de los trágicos y tradicionales voceros golpistas del drama argentino.
Empero, en un momento crucial de esa crisis económica-política e institucional, se produjo un cuasi milagro: un estruendoso y masivo apoyo de los EE.UU., serenó el marasmo económico, revirtiendo la caída de los mercados.
No obstante, hasta la celebración del acto eleccionario en octubre, podrían seguir produciéndose acciones desestabilizadoras, tanto callejeras como parlamentarias por parte del popukirchnerismo, junto con los hasta no hace mucho aliados al Gobierno.
En estas circunstancias, resulta imprescindible para bien de los argentinos, y para su propio bien, que el Gobierno intentara al menos recomponer sus relaciones con los partidos políticos, gobernadores y con legisladores exaliados.
Los sufridos ciudadanos argentinos, aquellos deseosos de poder vislumbrar un cambio en el decadente derrotero populista vigente por décadas en el país, ante la concreción del casi milagroso apoyo logrado en pocas horas y que permitió revertir un clima decididamente lúgubre, reclaman, reclamamos, que esta oportunidad no se desperdicie.
Por supuesto que sería inútil pedirle al populismo que abandone sus prácticas desestabilizadoras.
Sólo le cabe al Gobierno y a su partido modificar su actitud, ejerciendo la inexorable política de la negociación y la generación de acuerdos.
Podría ser una de las últimas oportunidades en aras de un país, democrático, libre del secular populismo y con la vigencia plena de las instituciones.
¡Que así sea!
*Economista. Presidente honorario de la Fundación Grameen Argentina.
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