Wall Street arriesga apostar contra la libertad en Hong Kong
Hay un hecho evidente: no se puede ser un centro financiero global y tener presos políticos al mismo tiempo.
NUEVA YORK – A comienzos de noviembre, los grandes nombres de Wall Street viajarán a Hong Kong para participar en una cumbre financiera global. Disfrutarán de una cena en el Museo del Palacio —que exhibe obras imperiales chinas cedidas por Beijing— antes de reunirse en el cercano Hotel Rosewood, uno de los más lujosos de la ciudad. Allí, los altos directivos de Goldman Sachs, Morgan Stanley, JPMorgan y otras cien firmas financieras saborearán comida exquisita y vistas espectaculares mientras las autoridades locales intentan convencerlos de las oportunidades de ganancias en la excolonia británica.
El mismo día de esa cena de gala, se celebrará en Hong Kong un encuentro muy distinto.
La veterana activista política Chow Hang-tung intentará anular los procesos por seguridad nacional en su contra. Está previsto que sea juzgada en enero, junto con Lee Cheuk-yan y Albert Ho, por haber organizado las conmemoraciones anuales de la masacre de Tiananmén de 1989, un evento que congregaba cada 4 de junio a cientos de miles de personas hasta 2019. Chow y Lee han sido nominados al Premio Nobel de la Paz, y Ho es un reconocido abogado en Hong Kong.
Ahora enfrentan hasta diez años de prisión acusados de “subversión”, simplemente por haber pedido a los hongkoneses que encendieran velas en homenaje a los cientos —quizás miles— de manifestantes chinos asesinados por su propio gobierno. Esas eran las únicas conmemoraciones públicas de la masacre en suelo chino y, durante tres décadas, fueron legales.
China: las purgas de Xi Jinping revelan su inseguridad
Chow, Lee y Ho son solo tres de los casi 800 presos políticos que hoy existen en la que alguna vez fue una ciudad libre. El más conocido es el editor prodemocracia Jimmy Lai, de 77 años. Tras pasar la mayor parte de los últimos cinco años en confinamiento solitario, espera un inminente veredicto en su extenso juicio por “seguridad nacional”.
Seis de sus colegas del diario Apple Daily siguen detenidos: aunque se declararon culpables, los tribunales aún no los han sentenciado. Las autoridades prefieren mantenerlos como rehenes hasta que concluyan los procesos contra Lai.
La mayoría de los hongkoneses sienten hoy el frío de la larga sombra de Beijing. Siguen pendientes las causas de muchos de los más de 10.000 arrestados durante las masivas protestas de 2019-2020, cuando hasta dos millones de personas salieron a las calles para reclamar democracia.
Es revelador que el jefe del Ejecutivo de Hong Kong, John Lee, no pueda ni siquiera abrir una cuenta en la mayoría de los bancos cuyos directivos asistirán a la próxima cumbre.
Sancionado por Estados Unidos por su papel en la represión de los manifestantes prodemocracia, Lee fue incluso humillantemente denegado de una visa para asistir a la cumbre del APEC 2023 en San Francisco.
Y sin embargo, ahora esos mismos financistas que no pueden operar con él le darán la mano y escucharán su discurso en el Rosewood.
El gobierno de Hong Kong quiere convencer a estos banqueros de que todo volvió a la normalidad. Sus representantes insistirán en que el mercado es sólido —el índice Hang Seng ha subido más de un 30 % en lo que va del año— y que la ciudad podría ser el mayor mercado mundial de ofertas públicas iniciales (OPI) en 2025.
Al asistir, los amos de las finanzas globales están enviando la señal de que no les importa que China haya roto su promesa al pueblo de Hong Kong. Prefieren olvidar que, bajo el tratado que reguló el retorno del territorio a China tras siglo y medio de dominio británico, el gobierno chino se comprometió a mantener las libertades que Hong Kong disfrutaba. Incluso fue más allá, promulgando una “mini constitución” que garantizaba la libertad de expresión, de prensa y de culto, el juicio por jurado, el derecho a elegir abogado y otras bases de una sociedad libre.
China ha roto cada una de esas promesas.
Hay, por supuesto, algo que a China sí le importa: las ganancias. El mercado hongkonés casi no se ha movido desde la introducción de la draconiana Ley de Seguridad Nacional hace cinco años, la misma que se ha usado como arma contra Chow, Lee, Ho y Lai. Pese a su fortaleza este año, el Hang Seng se mantiene apenas un 3 % por encima del nivel que tenía cuando se promulgó la ley, mientras que el S&P 500 se ha más que duplicado en el mismo período.
El colapso de los imperios y la crisis ambiental
Esa diferencia refleja un hecho evidente: no se puede ser un centro financiero global y tener presos políticos al mismo tiempo.
Los presos políticos solo existen donde no hay prensa libre, y el libre flujo de información es condición indispensable para descubrir precios. Del mismo modo, cuando los tribunales son politizados, los derechos de propiedad no pueden protegerse, y muchos inversores optarán por mantenerse lejos.
Entonces, ¿por qué los banqueros occidentales se presentan igualmente?
La única conclusión posible es que persiguen ganancias a corto plazo, aunque eso signifique financiar a un régimen represivo que no oculta su hostilidad hacia Occidente.
El presidente chino Xi Jinping busca subvertir el orden liberal mundial, y apuesta a que los financistas estadounidenses lo ayudarán a financiar ese esfuerzo.
Lee y sus jefes del Partido Comunista saben que Wall Street es el punto débil del capitalismo estadounidense.
Si los banqueros occidentales insisten en asistir, deberían aprovechar la ocasión para hablar con franqueza.
De lo contrario, mejor sería que se quedaran en casa.
Mark L. Clifford es presidente del Comité por la Libertad en la Fundación de Hong Kong y autor de The Troublemaker: How Jimmy Lai Became a Billionaire, Hong Kong’s Greatest Dissident, and China’s Most Feared Critic (Free Press, 2024).
Copyright: Project Syndicate, 2025.
www.project-syndicate.org
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