Marguerite Duras y la memoria de los amantes
Huérfana de padre, su familia ya empobrecida la crió en Indochina, actual Vietnam, en donde nació. En “El amante”, plasmó experiencias personales y su idea de que la intuición y el deseo superan las diferencias culturales. Una recopilación de sus últimas palabras.
En el verano se cumplirán 30 años de la desaparición de Marguerite Duras (Saigón, Indochina, 1914- París, Francia, 1996) y rescatamos C´est tout ("Eso es todo"), una selección de cosas dichas por la autora, entre el 20 de noviembre de1994 y el 29 de febrero de 1996. El volumen, publicado por Yann Andréa, tiene un valor testimonial incalculable, ya que ella misma revisista sus clásicos.
La autora de El amante (Premio Goncourt 1984) envidiaba a quienes no escribían, al tiempo que se preguntaba cómo podían no hacerlo, tal como lo prueba La pasión suspendida, entrevista concedida a Leopoldina Pallottadella Torre, con traducción de César Aira. Esta novela fue llevada al cine en 1992 por Jean- Jacques Annaud.
Huérfana de padre desde los cuatro años, Marguerite Duras, cuyo verdadero nombre era Marguerite Germaine Marie Donnadieu, nació y vivió hasta los 18 años en Indochina, hoy Vietnam, en el seno de una familia francesa empobrecida, junto a una madre a quien describía como “exuberante, loca, como solo pueden serlo las madres” y a sus dos hermanos varones.
En El amante (1984), novela de rasgos fuertemente autobiográficos, su protagonista, una adolescente de apenas quince años, narra la historia de una pasión signada por un intenso erotismo con un joven chino adinerado. La historia dura un año y medio, luego del cual, a instancias de su padre y con el fin de perpetuar la herencia, el muchacho acepta casarse con una joven china de su misma condición socioeconómica. En el fragmento que presento a continuación, la pequeña blanca imagina la noche de bodas de la heredera china-proveniente, como su flamante marido, de las familias tradicionales del Norte- con quien fue su amante.
“No sabe cuánto tiempo después de la partida de la niña blanca ejecutó él la orden del padre, cuándo llevó a cabo esa boda que le ordenó hacer con la joven designada por las familias desde hacía diez años, cubierta también de oro, de diamantes, de jade. Una china también originaria del Norte, de la ciudad de Fu-Chuen, llegada en compañía de la familia.
"Debió pasar mucho tiempo sin poder estar con ella, sin llegar a darle el heredero de las fortunas. El recuerdo de la pequeña blanca debía de estar allí, tendido, el cuerpo, allí, atravesado en la cama. Durante mucho tiempo debió de ser la soberana de su deseo, la referencia personal a la emoción, a la inmensidad de la ternura, a la sombría y terrible profundidad carnal.
“(…) Ella, la muchachita blanca, la pequeña, nunca se enteró de esos acontecimientos. Años después de la guerra, después de las bodas, de los hijos, de los divorcios, de los libros, llegó a París con su mujer. El le telefoneó. Soy yo. Ella le reconoció por la voz. Él dijo: sólo quería oír tu voz. Ella dijo: soy yo, buenos días. Estaba intimidado, tenía miedo, como antes. Su voz, de repente, temblaba. Y con el temblor, de repente, ella reconoció el acento de China.
“(…) Le dijo que era como antes, que todavía la amaba, que nunca podría dejar de amarla, que la amaría hasta la muerte.
Momento arduo, de imposibilidad inicial debida tal vez a su presencia determinante, piensa la joven blanca, segura del poder excepcional que ha tenido en la vida del hombre, aunque atenúe su recreación de la escena con expresiones que remiten a lo eventual. Pasa entonces del desconocimiento sobre la fecha de la boda: “No sabe cuánto tiempo después de la partida de la niña blanca ejecutó él la orden del padre…” a una reiterada expresión de lo conjetural que acentúa la duda mientras paradójicamente refuerza la certeza: “Debió pasar mucho tiempo sin poder estar con ella… el recuerdo debía de estar allí… debió de ser la soberana de su deseo, la referencia personal a la emoción, a la inmensidad de la ternura, a la sombría y terrible profundidad carnal.”
“…Después llegó el día en que eso debió resultar factible…”Pero en esa instancia, ella ya no representaba el impedimento, sino el engaño, la traición. Solo a través del poderoso deseo que la joven despertaba en él, pudo el chino acceder a ese encuentro con su mujer y, por ende, al mandato familiar: ser el heredero de la fortuna.
Si el lugar previo de la joven blanca, al inicio de lo imaginado, es el de la exclusión, el de la realidad supuesta consiste en haber estado en la habitación nupcial y haber sido la intermediaria del acto sexual: el chino “debió encontrarse en el interior de esa mujer” a través de ella, de su cuerpo atravesado en la cama. Como, de alguna manera, lo formula en uno de los últimos diálogos de su otra novela El amante de la China del Norte, aludiendo al sufrimiento que ella les inflige a ambos y se inflige a sí misma: “… ustedes también van a estar casados por mí”.
La conjetura se traslada entonces al sentimiento de la muchacha china, esa que seguramente estaba al tanto de la existencia de la pequeña por el relato de los otros, esa que tendría su misma edad, y se desplaza también a su posibilidad de comprender el llanto del adulterio como ella había comprendido el llanto del amor en la garçonnière compartida con su amante. ”Quién sabe…”, dice, “quizá lloró con él y después de los llantos, llegó el amor”. Quizá también lo consoló. El fragmento concluye con su retorno a la ignorancia de lo ocurrido “la pequeña nunca se enteró de esos acontecimientos”.
¿O se trata tan solo de la breve y resignada manifestación de un desconocimiento cuando lo que prevalece es ese saber intuitivo de su ilimitada influencia amorosa? Certezas e incertidumbres intercambiables.
La duda impuesta por la realidad -ella no estuvo allí, no pudo saber lo que pasaba- es sustituida por la convicción de saberse la única destinataria del deseo y la única capaz de posibilitar el deseo delegado. Una preeminencia susceptible de resarcirla de su exclusión real: ella es blanca, pero la supremacía que posee a los ojos de su madre y de sus hermanos, a pesar de la pobreza, no es válida para el padre del amante: la pertenencia a su misma cultura y “la equivalencia de sus fortunas”, como dirá el amante de la China del Norte- lo que subyace también en esta novela- han sido los requisitos inapelables para favorecer el matrimonio de su hijo.
Otra incertidumbre recorre la historia, una más: ¿amó la pequeña al chino? Sabemos que él sí a ella. Hay precisiones sobre ese amor. En cambio, ella dice no haberlo amado, le creamos o no.
Sin embargo, en un pasaje que precede brevemente a estos- los finales- durante su viaje en barco a través del océano, cuando estalla la música del vals de Chopin nunca aprendido, cuando ha querido suicidarse arrojándose al mar- como aquel muchacho al que evoca imprecisamente y cuya historia de muerte escuchó en Sadec (también de este hecho hay más de una versión en la novela)-, plantea esa duda con una doble negación y la expresión de lo eventual pasado: “… pensó en el hombre de Choleny no estaba segura, de repente de no haberlo amado con un amor que le hubiera pasado inadvertido por haberse perdido en la historia como el agua en la arena y que lo reconocía sólo ahora en este instante de la música lanzada a través del mar”.
Tal vez poco importe ensayar una respuesta sobre un texto en el que lo no dicho, lo apenas insinuado constituye el mayor placer de la lectura. Sí importa que la narradora lo sugiera en El amante porque este hombre no es el de los Cuadernos de la guerra (testimonios autobiográficos en los que Duras describe la génesis de sus textos) - con quien se acostó una vez, le resultaba por momentos repulsivo y solamente la enamoraban sus gestos de poderío económico- ni tampoco el de la China del Norte (El amante de la China del Norte, variación de la historia de El amante de 1991), a quien sí le dice “las palabras de los libros, del cine y de todos los amantes… Lo quiero” y por quien llora luego del llamado telefónico, con el que se cierran ambas novelas, cuando ya ha transcurrido tanto tiempo desde el fin de su historia.
* Profesora en Letras ( UBA) y Magister y DEA por Sorbonne Université
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