El ladrón descalzo atacó de nuevo en Villa El Libertador: se llevó hasta la cuna y olvidó los criollos
Una joven madre fue víctima del ladrón que azota el barrio y siempre actúa sin calzado. El robo duró diez minutos. El detalle que más sorprendió: dejó la bolsa con su desayuno.
Pasan cosas en Córdoba que si no dolieran tanto, darían para escribir mil anécdotas. Esta, por ejemplo, ocurrió en Altos de Flores, a la altura del 686, donde una joven madre dormía con su beba en una casa humilde, mientras la mañana se colaba por las rendijas como un gato curioso.
Florencia González, 22 años, nombre de telenovela y coraje de madre primeriza, escuchó ladrar a la perra. No se levantó. Pensó que era su suegro. Pensó en el mate, en la rutina. Pero hubo un segundo ruido. Uno metálico, bronco, frío, de esos que no pertenecen a ninguna mañana buena. Entonces se vistió, caminó hasta la cocina y lo supo de inmediato: habían entrado a robar.
El portón estaba forzado. La casa, desvalijada. El silencio, intacto.
No era cualquier ladrón. Era el de siempre. El hombre descalzo. El que camina como si flotara, como si no quisiera que el delito hiciera ruido. En Villa El Libertador ya lo conocen: saben su apodo, su edad, su domicilio y sus antecedentes. Le han visto la cara más veces que a los patrulleros. Dicen que una vez se olvidó las zapatillas en la casa que robó, porque entra descalzo. Siempre descalzo.
Esta vez se llevó todo lo que pudo: un televisor LED de 40 pulgadas, un parlante portátil, una garrafa de 10 kilos (el ruido metálico, claro), una cafetera, una planchita para el pelo, un secador, un set de maquillaje, una máquina de afeitar de mano… y hasta una practi-cuna. Nueva. Con etiqueta.
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Un regalo que Florencia había comprado para su sobrinito. “Lo que más lamentamos es la practi cuna porque la habíamos comprado como regalo para un sobrinito”, dice Florencia. “Les pido a la gente que si se las quieren vender no la compren o la denuncien”. dice como si lo demás se pudiera reponer en cuotas. Como si los sueños infantiles tuviesen garantía.
Todo duró diez minutos. Cargó el botín en un carro y se fue, sin prisa ni torpeza. Como quien repite un acto que ya no le duele.
Y un detalle absurdo, casi poético si no fuese tan triste: se olvidó los criollos calentitos que había comprado antes de robar. Como si el crimen le hubiera quitado el hambre.
Florencia hizo la denuncia en la Unidad Judicial 3. Espera respuestas. Pero no muchas. Los vecinos ya no tienen ilusiones: algunos fueron robados más de una vez. Otros directamente ya no denuncian. ¿Para qué?
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El barrio, mientras tanto, mastica la bronca con los dientes apretados. Sabe que ese hombre, el de los pies desnudos, volverá. Quizás mañana. Quizás a la casa de al lado. Quizás con criollos frescos otra vez.
Pero volverá. Porque en esta Córdoba nuestra, donde los poemas conviven con los partes policiales, hay ladrones que parecen salidos de un cuento torcido. Y a veces, hasta se olvidan el desayuno.
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