opinión

Un orfebre de lo precario

Entre libros. Horacio González en su despacho de la Bilbioteca Nacional, que dirigió diez años. Foto: cedoc

La última vez que hablé con él fue hace un par de meses. Lo había invitado a una cena que yo estaba organizando con motivo de pensar actividades para el próximo día Nacional del lector, que instituimos los 24 de agosto por el natalicio de Borges. Repasamos nombres de otros invitados ya confirmados o posibles. Fue entonces que me dijo: “está bueno que haya borgeanos y antiborgeanos ¿no?”. Ahora que no está, me quedo pensando dónde lo clasificaría a él mismo y dónde él mismo se ubicaría. 

Y la respuesta me parece inevitable: en una diagonal, un pasaje desconocido, un atajo incluso, que desarmaría la oposición misma, en este caso, entre borgeanos y antiborgeanos.

Su prosa tenía una manera propia, no deconstructiva, de diferir. No le negaba referente al sentido, sino que lo enmarañaba en una proliferación de nuevos sentidos dignos de Parque Chas. 

Seguirá dándonos gusto perdernos con Horacio González al leerlo, porque su decir está destinado a viajar con nosotros, no a esperarnos, con suficiencia esclarecida, “del otro lado”. Con la riqueza de un verbo meditado, Horacio fue un orfebre de la precariedad. Nos deja la parte de eternidad que prodigó en sus textualidades y aun en sus polémicas intervenciones en la vida política e institucional.

*Filósofo. 

Ex Senador de la Nación.