Cómo las comidas escolares podrían mejorar la agricultura local y la salud pública
Las comidas escolares pueden ser mucho más que un programa social: bien diseñadas, impulsan la innovación, fortalecen la agricultura local y mejoran la salud pública. Los gobiernos pueden transformar el sistema alimentario y avanzar en objetivos climáticos y económicos.
LONDRES – El sistema alimentario mundial está fallando en múltiples frentes. Con más de 2.600 millones de personas sin acceso a una dieta saludable, se espera que más de 500 millones padezcan desnutrición crónica de aquí a 2030. Peor aún, en un momento en que satisfacer la demanda futura requiere un aumento del 50% en la producción de alimentos, la productividad del sistema alimentario está en realidad disminuyendo, en parte debido al creciente riesgo climático. Las industrias agroalimentarias no solo están impulsando la pérdida de biodiversidad, la degradación de la tierra y una crisis hídrica global, sino que también generan casi un tercio de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.
El mundo necesita una nueva economía del agua
Los programas de comidas escolares podrían cambiar este panorama. El gasto anual actual en ellos asciende a 84.000 millones de dólares en todo el mundo y llega a 466 millones de niños, lo que supone un aumento de 36.000 millones desde 2022. Cuando los líderes mundiales se reunieron la semana pasada en Brasil para la Cumbre Global de la Coalición de Comidas Escolares, celebraron con razón este progreso. Países desde Canadá hasta Indonesia están lanzando programas nacionales, creando una de las mayores redes de protección social del mundo.
Pero las comidas escolares significan mucho más que expandir las prestaciones de bienestar. Bien diseñadas, representan una oportunidad poderosa para transformar sistemas alimentarios enteros, alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible 2 (“Hambre Cero”), impulsar el crecimiento económico y avanzar en las metas climáticas y ambientales. Como argumento en un nuevo informe con el Programa Mundial de Alimentos, para realizar este potencial es necesario ir más allá de la política social e incorporar las comidas escolares en las estrategias industriales, con la contratación pública como palanca clave de cambio.
Durante décadas, el enfoque dominante de política económica ha sido “arreglar” los mercados solo después de que ya hayan fallado. Así, los gobiernos y los programas internacionales de ayuda tienden a proveer alimentos en situaciones de necesidad aguda, pero rara vez cuestionan los incentivos subyacentes que configuran los sistemas alimentarios. La contratación pública suele premiar los bajos costos y la minimización de riesgos, consolidando una visión cortoplacista a expensas de una perspectiva de inversión a largo plazo.
Los principales beneficiarios han sido las grandes corporaciones agroalimentarias, en un sector que exhibe altos niveles de financiarización y concentración del poder de mercado. Como resultado, a muchos niños se les sirven alimentos ricos en calorías pero pobres en sabor o nutrientes, mientras que las oportunidades para productores locales, más sostenibles desde el punto de vista ecológico, siguen siendo limitadas.
La gobernanza fragmentada refuerza el problema. Dado que los ministerios de educación suelen supervisar las comidas escolares, los programas existentes rara vez se conectan con estrategias industriales más amplias, políticas agrícolas o iniciativas climáticas. Se gastan miles de millones de dólares cada año sin ningún esfuerzo serio por aprovechar el potencial transformador de la inversión pública. Por eso, más de 150 premios Nobel y ganadores del Premio Mundial de la Alimentación han pedido un “enfoque tipo misión lunar” para reparar el sistema alimentario global.
Tienen razón en hacerlo. Pero yo añadiría que el éxito requiere un enfoque orientado a la misión, no solo otro impulso productivo. Las comidas escolares deben reconocerse como infraestructura pública capaz de moldear mercados y estimular la innovación en toda la cadena de valor. La evidencia muestra que los retornos pueden ser enormes: de 7 a 35 dólares por cada dólar invertido, con beneficios compartidos en los sectores de salud, educación, protección social y agricultura local.
Sin embargo, como ya he argumentado, la oportunidad aún mayor radica en el poder de la contratación pública para dar forma al mercado. Una demanda estable proveniente de programas de comidas escolares puede alentar a agricultores y proveedores a invertir en prácticas más verdes y saludables. El crecimiento impulsado por la demanda crea empleo en cadenas de valor más amplias. Según algunas estimaciones, se crean más de 1.500 empleos directos por cada 100.000 estudiantes alimentados, además de muchos más en la agricultura, el transporte, la preparación de alimentos y la supervisión.
La contratación de alimentos también puede ayudar a catalizar la innovación en nutrición, agricultura regenerativa y técnicas de economía circular, además de acelerar el crecimiento de nuevos mercados. Las proteínas alternativas (como las de origen vegetal o cultivadas en laboratorio), por ejemplo, se proyecta que alcancen un valor global de 417.000 millones de dólares para 2034.
Aunque un número creciente de países está implementando programas de comidas escolares que sí integran objetivos económicos, de salud y sostenibilidad mediante una contratación estratégica, muchos otros se están quedando atrás. Para liberar todo el potencial de las comidas escolares, los gobiernos deben incorporarlas en estrategias industriales orientadas a misiones.
El primer paso es posicionar las comidas escolares como motores de innovación, sostenibilidad y trabajo decente: no como gastos, sino como inversiones que generarán efectos multiplicadores en la salud, la agricultura y las economías locales. El éxito requiere un enfoque integral de gobierno que involucre a los ministerios de finanzas, industria, agricultura, salud y educación. Por ejemplo, el Programa Nacional de Alimentación Escolar de Brasil se ha integrado explícitamente en su estrategia industrial orientada a misiones, que enfatiza cadenas de valor agroindustriales sostenibles que contribuyen a la seguridad alimentaria. Al menos el 30% de los presupuestos deben destinarse a productos de fincas familiares locales, y el programa también ofrece incentivos para prácticas sostenibles de uso de la tierra y apoyo en la licitación de contratos. Como resultado, el valor bruto de producción de las fincas familiares participantes ya ha aumentado en un tercio.
El segundo paso es rediseñar las herramientas e instituciones de contratación. Esta debe centrarse en cadenas de suministro locales, sostenibles e inclusivas, vinculando las comidas escolares con las fincas familiares, las pequeñas y medianas empresas y los productores agroecológicos. Los contratos deberían premiar resultados –nutrición, sostenibilidad e impacto económico– en lugar de solo el menor costo. También deberían incluir condiciones que alineen el comportamiento del sector privado con los objetivos públicos. Escocia, por ejemplo, ha desbloqueado los beneficios de las comidas escolares universales y gratuitas mediante la reforma de la contratación, requisitos de sostenibilidad y trabajo justo, y procesos que permiten a los consejos locales colaborar en compras conjuntas.
En tercer lugar, los responsables de políticas deben asumir su papel como modeladores del mercado. Los programas de comidas escolares pueden ser plataformas de innovación, pero solo con una amplia participación de actores. La agencia de innovación de Suecia, por ejemplo, ha lanzado una misión para ofrecer “comidas escolares sabrosas, saludables y sostenibles” a todos los estudiantes para 2030, y está creando prototipos de soluciones en colaboración con estudiantes, agricultores, sociedad civil y políticos, vinculando la contratación con su Estrategia Nacional de Alimentación y sus metas de bienestar carbono-neutral.
El cuarto paso es fortalecer las capacidades del sector público. El éxito de una misión requiere una capacidad estatal dinámica, no un cumplimiento temeroso del riesgo. Los gobiernos deben empoderar a las agencias para experimentar, adaptarse y moldear mercados, en lugar de limitarse a contratar servicios.
Por último, los gobiernos deben impulsar la cooperación global. Tal vez sea necesario reformar las reglas del comercio y la inversión internacionales para posibilitar transformaciones en los sistemas alimentarios. El G20, las conferencias climáticas, el Banco Mundial y la Coalición de Comidas Escolares deberían posicionar estas políticas como un poderoso instrumento de política industrial verde, mientras buscan formas de apoyar a los gobiernos en el desarrollo de capacidades estatales y la creación de espacio fiscal.
Las comidas escolares representan una enorme oportunidad para ir más allá del progreso incremental hacia un cambio transformador. La pregunta no es si podemos darnos el lujo de invertir en ellas, sino si podemos darnos el lujo de no aprovechar todo su potencial.
*Profesora de Economía de la Innovación y el Valor Público en University College London y autora, más recientemente, de The Big Con: How the Consulting Industry Weakens Our Businesses, Infantilizes Our Governments and Warps Our Economies (Penguin Press, 2023).
Proyect Syndicate
También te puede interesar
-
Discursos de Sarmiento y Mitre
-
Milei y las tetas del Estado
-
Argentina no es un caso clínico, sólo necesita dos cosas
-
Reforma laboral: un retroceso que traerá más desigualdad
-
La hora de la verdad para Europa
-
Donald Trump y la carga del hombre blanco en Nigeria
-
El suicidio civilizacional de Estados Unidos
-
El gran y nada hermoso desastre económico de Trump
-
Los trabajadores sanitarios globales refuerzan la seguridad nacional de EEUU
-
La ruptura transatlántica se ha completado