Feather
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En Balmoral, su residencia favorita de verano en los Highlans de Escocia, Isabel II del Reino Unido, expiró plácida el día octavo del séptimo mes del calendario romano. Su reinado fue de duración inusual, lo que la hizo experta en el oficio. Así, lució su temple en lo que denominó “annus horribilis” (1992), en el que la familia real sufrió inusuales infortunios.
Como simpatizo con la monarquía, sé que ser rey dista de ser una tarea fácil: se debe estar dispuesto a perder la libertad por toda la vida. La comodidad financiera convive con las críticas, la intromisión pública en la vida privada y un poder solo “arbitral”; como la parte “digna” del gobierno, al monarca no se le pide eficiencia, pero se le exige una suerte de “ascetismo” moral.
No obstante, uno de los privilegios reales es el de planear su propio funeral a costa del tesoro público; mientras servía al decadente Imperio, durante décadas, Isabel lo estuvo proyectando; la “Operación London Bridge” se está desarrollando con meticulosidad británica y este privilegiado columnista, por albur, ha sido hoy un sufrido testigo del histórico “Operativo Feather” del día 6 posterior al deceso.
El féretro de la reina, cubierto por el Estandarte Real y la Corona Imperial del Estado, está en el Westminster Hall, en una capilla ardiente abierta al público; una “sublimis contemplationis” de un momento único para lo cual hay que trajinar más de ocho horas: para los que fuimos a darle el adiós a la monarca más que un operativo “feather” (pluma), fue un operativo “lead” (plomo).
El declive británico comenzó durante la segunda mitad del siglo XIX y se consumó después de la primera guerra; la desaceleración del crecimiento de la productividad por la falta de innovación y la creciente capacidad de otras economías (como Estados Unidos y Alemania) y la emigración del capital fueron las causas relevantes.
La Reina Isabel Tudor sentó en el siglo XV, junto al genial William Cecil, las bases del futuro Imperio Británico; a Elizabeth Windsor le tocó reinar desde 1952 a 2022, período en el que se acentuó la decadencia de Gran Bretaña a nivel mundial; se comportó frente a lo irreversible como la Beatriz Viterbo de Borges: “no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo”, mostrando la dignidad de la realeza.
En el declive británico, la crisis de Suez (1956) fue, al decir de los historiadores “el final de Gran Bretaña como una de las principales potencias del mundo”. Estados Unidos y Rusia mostraron que ya era una potencia subordinada; no obstante el Imperio vivió durante los “70 años” un fugaz y nostálgico retorno a la gloria del pasado cuando Argentina le posibilito ganar la guerra de Malvinas.
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