Evangélicos en el poder y el sueño de una nación cristiana en EE.UU.
El nacionalismo religioso se consolida como fuerza central en la política estadounidense, especialmente impulsada por la agrupación MAGA, cuyos seguidores ven al presidente Donald Trump como el elegido por Dios. Estructuras centenarias buscan transformar la democracia en una teocracia. La influencia de las iglesias y fundaciones en la formación de académicos y en las políticas públicas. El peso del evangelismo en la moral y el voto.
Según un estudio del Public Religion Research Institute (2025), el nacionalismo cristiano se consolidó como fuerza central en la política estadounidense, especialmente dentro del Partido Republicano. Esta ideología impulsa el movimiento MAGA (“Make America Great Again”), cuyos seguidores ven a Trump como elegido por Dios. El nacionalismo cristiano sostiene que el país debe regirse por valores cristianos para cumplir una misión divina y que fue fundado como una nación cristiana. En el fondo, es una batalla por definir qué es realmente Estados Unidos.
Las redes religiosas detrás de la nueva derecha no son marginales: estructuras centenarias buscan transformar la democracia en teocracia. El nacionalismo cristiano funciona como máquina política y bloque de votantes, impulsando una cruzada moral que tilda de “woke” todo lo que no encaje con los ideales conservadores de los años 50.
Durante casi un siglo, fundaciones, iglesias y lobbistas han moldeado la política combinando dominionismo, moral sexual rígida, nacionalismo, misoginia y supremacía blanca. Trump es el síntoma de un proyecto largo y deliberado, que estalló el 6 de enero de 2021, cuando el asalto al Capitolio mostró su carácter religioso: banderas cristianas, pancartas como “Trump es mi presidente, Jesús mi salvador”, una horca, círculos de oración y la bandera “Appeal to Heaven” llamando a una revolución cristiana.
Nada de esto fue accidental. El asalto al Capitolio expuso décadas de supremacía blanca y nacionalismo cristiano, con Trump alentándolo. Las banderas confederadas nos recordaban que el racismo y la supremacía blanca nunca desaparecieron; solo mutaron.
Los pecados del cristianismo blanco estadounidense son profundos: el genocidio y la limpieza sistemática de los pueblos indígenas, la defensa de la esclavitud, la implantación de las sureñas leyes Jim Crow que inspiraron a los nazis, y la resistencia a los derechos civiles en los años 60 y 70. La teología segregacionista moldeó profundamente la vida de los nacionalistas cristianos.
Después de la decisión de la Corte Suprema en Brown v. Board (1954), que ordenó la desegregación, las familias blancas del sur fundaron “academias de segregación”, escuelas privadas cristianas que defendían la supremacía blanca.
Para finales de los 70, las amenazas a su estatus fiscal empujaron a los televangelistas hacia la política: mucho antes del aborto, la derecha religiosa surgió para proteger privilegios racistas bajo la fachada de la libertad religiosa. Además, en Engel v. Vitale (1962) y Abington v. Schempp (1963), la Corte Suprema prohibió las oraciones estatales y la lectura obligatoria de la Biblia en escuelas públicas, consolidando la educación secular y provocando la indignación del nacionalismo cristiano, que presentó estas decisiones como ataques a los valores tradicionales para expandir su influencia en la derecha estadounidense.
Desde la época colonial, la religión ha impuesto un orden social rígido. El cristianismo ha permeado profundamente la política estadounidense: en discursos presidenciales, días nacionales de oración, fallos de la Corte Suprema, juramentos sobre la Biblia, apertura de sesiones legislativas con oración o incluso en los billetes del dólar.
Presidentes como Wilson, Truman, Reagan, Bush y Trump han declarado al país como una “nación cristiana”. Desde mediados del siglo pasado, iglesias y fundaciones han actuado como un bloque unificado: creando redes legales, formando académicos e influyendo en políticas públicas, mientras que los televangelistas controlaban medios, influían en la moral y el voto, y aseguraban alianzas estratégicas con la Corte Suprema.
Uno de los movimientos evangélicos más influyentes es The Fellowship (o The Family), fundado en 1935 por Abraham Vereide. Promoviendo la idea de “líderes elegidos por Dios”, este movimiento sigue vigente y opera detrás de bastidores, ubicando líderes religiosos en posiciones de poder y organizando el National Prayer Breakfast, al que asiste cada presidente desde Eisenhower, quien también integró el cristianismo a la identidad nacional con “In God We Trust” y la frase “Under God” en el Juramento a la Bandera.
Otro hito del nacionalismo cristiano se dio en 1949, cuando el pastor evangélico Billy Graham se convirtió en un fenómeno mediático, mezclando espectáculo, fervor religioso y anticomunismo durante la Guerra Fría. Graham no solo se unió a la paranoia anticomunista de los años 50, sino que ayudó a crearla. Para los nacionalistas cristianos y la nueva derecha emergente, cualquier cosa fuera de su fe era marxista (hoy se repite el mismo discurso). Graham elogió al senador Joseph McCarthy, respaldó sus ataques contra los derechos constitucionales y reprendió al Senado cuando intentó ponerle límites.
Franklin Graham, hijo de Billy Graham, continúa la cruzada de su padre, calificando la educación sexual como “basura inmunda” y la homosexualidad como una “abominación” que, según él, debe ser tratada con “terapia de conversión”. En noviembre visitará Argentina para preparar una evangelización masiva en el estadio Vélez Sarsfield.
Durante casi seis décadas, Billy Graham convirtió al evangelicalismo en una fuerza política central, fusionando fe, moral y nacionalismo. Apoyó todas las guerras estadounidenses, respaldó la represión policial contra protestas, y criticó al movimiento por los derechos civiles por avanzar “demasiado lejos, demasiado rápido”.
Esto alimentó la llamada “batalla cultural”, junto con el intelectual católico William F. Buckley Jr., fundador de National Review, quien moldeó la política de Reagan, defendió la “superioridad cultural blanca” e incluso propuso tatuar a personas con VIH.
Unidas por enemigos comunes, iglesias y fundaciones expandieron la influencia cristiana en la política. Fundaciones como Heritage construyeron la columna vertebral intelectual del movimiento. En 1968, el magnate Joseph Coors (sí, el de la cerveza) apoyó a Reagan y, en 1973, cofundó Heritage con Paul Weyrich y Edwin Feulner, produciendo el Mandate for Leadership de 1981 para Reagan y, décadas después, el Project 2025, orientando a Trump sobre familia tradicional, inmigración restrictiva, roles de género estrictos y derechos divinos.
En 1979, en pleno auge del televangelismo, surgió el grupo de presión y movimiento llamado Mayoría Moral, remodelando la política estadounidense al oponerse al feminismo, la liberación sexual y el aborto, mientras promovía la oración en escuelas, mayor gasto en defensa, política anticomunista y apoyo a Israel, coexistiendo con el antisemitismo del nacionalismo cristiano.
Fundada por Jerry Falwell, la Mayoría Moral reunía conservadores que defendían los “valores tradicionales” de los años 50 y el fundamentalismo cristiano.
Falwell afirmaba que la separación entre religión y política “fue inventada por el Diablo para impedir que los cristianos dirigieran su país”. Richard Viguerie, autor de The New Right: We’re Ready to Lead (1981), impulsó este movimiento y revolucionó el marketing conservador cristiano mediante la recaudación de fondos por correo directo.
Falwell se alió con Paul Weyrich, de la Heritage Foundation, reconociendo a los evangélicos como una fuerza política masiva aún sin explotar. Falwell salió al aire conun programa de radio que pronto llegó a la televisión, convirtiéndose en una de las voces más fuertes de los televangelistas.
A fines del siglo XX, el cristianismo evangélico se consolidó como fuerza política nacional. La elección de Jimmy Carter en 1976 trajo a un presidente abiertamente evangélico, pero su negativa a fusionar fe y poder chocó con la Mayoría Moral, que atacó los derechos civiles, la liberación femenina y los derechos de los homosexuales, llamando a Carter “traidor del Sur” y cuestionando su cristianismo. Desilusionados, apoyaron a Reagan, cuya combinación de religión conservadora y política de derecha definió el poder estadounidense durante décadas. La Mayoría Moral fue clave en su ascenso, movilizando votantes, moldeando su agenda y consolidando el control del cristianismo conservador sobre el Partido Republicano, con el telvangelista y magnate Pat Robertson como otra voz central.
En los años 70, el “dominionismo” describía el objetivo evangélico de alcanzar el dominio, usando Génesis 1:28 para justificar un gobierno basado en principios bíblicos. Pat Robertson, fundador de la imponente Christian Broadcasting Network en 1960, promovió esta visión mezclando política, religión y negocios y difundiendo el “evangelio de la prosperidad”, que prometía riqueza como bendición divina. En 1991, su libro The New World Order sostenía que una élite global, orquestada por Satanás, controlaba la política estadounidense para cumplir profecías premileniales. Hoy, teorías conspirativas –desde cuestionar la ciudadanía de Obama hasta la negación del covid-19, reclamos antivacunas y QAnon– funcionan como cemento del nacionalismo cristiano, legitimando su “batalla cultural” como cruzada moral.
El dominionismo creció en reacción al secularismo y a los derechos civiles, consolidándose en los 90 con la New Apostolic Reformation (NAR), liderada por Peter Wagner, que fusionó la Teología del Dominio con el evangelio de la prosperidad. La NAR busca el dominio cristiano sobre toda la sociedad, considera a ciertos opositores poseídos por demonios, ve la política como guerra cósmica entre el bien y el mal y considera a Trump elegido para construir un estado cristiano. La NAR tuvo un rol clave en el asalto al Capitolio.
Hoy, la NAR ejerce su influencia a través de predicadores como Cindy Jacobs, considerada por The New York Timescomo “una de las profetas estadounidenses más influyentes”, y el televangelista Lance Wallnau, quienes promueven un mandato divino para remodelar la sociedad. Desde 2010, Wallnau, autor de God’s Chaos Candidate y conocido por movilizar a cinco millones de votantes evangélicos indecisos hacia Trump, ha revitalizado el Mandato de las Siete Montañas, surgido en los años 70. Según este mandato, siete esferas –gobierno, medios, religión, negocios, educación, familia y entretenimiento– deben estar controladas por cristianos para establecer una teocracia global. La NAR respalda esta visión, considerando cada “montaña” un área a conquistar y controlar integralmente la vida social. Wallnau compara repetidamente a Trump con el rey persa Ciro, argumentando que, al igual que Ciro fue ungido para romper fortalezas y defender Israel, Trump está destinado a demoler la “corrección política”: “Creo que el 45º presidente es el Ciro de Isaías 45”, sostuvo.
Las ambiciones de la NAR reflejan una visión centenaria de Estados Unidos como tierra prometida, un mito que justificó la colonización y moldeó la historia del país. De ese mito surge el nacionalismo cristiano, cuando los colonos recurrieron al Éxodo para santificar su excepcionalismo, alimentando la teoría del Destino Manifiesto, la “ciudad sobre la colina” y una teología de privilegio que consolidó el poder del Estados Unidos blanco. Sus raíces se remontan a los puritanos del siglo XVII fundando una “nueva Jerusalén” y a la expansión hacia el oeste en el XIX, integradas más tarde en la política de derecha del siglo XX mediante think tanks, redes evangélicas y la nueva derecha. Esta tradición está tan arraigada que Trump invocó el Destino Manifiesto en su toma de posesión de 2025: “Perseguiremos nuestro Destino Manifiesto hacia las estrellas, enviando astronautas estadounidenses a plantar la bandera en Marte”.
Hoy, aunque la Heritage Foundation y su Project 2025 reciben la mayor atención, son solo parte de la extensa red ideológica de Trump. Más de cien organizaciones conservadoras, muchas explícitamente nacionalistas cristianas, forman los pilares de este proyecto. Estos think tanks y grupos entrenan a candidatos, influencers y estudiantes, creando un ecosistema para imponer una nación cristiana y eliminar “parásitos”. Esta nueva derecha supera al conservadurismo tradicional, alimentada por discursos de odio, foros incel, amplificación en redes y respaldada por multimillonarios dueños de medios.
Trump está consolidando un modelo que fusiona religión con poder estatal y corporativo. Este año creó la Oficina de Fe de la Casa Blanca, liderada por la pastora Paula White, su principal asesora espiritual, quien afirmó que “decirle ‘no’ al presidente Trump es decirle ‘no’ a dios”. Este año, en el Museo de la Biblia, Trump vinculó la fuerza nacional con la fe, reforzando la identidad de Estados Unidos con el dios cristiano. Mientras tanto, el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, lo elogió como “un nuevo Moisés”, reflejando la visión teocrática que se consolida.
A lo largo de la historia, las peores atrocidades se han cometido en nombre de dios. Hoy, todavía se lucha y mata por textos antiguos de procedencia incierta, mientras Estados Unidos está saturado de fanáticos religiosos, políticos mesiánicos y pastores que se enriquecen con la esperanza de otros. Este fenómeno se expande por toda América Latina.
*Project-syndicate
También te puede interesar
-
La administración Trump lanzó una ofensiva contra la diversidad: instan a los hombres blancos a denunciar "discriminación"
-
Aviones militares de Estados Unidos realizaron vuelos frente a Venezuela en medio de la tensión regional
-
Cancelan la firma del Tratado de Libre Comercio de la UE con el Mercosur: se aprobaría en enero
-
La tragedia del Spiridon II: qué pasó con el buque y por qué casi 3.000 vacas uruguayas quedaron varadas en alta mar
-
Luis Rosales: “Trump quiere invadir Venezuela desde su primer mandato"
-
Donald Trump amplía las restricciones de viaje a los extranjeros de 20 países más y duplicó el número de naciones afectadas
-
Giorgia Meloni impresionada con el tamaño del presidente de Mozambique
-
Venezuela, petróleo y poder: qué busca Trump con la nueva ofensiva contra Maduro
-
El ascenso de Kast y el repliegue del progresismo mundial
-
A contrarreloj, Maduro activó su ofensiva diplomática para contener a Trump