Opinión

Para sobrevivir, las Naciones Unidas deben salir de Estados Unidos

Con las grandes potencias centradas en sus enfrentamientos mutuos, y con la administración Trump retirando no solo su apoyo activo sino también su financiamiento, el panorama para la ONU parece sombrío.

Emmanuel Macron, habla durante una Cumbre de las Naciones Unidas sobre Palestina en la sede de la ONU durante la Asamblea General de las Naciones Unidas (AGNU) en Nueva York el 22 de septiembre de 2025. Foto: AFP

ESTOCOLMO – La Asamblea General anual de las Naciones Unidas siempre es una ocasión para hacer un balance del estado del mundo. Pero este año, en el 80º aniversario de la fundación de la ONU, también fue una oportunidad para hacer un balance de la propia organización.

Por donde se lo mire, la situación de la ONU es grave. Si bien la agresión rusa contra Ucrania y las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China no pueden atribuirse a la ONU, sí ponen de relieve un problema fundamental. El Consejo de Seguridad de la ONU –donde China, Rusia y Estados Unidos tienen poder de veto– está atrapado en una confrontación permanente sobre diversos temas, lo que impide que el resto de la organización avance en casi cualquier cosa.

Consideremos la situación en Oriente Medio, donde la ONU ha desempeñado un papel central en la resolución de conflictos y la construcción de la paz desde que se estableció el Estado de Israel (mediante una resolución de la ONU). Numerosas operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU en la región han ayudado a aliviar tensiones, y los enormes esfuerzos humanitarios, dirigidos principalmente a las comunidades de refugiados palestinos, han salvado incontables vidas. Aunque la ONU no ha logrado una paz duradera, ciertamente ha contribuido a evitar algunas guerras y acortar otras.

Davos para diplomáticos

Sin embargo, en los últimos años, la ONU ha sido cada vez más marginada. El llamado Cuarteto –la ONU, Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia– es ahora un recuerdo lejano, y numerosas operaciones de la ONU han sido atacadas directamente, principalmente por Israel. El gobierno israelí no solo cuestiona los esfuerzos humanitarios de la UNRWA (la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo), sino que también bloquea el trabajo de la organización siempre que puede.

Antes del ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre de 2023, la ONU era esencial para mantener relativamente estable la situación en Gaza. Aunque no podía superar las divisiones entre los palestinos –especialmente desde que Hamás asumió el poder en Gaza en 2006–, sí podía, y lo hacía, ayudar a proporcionar medios básicos de supervivencia a los dos millones de personas del enclave. Pero ahora Israel ha cuestionado o atacado prácticamente todos los aspectos del trabajo de la ONU en este tema, y no podría haberlo hecho sin el apoyo tácito de Estados Unidos. El presidente estadounidense Donald Trump, en particular, se ha mostrado dispuesto a aceptar prácticamente todo lo que haga el gobierno extremista del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu.

Mientras tanto, la ONU ha tenido dificultades para movilizar una respuesta efectiva en Sudán del Sur, un estado casi fallido, y en Sudán, donde una devastadora guerra civil entra en su tercer año. De manera similar, desde la secesión de Katanga en 1962 hasta las recientes operaciones de paz en el noreste del Congo, África Central sigue siendo una preocupación constante para los cascos azules y mediadores de la ONU.

En todo el mundo, no faltan crisis que requieren la participación de la ONU –desde Gaza y Sudán hasta la República Democrática del Congo, Haití, Myanmar y Afganistán, por nombrar solo algunas. Pero con las grandes potencias centradas en sus enfrentamientos mutuos, y con la administración Trump retirando no solo su apoyo activo sino también su financiamiento, el panorama para la ONU parece sombrío.

Estados Unidos aporta el 25% del presupuesto de la ONU, pero ha dejado de enviar sus contribuciones. Tradicionalmente también representa una parte aún mayor del financiamiento voluntario para operaciones humanitarias, pero estos fondos también han sido recortados. Para empeorar las cosas, China –el segundo mayor contribuyente de la ONU– también está atrasada en sus pagos.

Hacer o morir para las Naciones Unidas

Con una situación financiera cada vez más desesperada, el Secretario General de la ONU, António Guterres, advierte que será necesario recortar en una quinta parte al personal de toda la organización. Se dice que la moral está baja, al igual que la perspectiva de un cambio positivo. Con su reciente discurso ante la Asamblea General, Trump dejó claro que no siente más que desprecio por la organización. El único papel que parece atribuirle es el de ayudarlo a conseguir un Premio Nobel de la Paz. La próxima revisión de los compromisos multilaterales de Estados Unidos por parte de su administración casi con seguridad traerá más malas noticias.

¿Tiene futuro la ONU? Aunque la necesidad de su existencia sigue siendo tan grande como siempre, su capacidad para cumplir evidentemente se ha visto reducida. No hay forma de que sobreviva sin reducir sus ambiciones y capacidades; el cómo lo haga será una cuestión central en los próximos años.

Con el mandato de Guterres finalizando en 2026, el proceso de selección de su sucesor también deberá incluir un debate sobre cómo garantizar la supervivencia a largo plazo de la ONU. Mudar la sede fuera de Estados Unidos es un paso natural, no solo debido al retiro del financiamiento estadounidense y la necesidad de reducir costos, sino también por la negativa de EE. UU. a otorgar visas a quienes asisten a reuniones de la ONU (como ocurrió este año con el liderazgo palestino).

Sí, una ONU que ya no tenga su sede en Nueva York sería diferente en muchos aspectos. Pero la reubicación puede ser la única forma de que sobreviva. Dag Hammarskjöld, el segundo secretario general de la ONU, dijo famosamente que el organismo no fue creado para llevarnos al Cielo, sino para salvarnos del Infierno. Esa tarea sigue siendo tan importante como siempre. Pero para que las cosas sigan igual, todo debe cambiar.

(*) Carl Bildt es ex primer ministro y ex ministro de Relaciones Exteriores de Suecia.
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