Día 735: Triunfo de Kast y encerrona del progresismo
En América, el progresismo perdió en Argentina, Bolivia, Honduras, Guatemala, Ecuador, Argentina, Paraguay y Estados Unidos. ¿Deberá girar a la derecha o convertirse en una suerte de “atrapa todo”?
La derecha que reivindica el gobierno militar de Augusto Pinochet ganó ayer en Chile por más de dieciséis puntos contra una candidata del Partido Comunista. 58,2% para José Antonio Kast del Partido Republicano contra 42,8% para Jeannette Jara, del Partido Comunista.
Esto pone al progresismo latinoamericano y global ante una encerrona: Si se radicaliza y pone a una candidata abiertamente comunista, pierde. Si gira al centro como en Argentina con Sergio Massa, también pierde. ¿Deberá girar a la derecha o convertirse en una suerte de “atrapa todo”? El progresismo ante una de sus crisis más profundas debe redefinir su identidad y construir programas que logren transformar las vidas de las personas cuando gobiernan. Esto es muy fácil decirlo, pero evidentemente es muy difícil de lograr.
El progresismo perdió en Argentina, Bolivia, Honduras, Guatemala, Ecuador, Argentina, Paraguay y Estados Unidos, solo hablando del continente americano y en los últimos dos años. Tuvo victorias en Uruguay y México. También está al frente de gobiernos como el de Lula da Silva de Brasil, quizás la experiencia más exitosa y Gustavo Petro en Colombia, sin embargo, estos dos últimos sufrieron fuertes derrotas en las elecciones municipales de medio término.
En Venezuela y Nicaragua, ya estamos hablando de dictaduras que si bien pueden tener un discurso de izquierda progresista, son gobiernos en los que la oposición es perseguida, no hay libertad de prensa y las elecciones son fraudulentas. Estos dos países son usados constantemente por la derecha como propaganda de los errores del progresismo y se hace campaña con “no queremos ser Venezuela”. Con todo esto, podemos ver que el progresismo no está pasando por un buen momento y cada vez que hay llamado a las urnas, el electorado se lo hace notar.
En este sentido, es interesante notar que cuando gana el progresismo, como Lula en Brasil o Joe Biden en Estados Unidos en 2020, lo hicieron por muy baja diferencia. El líder del PT ganó por 1,8% y el demócrata por 4%. Ahora, cuando gana la derecha es aplastante. 16% en Chile, en Honduras el candidato oficialista del progresismo salió tercero, lo mismo que sucedió en Bolivia. En nuestro país, Javier Milei le sacó una diferencia de 11,5 puntos a Massa.
Vamos a empezar analizando la victoria de Kast en Chile y luego veremos qué debates se pueden extrapolar al resto del mundo. Primero, para tomar dimensión de la derrota de la izquierda en Chile, vamos a mostrar unos gráficos. Primero de la primera vuelta y luego de la segunda.
Cómo vemos, el gráfico habla de la derrota más importante de la izquierda en la historia de la recuperación democrática chilena. Esto es la primera vuelta. Jara sacó un 28%. Es decir, salió primera, pero con un muy bajo porcentaje y seguida por tres candidatos de derecha. Ahora veamos la segunda vuelta.
Ambos gráficos comparan con otras elecciones de la izquierda y Jara está, mínimo 5 puntos por debajo de todas las elecciones. Es un retroceso muy importante. ¿Quién ganó las elecciones de ayer en Chile? ¿Qué piensa exactamente Antonio Kast?
Ideológicamente, Kast se define como un conservador social y un liberal clásico en lo económico, representando una ruptura con la derecha tradicional chilena de Chile Vamos, algo así como el PRO argentino.
Su pensamiento se estructura en torno a pilares de orden, tradición y libre mercado. Es un férreo opositor al aborto, el matrimonio igualitario y la agenda de género, promoviendo los valores católicos y familiares tradicionales. Propone un Estado mínimo en lo económico, con una reducción drástica de impuestos y gasto público, favoreciendo la iniciativa privada.
Un aspecto central y muy polémico de su perfil es su cercanía y reivindicación explícita de la figura del exdictador Pinochet. Kast ha defendido públicamente el régimen militar (1973-1990), afirmando que Pinochet evitó que Chile cayera en el comunismo y que, aunque hubo violaciones a los derechos humanos, los logros económicos y de orden del régimen deben ser reconocidos. Esta postura lo diferencia del resto de la clase política, consolidando su base de apoyo nostálgica y anti-progresista, pero le genera un amplio rechazo en el centro político y la izquierda.
Sus principales ejes de campaña, que lo han llevado a alcanzar altos niveles de votación (llegando al balotaje en 2021 y logrando la mayoría en la elección de consejeros constitucionales en 2023), se centran en:
- Orden y Seguridad: Propone una política de "mano dura" contra la delincuencia, el narcotráfico y la inmigración ilegal. Ha planteado la construcción de zanjas en la frontera norte para frenar la migración y dotar de más poder y respaldo a las Fuerzas Armadas y Carabineros, incluso en zonas de conflicto como la Araucanía.
- Lucha Anti-Corrupción y Burocracia: Enarbola la bandera contra lo que llama el "Estado obeso" y la corrupción política, prometiendo reducir drásticamente el tamaño del Estado, el número de ministerios y los cargos de confianza política.
- Defensa de la Identidad Nacional: Se presenta como el defensor de la identidad chilena y de la estabilidad, en contraposición a lo que él considera la "destrucción" institucional impulsada por la izquierda y los movimientos sociales post-estallido.
Kast ha logrado capitalizar el descontento ciudadano con la crisis de seguridad, la inestabilidad política y la ineficacia de la izquierda en el gobierno, posicionándose como la opción radical y sin complejos del conservadurismo chileno.
Durante la campaña, Kast reivindicó la dictadura de Pinochet y dijo: "A Salvador Allende lo derrocó el pueblo. No es que los militares se levantaron enojados y le dijeron: 'Te vas'. Fue el pueblo de Chile que le solicitó a las Fuerzas Armadas que hicieran un pronunciamiento militar, y yo eso lo valoro". Además, valoró la "obra movilizadora" de la dictadura militar y el trabajo de su hermano como ministro dentro de la cartera militar.
Ahora, Milei que festejó el triunfo de Kast haría bien en pensar en algunas cosas. Contradictoriamente un triunfo de la derecha en Sudamérica haría que Milei no sea el único aliado de Trump en la región. Es decir, un nuevo amigo al que atender y eventualmente prestarle ayuda. ¿Competirá Kast por la amistad estratégica de Trump con el propio Milei? Recordemos que Chile siempre tuvo una política más pronorteamericana que Argentina.
El periodista chileno del medio Bio Bio, Tomás Mosciatti, explicó la derrota de Jeannette Jara y declaró: "La izquierda ha perdido los sectores populares por los discursos identitarios, como el feminismo descalificador de los demás". Es interesante este planteo de la izquierda quedándose solo con lo identitario, una bandera más ligadas a la clase media urbana y no pudiendo resolver los dramas de la clase trabajadora como son las extensas jornadas laborales o la inseguridad.
El periodista Facundo Pedrini, director de Contenidos en Crónica y analista político en varios programas de streaming dijo algo interesante que conecta la derrota de Massa y la de Jeanette Jara. “Se trataba de bajar la pobreza, no de terminar con el patriarcado”, dijo, y agregó que esto se evidenció con el cierre de campaña de Massa que fue festejando y cantando con los alumnos del Pellegrini, un tradicional colegio porteño preuniversitario, hiperpolitizado, que si bien es público, por su examen de ingreso y su nivel de exigencia generalmente van los sectores de la clase media de la Ciudad de Buenos Aires.
Pedrini llamó “la revolución de los incluídos” al último período del peronismo y la Cámpora como organización, señalando que se preocuparon más de la batalla discursiva que de la real. Este punto, la contrariedad de las banderas progresistas identitarias y las reivindicaciones populares, por así decirlo, es muy complejo. La realidad es que, por ejemplo, el derecho al aborto y la identidad de género, modifican gran parte de la vida de las mujeres pobres y la población trans pobre que tiene una esperanza de vida de 40 años.
Sin embargo, es interesante como estas banderas en general son sostenidas por sectores de la juventud universitaria y sectores profesionales con alta formación académica, no tan afectados por estos problemas.
La ola del feminismo en nuestro país que arrancó con el #NiUnaMenos como una causa que movilizó realmente a grandes capas de las mujeres populares, víctimas de violencia y familiares de mujeres asesinadas en este tipo de casos, se originó mayormente en oposición al kirchnerismo. Recordemos que fue el 3 de junio del 2015, a meses de que se termine el gobierno de Cristina Kirchner y muchas de sus demandas eran al Estado. Se lo responsabilizada de no fiscalizar a la justicia, la policía y de no prestarle atención a las víctimas.
Luego, con las siguientes demandas, el feminismo fue reflejando menos el sentir de los sectores populares y el mismo kirchnerismo pasó a tener cada vez mayor representación. De hecho, es interesante como se logró que se olvidara que Cristina evitó que se discutiera el aborto durante sus doce años de mandato y ahora aparece como una figura reivindicada por gran parte de estos sectores. Probablemente, todo esto ayude que muchas banderas del feminismo en nuestro país sean vistas como simple discurso.
Pero quizás lo que realmente hace que todo el andamiaje del discurso progresista entre en crisis es que, cuando aparecen problemas de las mayorías populares, se les dé la espalda y de esta manera, las reivindicaciones a las que la sociedad si percibe que el Estado les presta atención, sean consideradas las culpables de sus postergaciones.
Mientras Alberto Fernández decretó el “fin del patriarcado”, estaba avanzando un proceso de pérdida de poder adquisitivo, que generó el fenómeno más impactante en su Gobierno: los trabajadores formales bajo la línea de pobreza.
Volviendo a Chile, los analistas políticos señalan que buena parte de la victoria de la extrema derecha se preanuncia en la derrota del referéndum de la Constitución impulsado por el Gobierno de Gabriel Boric.
La derrota del Apruebo en el plebiscito de septiembre de 2022 en Chile, que rechazó la propuesta de nueva Constitución impulsada por la Convención y respaldada por el gobierno de Boric, se explica fundamentalmente por un fenómeno de desconexión entre la élite constituyente y las prioridades de la ciudadanía, especialmente de los sectores populares. Gran parte del análisis posterior a la votación coincidió en que el proyecto se percibió como un texto "demasiado enfocado en lo identitario y no en las mejoras reales a los sectores populares".
Diversos analistas y figuras políticas chilenas señalaron que la Convención se centró en temas de alta sensibilidad para una minoría progresista y académica, dejando de lado los problemas concretos que afectan la calidad de vida de la mayoría.
El exministro de Hacienda Nicolás Eyzaguirre sostuvo que la propuesta constitucional se excedió en la consagración de derechos sin establecer claramente cómo se financiarían, lo que generó un temor generalizado a la inestabilidad económica y un aumento de impuestos insostenible.
En esta línea, el analista político Patricio Navia argumentó que el texto fue "maximalista", un adjetivo frecuentemente usado por la prensa, y que priorizó una "agenda de la identidad" sobre las demandas materiales del chileno promedio.
El concepto de "plurinacionalidad" fue uno de los más criticados y ejemplificó esta desconexión. La propuesta de establecer diferentes sistemas de justicia y autonomías territoriales para los pueblos originarios generó miedo en la población no indígena. El ex Presidente Ricardo Lagos manifestó su preocupación por la posible fragmentación del Estado y la inseguridad jurídica que implicaba un concepto tan amplio e impreciso. Esta idea, que era central para el ala más a la izquierda de la Convención, fue interpretada por muchos ciudadanos comunes como una amenaza a la unidad nacional y un riesgo de crear ciudadanos de primera y segunda clase.
Otro punto crucial, citado por la expresidenta de la Concertación y figura de la centroizquierda, Carolina Tohá (quien luego se integró al gabinete de Boric), fue que la Convención cometió un error de comunicación al no lograr "traducir" sus grandes conceptos en beneficios cotidianos. El votante no vio reflejados en el texto soluciones claras para la delincuencia, las largas listas de espera en salud o el alto costo de la vida, que eran sus principales preocupaciones en el momento del plebiscito. La percepción popular, magnificada por la campaña del Rechazo, fue que se priorizaron los derechos de la naturaleza, la plurinacionalidad y una serie de órganos burocráticos sobre el acceso a vivienda o la seguridad.
La inexperiencia política y el sectarismo de los convencionales de izquierda y movimientos sociales fueron un factor decisivo. El reconocido sociólogo Eugenio Tironi observó que muchos miembros de la Convención se comportaron más como activistas que como redactores de una carta fundamental, generando escándalos y frases grandilocuentes que alienaron a la ciudadanía. Tironi calificó el proceso como una "olla a presión identitaria" que olvidó a los "ciudadanos de a pie" y sus necesidades prácticas.
El resultado fue que la Convención, que nació con un amplio respaldo tras el estallido social, terminó con bajos niveles de aprobación, y la gente votó "en contra de la Convención, no en contra de una nueva Constitución", una distinción sutil pero importante que varios analistas realizaron, incluyendo el politólogo Cristóbal Bellolio.
La falta de una defensa coordinada por parte del gobierno de Boric, que se involucró solo a medias y tardíamente, tampoco ayudó a contrarrestar la narrativa del miedo y el riesgo que capitalizó la derecha. En suma, la derrota del Apruebo fue la victoria de un sentido común pragmático que consideró que el texto, en palabras de sus críticos, era "un programa de gobierno maximalista de izquierda" disfrazado de Constitución.
Desde ese punto de vista, ya no se trata de irse para la izquierda, para la derecha o para el centro. Las categorías se centrarían en arriba o abajo y en ser ejecutivo o discursivo. Probablemente, la población desesperada por problemas que se acrecientan y que los gobiernos no resuelven, recordemos que Chile tuvo un estallido social en 2019, busque que se atiendan sus urgencias y de una manera rápida y efectiva. Tal vez sea esto lo que vea de la derecha. Un sector que le habla directamente, sin eufemismos y que promete soluciones drásticas e identifica claramente a los adversarios que serían responsables de su situación: Kast habla de los inmigrantes venezolanos y Milei de la casta política.
Si el progresismo y la izquierda lograran explicar que van a favorecer a las mayorías sociales y efectivamente lo hicieran con determinación, probablemente ese sería un punto de partida para construir una nueva mayoría y permanecer en el poder. De hecho, el ejemplo exitoso de Zohran Mamdani en Nueva York que ganó prometiendo el congelamiento de los alquileres y transporte gratis sea un caso paradigmático de esto.
Sin embargo, no hay que irse tan lejos. Durante la primera década del siglo XXI, estos mismos progresismos que hoy son derrotados eran hegemónicos por ofrecer mejoras concretas a los sectores populares. El kirchnerismo por ahora es el gobierno más extenso de la historia argentina con doce años, pero también estuvo la ola de gobiernos progresistas en toda la región y Barack Obama en Estados Unidos con dos mandatos.
Sucedió que en lo que respecta a Latinoamérica, hubo un cruce entre dos aspectos que ya no están e hicieron de esos años, experiencias muy distintas a las actuales. El boom del precio de las materias primas y los estallidos sociales. Por un lado, los gobiernos progresistas tenían más ingreso por divisas debido a las exportaciones de las commodities y por el otro, el establishment económico frente a grandes hitos como el Caracazo, el octubre boliviano o el 19 y 20 de diciembre en Argentina, decidieron ceder una parte de la renta para la redistribución. Esto, cuando oscilaron los precios de las materias primas y la sociedad volvió a la normalidad, cambió y estos gobiernos se quedaron sin nafta, o mejor dicho sin dólares.
Ahora la segunda ola de gobiernos progresistas, Alberto, Boric, el Lula actual, Petro y otros enfrentan un nuevo escenario económico marcado por menos recursos y un fenómeno mundial que es la financiarización, la creciente transferencia de riqueza del mundo de la producción al financiero, y la desmaterialización de la economía donde gran parte del producto bruto de los países no depende de productos materiales aprehensibles de taxación tributaria dentro de una geografía establecida y determinada, haciendo cada vez más difícil cobrarle impuestos al 1% más rico de la población quienes en las últimas dos décadas se quedaron con 50% del crecimiento mundial sin poder ser redistribuido en el 99% restante. Un problema mundial de esta nueva etapa del capitalismo líquido que aún no encontró su ciclo de redistribución como fue en siglo pasado los cincuenta años entre 1930-1980.
Frente a esta realidad, el progresismo avanzó con las reivindicaciones más discursivas e identitarias, que por otro lado son las más baratas y fue blanco fácil de la derecha que hizo una suerte de mejunje ideológico inentendible pero muy efectivo. Algo así como que el feminismo, el gasto fiscal, los políticos y la diversidad sexual son los garantes de un status quo que perjudican a los ciudadanos de a pie y atentan contra su familia.
Anteriormente, la derecha era vista como elitista, aristocrática y antipopular. Ahora, el progresismo con su discurso políticamente correcto que parte de una supuesta superioridad moral, parece parte de una elite, esta “revolución de los incluidos” de la que habla Pedrini.
Tal vez esto haga que en Chile, Kast pueda reivindicar a Pinochet y en Argentina, Victoria Villarruel y Milei deban hacer malabares para cuestionar el balance histórico de la dictadura argentina y no puedan reivindicar a Rafael Videla directamente. Pinochet efectivamente estabilizó la situación económica y sentó las bases de un modelo económico que continuó. Obviamente, cometió terribles crímenes como lo hizo la dictadura argentina, pero este hecho hizo que para amplios sectores sea considerado una figura reivindicable. La dictadura argentina, además de cometer los crímenes de lesa humanidad, se tuvo que ir en medio de un caos económico y una estruendosa derrota militar.
Por otro lado, el trabajo de los organismos de derechos humanos en Argentina continuó una lucha inquebrantable que no se puede soslayar y frente a todos los discursos de unidad nacional que tenían como condición el olvido y la amnistía a los militares, jamás se rindió. A diferencia de España o Chile, en Argentina la memoria fue impulsada por madres, abuelas e hijos de desaparecidos y se transformó en una política de estado.
En Chile y España por ejemplo, la política del “dejar el pasado atrás” impulsada como pacto democrático, dio lugar a que ahora la derecha no quiera dejar el pasado atrás, quiera reivindicarlo.
Producción de texto e imágenes: Matías Rodríguez Ghrimoldi
TV/ff