El mayor emisor del carbono que cambia el clima en el mundo es China, pero el pueblo chino no parece muy preocupado. De acuerdo con la primera encuesta nacional de su tipo, solo 14,2% de los chinos aseguran estar "muy preocupados" por el calentamiento global y el cambio climático. No es de sorprender que dicha preocupación disminuya en áreas económicamente dependientes de industrias intensivas en carbono.
Ese es un problema. El mundo cuenta con que China cumpla con sus ambiciosos compromisos bajo el Acuerdo de París. Sin embargo, el hecho es que en las dos últimas décadas, las campañas ambientales más eficientes en China han sido lideradas desde la base y por los ciudadanos. Donde la presión pública es débil, la acción del gobierno rara vez está a la altura de su retórica, especialmente cuando las necesidades económicas son la prioridad. Sin una mayor participación del público, las hermosas proyecciones de China sobre la reducción de emisiones deben verse con escepticismo.
Por décadas, las perspectivas profesionales de los funcionarios chinos estaban determinadas en parte por su éxito a la hora de promover el desarrollo económico. Atraer fábricas, construir infraestructura y enganchar plantas de energía eran iniciativas que podrían generar ascensos en otras partes. La protección ambiental era una preocupación secundaria. Si bien este arreglo tiene sus beneficios, como lo demuestra el prolongado auge de China, también implica que habría pocos defensores del medio ambiente poderosos y efectivos en el gobierno.
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En consecuencia, el pueblo chino tuvo que tomar el asunto en sus propias manos. La información sobre las protestas chinas es, por obvias razones, más bien limitada. Sin embargo, los pocos datos disponibles sugieren un alto grado de activismo respecto a la contaminación y la corrupción que la acompaña. De hecho, algunas de las protestas más notorias en la historia China reciente han sido contra instalaciones industriales que amenazan con contaminar comunidades.
Dichas acciones han generado éxitos notorios en los niveles provincial y local. Por ejemplo, en 2007, miles de residentes de Xiamen se levantaron y detuvieron la construcción de una planta petroquímica de paraxileno (PX). Eso inspiró protestas similares contra el PX en Dalián (2011), Ningbó (2012), Maoming (2013) y Shanghái (2015).
Gracias a las redes sociales, las protestas ambientales chinas también pueden ser virtuales, como lo fueron en la década de 2000, cuando millones de usuarios de las redes sociales en China obtuvieron acceso a datos precisos sobre la pésima calidad del aire en Pekín. La ira en línea presionó al gobierno chino para que mejorara y divulgara datos sobre la calidad del aire, así como para formular programas de reducción de la contaminación en todo China.
La efectividad de dichas protestas puede medirse en parte por los esfuerzos del gobierno chino para acallarlas. Luego de que un célebre documental de 2015 sobre la contaminación del aire en China fuera visto por cientos de millones de personas en pocos días después de su lanzamiento, el gobierno ordenó su eliminación de los sitios de streaming chinos y prohibió toda cobertura, análisis y discusión al respecto.
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Una opinión pública sofocada de esta manera puede tener consecuencias perjudiciales. Dejado a su cuenta, el gobierno chino ha titubeado en su compromiso de reducir las emisiones de carbono.
En el último año, por ejemplo, en su esfuerzo por detener una desaceleración económica, los funcionarios se han echado hacia atrás en sus compromisos previos para mejorar la calidad del aire. En septiembre, el gobierno pidió a los gobiernos locales reducir la contaminación del aire por pequeñas partículas en 3%, en comparación con el objetivo de "por lo menos 15% establecido en 2017. Mientras tanto, como señaló recientemente mi colega de Bloomberg Opinion David Fickling, las inversiones chinas en minería y preparación del carbón han crecido 27,4% desde julio, su ritmo más rápido en una década.
Existen varias razones por las que el gobierno no ha enfrentado el rechazo del público. Primero, aunque la contaminación se discute ampliamente en línea, el gobierno maneja dicha discusión con cuidado. Segundo, la desaceleración económica de China probablemente producirá ansiedad, especialmente en las regiones dependientes de industrias contaminantes. Tercero, ha aparecido una especie de fatiga, especialmente en cuanto a la neblina y el smog, que han sido comunes en las redes sociales durante una década. Cada vez es más difícil provocar ira por cada nuevo "airepocalipsis".
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Enfrentar la amenaza más amplia del cambio climático va a ser difícil. A diferencia de la neblina, la comida o el agua contaminadas, no hay un impacto local obvio que motive ira y protestas. Los nuevos datos de actitudes chinas respecto al cambio climático, derivados de encuestas a casi 4 mil personas y datos económicos y ambientales del gobierno, sugieren que la mayor parte de China no ha sido catalizada por el Acuerdo de París ni la ciencia que lo motivó.
De hecho, la preocupación por el cambio climático está concentrada entre los jóvenes, las mujeres y los chinos relativamente acomodados que pueden darse el lujo de preocuparse por valores "posmaterialistas" y no simplemente por ganarse la vida. Resulta interesante que la educación no parece influir en las opiniones en ningún sentido.
Por supuesto, el gobierno chino ha forjado una variedad de políticas fuertes respecto al cambio climático sin la participación del público. No obstante, el cumplimiento de esas promesas, especialmente cuando entran en conflicto con las prioridades económicas, requerirá un mayor compromiso de la ciudadanía China y una mayor voluntad de sacrificio. Si los líderes chinos realmente quieren abordar el cambio climático, tendrán que abordar ese problema primero.