Qué ver en el “experimento del volcán”
El trabajo experimental en aula permite a los alumnos confirmar teorías, aprender a observar y analizar. El triste caso en Pergamino, “limita aún más el exiguo trabajo que unos pocos aventureros todavía plantean en las aulas”, con una educación en decadencia, profesores desalentados y alumnos con serias dificultades.
Entre los ´70s y los ´80s formé parte del Departamento de Educación Creativa de ORT Argentina. Éramos un puñado de jóvenes entusiastas, la mayoría estudiantes universitarios, que enseñábamos ciencias naturales en escuelas primarias de la comunidad judía. Los viernes compartíamos reuniones en las que se exponían diseños de experiencias que se nos iban ocurriendo, no siempre irrefutables. Recuerdo con especial afecto algunas discusiones, enardecidas pero reveladoras.
Creo que nunca aprendí tanto a enseñar como en esos años, y se lo debo a los interrogantes y las orientaciones de mis coordinadores y compañeros, así como a las valiosas contribuciones de dos talleres de ciencia legendarios.
Muchos de nosotros seguimos desarrollando estas tareas durante años en otros ámbitos, además de producir textos, capacitar docentes y, en ciertos casos, de determinar líneas de acción desde los más altos niveles de gestión. Todos adheríamos fervientemente al trabajo experimental, integrado en proyectos de significatividad, mediante actividades sencillas efectuadas por los propios alumnos.
Secundarios estudian ciencia con experimentos hechos fuera del aula
La práctica nos confirmó que esa metodología fomentaba su curiosidad y estimulaba su creatividad, les permitía resolver conflictos de manera activa, plantear conjeturas, confirmar conceptos teóricos aprendidos, desarrollar habilidades de observación, análisis y crítica, además de promover capacidades de comunicación dentro de un ambiente de interacción respetuoso.
De esa época con escaso material de consulta rescato las guías del Proyecto Nuffield, varios lúcidos artículos de revistas de educación españolas, y también al venerado Manual de la UNESCO, una suerte de recetario para "actividades científicas simples, investigaciones y experimentos susceptibles de ser realizados por los mismos alumnos, y para la construcción de un instrumental sencillo".
Era un punto de partida, un semillero para nuestra labor en la clase, generalmente como proveedor de una idea germinal que había que configurar en sintonía con nuestras posturas didácticas. El manual, sin embargo, distaba de ser perfecto.
Algunas de sus propuestas eran de muy difícil concreción, y unas pocas incluso resultaban controvertidas. Algo semejante ocurría con otras fuentes, usualmente menos confiables. Una de las opciones que solía aparecer en textos del área era el armado de una maqueta de volcán en plena erupción, que ha cobrado inusitada repercusión en estos días.
Hoy los medios cuestionan, con razón, las condiciones en que se realizaron dos “experimentos del volcán” que acabaron en amargos resultados. Unos señalan la ausencia de extinguidores, otros la falta de supervisión docente cercana, otros la carencia de trajes ignífugos, entre muchas falencias evidentes. Alguno ha sostenido la conveniencia de reemplazar peligrosos materiales combustibles por reacciones inocuas con bicarbonato de sodio y vinagre.
Pero nosotros habríamos ido más allá: si la pretensión es enseñar ciencias naturales, experiencias de este estilo no sirven para nada ya que no superan los alcances de un espectáculo festivo y entretenido. Nadie habría aceptado dedicar tiempo a esa construcción que no aporta nada al conocimiento de cómo es un volcán y cómo se produce una erupción.
Es más, la naturaleza del fenómeno real no se corresponde con su supuesta simulación. Teníamos claro que el montaje de un modelo era válido cuando permitía visualizar detalles que de otro modo hubieran resultado complejos de percibir o interpretar, o permitía corroborar comportamientos anticipados por la teoría. Nada de esto sucede aquí.
La composición de la espuma emitida de dióxido de carbono no guarda relación con los gases liberados por la roca fundida y con las diversas características que puede presentar la lava.
No se entiende cuál es el propósito de observar algo que ebulle, combustiona o burbujea"
Tampoco hay vínculo alguno entre los procesos en juego: la simple combinación de dos reactivos es muy diferente al complejo mecanismo con elevadas temperaturas y presiones que impele al magma por el interior de la corteza terrestre durante una erupción. Si la pretensión es maravillar a la audiencia, es preferible apelar a la amplia oferta de imágenes disponibles en la web que exhiben espectaculares erupciones en variados puntos del planeta. No se entiende cuál es el propósito de observar algo que ebulle, combustiona o burbujea en el orificio de un espécimen, cuya forma puntiaguda tampoco se puede inferir de la actividad.
Considerando el estado actual de la educación en nuestro país y las perspectivas no precisamente alentadoras, en momentos en que la mayoría de los alumnos no comprende lo que lee y muchas escuelas asumen un rol cada vez más asistencial, es natural preguntarse si esto no terminará por limitar aún más el exiguo trabajo experimental que unos pocos aventureros todavía plantean en las aulas.
Estoy seguro de que mis queridos colegas de aquellos años conservan la esperanza de que eso no ocurra, y que coincidimos en seguir apostando a la práctica experimental, significativa, en contextos seguros y confiables, que provoquen polémica, abran puertas e instiguen la imaginación.
* Docente y capacitador en Física y Ciencias Naturales, Supervisor en Dirección Gral de Escuelas de la Prov. Bs. As en Plan Social Educativo, en Calidad/009 (Min. Educación/Unesco); responsable de contenidos de CN en Educ.ar.
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