Las nuevas representaciones culturales más allá del relato
“El militantismo que se reduce a eslóganes vacíos o proclamas beligerantes pero inconexas con lo tangible, renuncia al rol básico del lenguaje: construirse como sujeto”, dice el autor. A qué se refiere.
Atribuir las fallas de la política únicamente a deficiencias comunicativas es un error recurrente y simplista. Suponer que ajustando el mensaje se resolverán los problemas de fondo ignora una verdad incómoda: la comunicación no es la raíz del problema, sino un síntoma. Cuando la política se fractura, arrastra consigo su capacidad de transmitirse con claridad y eficacia. No hay técnica discursiva que pueda enmascarar acciones políticas fallidas o carentes de sustento.
Desde la paideia griega, la comunicación ha sido entendida como un vehículo de símbolos y relatos que estructuran el pensamiento humano. Homero ya señalaba que nuestra comprensión del mundo es narrativa; no percibimos la realidad en abstracto, sino a través de historias. Como advierte el escritor Javier Cercas: "El lenguaje no es una banalidad ni un adorno. Quien quiere conquistar la realidad debe antes conquistar el lenguaje". La forma en que se construye el relato, por tanto, no es accesoria: es fundacional.
Sin embargo, el eje de toda dinámica social sigue siendo la política. De sus aciertos o errores dependen los triunfos colectivos o las frustraciones. Y aquí surge un desafío urgente: la política debe asumir que las nuevas formas de comunicación, con sus plataformas, códigos y rituales, no son meras herramientas, sino prácticas culturales que redefinen el espacio público. Ignorar esta transformación equivale a desconectar el discurso político de la sociedad a la que pretende interpelar.
Las sociedades han mutado bajo el influjo de la globalización, la aceleración tecnológica y las demandas culturales emergentes.
La función del lenguaje es constituirse como sujeto" (Emile Benveniste)
Adaptarse a estos cambios no es optativo; es el ABC de cualquier proyecto político con aspiración de relevancia. Los instrumentos de comunicación ya no son canales neutros: construyen sentido, articulan identidades y, sobre todo, condicionan la percepción de lo político. Quienes no lo entienden, independientemente de su edad, no padecen un déficit generacional, sino una ceguera estratégica.
Epicteto, el filósofo estoico, resumió con precisión: "Lo que impacta no son los hechos, sino las palabras sobre los hechos". Pero su observación contiene una advertencia: para que el relato tenga potencia, debe existir un hecho que lo sustente. La acción política, ya sea una medida de gobierno, una campaña o un gesto militante, precede a su narración. Su valor dependerá de su contenido real, no de su empaque retórico.
Por eso, a pesar de la tremenda importancia que hoy tiene una correcta comunicación, sigue siendo importante esa apreciación de Epicteto ya que para que existan palabras sobre los hechos, deben primero existir los hechos.
Lo que impacta no son los hechos, sino las palabras sobre los hechos" (Epicteto)
El lingüista francés Emile Benveniste (1902-1976), por su parte, subrayó que "la función del lenguaje es constituirse como sujeto". Hablar es afirmar una identidad, y eso exige compartir códigos con el interlocutor. Cuando el mensaje político se enreda en jergas herméticas o consignas anacrónicas, pierde capacidad de conexión. En contextos como el argentino, donde amplios sectores de la dirigencia parecen hablar una lengua ajena a las mayorías, el resultado es un diálogo de sordos.
Las palabras no solo describen la realidad; la modifican. Moldean percepciones, activan emociones y reconfiguran imaginarios. Pero para que cumplan esta función, deben ser comprendidas.
El militantismo que se reduce a eslóganes vacíos o proclamas beligerantes pero inconexas con lo tangible, renuncia a su rol articulador. En un mundo de audiencias fragmentadas y culturas en constante reinvención, dominar el arte de comunicar, saber hablar, pero sobre todo saber escuchar, es una competencia política decisiva.
La mudez o lo desjerarquización de su vocabulario es un demérito como práctica política.
Y previo a estas calidades de lo comunicativo, debe existir la calidad en la acción política. En la década de los años 40/50 lo que valía no era una comunicación bien estructurada sobre, por ejemplo, el aguinaldo, las vacaciones pagas o los derechos de los ancianos. Lo valioso era la existencia de esas medidas, esas acciones políticas.
Y, ejemplo inverso, una comunicación considerara buena no alcanza para poner en valor positivo una acción política cuyo desarrollo fue malo.
La comunicación transporta. La política manda.
Ex diputado nacional – Río Negro
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