Riesgo en la pareja

El individualismo como mandato

. Foto: CEDOC PERFIL

Si estamos comenzando una relación de pareja, queremos que ese vínculo prospere. Si ya estamos en pareja, naturalmente intentaremos buscar la manera de cuidar ese vínculo que ya existe, prestando atención a aquello que pueda amenazarlo. La tendencia será nutrirlo, fortalecerlo, buscar recursos y herramientas que nos ayuden a afianzar ese amor mutuo tan único que se da en la pareja.

Al acercarme una consulta, sea por un conflicto que quieran superar o, a veces, porque busquen mejorar y fortalecer la relación, el primer concepto que propongo trabajar es ser los protagonistas. La decisión de vivir un verdadero amor de pareja requiere que seamos sujetos activos. No se trata de permanecer en una relación mientras dure, eso no requeriría esfuerzo y nos convertiría en simples “pasajeros” que permanecerán en la nave mientras flote. El desafío es la apertura al otro. El darse y recibirse por entero, sin reservas. Y, para que esto ocurra, lo primero a intervenir es la comunicación, profundizando el diálogo verdadero. Esto habilita el conocimiento profundo del otro, y nos abre a la dimensión de la comprensión hacia la otra persona. Siempre en clave de dos.

La comprensión en la pareja es la balsa invisible e invencible, que mantiene a flote ese vínculo tan único. Querer sostener la pareja, intentar trabajar en el vínculo, sin la comprensión como punto de partida, hace que la meta se vuelva inalcanzable.

Estamos en tiempos que nos invitan, nos demandan, casi nos exigen pensar y convencernos de que nos merecemos todo. Desde ya, en ese todo que merezco está comprensión. En primera persona y entre otras cosas, “debo” ser comprendido. Es mi tiempo. En medio de los mandatos actuales que nos interpelan a gritos, casi forzándonos a sacar el foco de lo que nos rodea para centrarlo en uno mismo, aparecen en las consultas de pareja que atiendo dilemas como: “Es mi momento. La vida es corta”. “Ahora me toca a mí”. Brotan el cansancio y la renuncia a seguir abierto al otro, a recibir luces y sombras, a entregarse. Cada uno se reserva para sí. El egoísmo, el egocentrismo, la exacerbación del amor a uno mismo están de moda. Ergo, Yo paso a ser merecedor de todo.

Sería redundante aclarar que tal mandato es incompatible con el vínculo de amor en una pareja. Que el otro “me” comprenda, y punto. Cuando somos protagonistas, la relación de pareja, para crecer, nos pide salir de nosotros mismos todo el tiempo. Al encuentro del otro. A dar y a recibir. Tan diferente a quedarme centrado en mí mismo, buscando y encontrando todo lo que me hace falta y me merezco.

Esta mirada a uno desde el individualismo, desde el convencimiento de que todo me merezco, como lo señalé antes, implica la comprensión. No habrá consulta de pareja que prospere si se parte y se pretende llegar a ese punto. Demandar la comprensión del otro que tiene que satisfacer mis necesidades. Aquí, lo más notable es la paradoja a que conduce esta actitud, haciendo impracticable ese mandato tirano en el que estamos sumergidos sin cuestionárnoslo demasiado: si cada uno se siente nada más que merecedor, si cada uno solo está dispuesto a recibir, no habrá de quién recibir, no habrá quién esté dispuesto a dar. El escenario será estático, cada uno en sí mismo, sin salir al encuentro, sin tener a nadie que le brinde lo que merece y necesita. Este egoísmo que impera, que se impone como actitud del ser humano, tan inhumana, es un mandato social impracticable. Trasladado al vínculo de pareja, que es fundante, la realidad social más básica, nos lleva justamente a que intentemos construir algo, sin poner primero los cimientos.

Ser protagonistas nos invita a tomar coraje y salir al encuentro, incomodándonos, arriesgándonos, para obtener la real recompensa, que es el amor incondicional.

*Abogada, magíster en Matrimonio y familia, coach de Familia, y profesora del Instituto de Ciencias de la Familia de la Universidad Austral.