Mientras conducía por la autopista, algo me llamó la atención: un auto con un pino agarrado al techo. Luego vi otro. Y otro más. ¿Pinos navideños reales? En serio. Aunque uno puede costar US$100, más de 12 veces el salario mínimo mensual oficial.
Los venezolanos hacen fila para comprarlos. Acuden en masa a los centros comerciales en busca de regalos y a las tiendas temporales por adornos navideños. Los vendedores ambulantes venden hallacas, una mezcla festiva para las fiestas hecha de harina de maíz, carne de res, cerdo, pollo, pasas, alcaparras y aceitunas envueltas en hojas de plátano.
La Navidad está de vuelta en Caracas, en cierto modo. El régimen de Nicolás Maduro, que busca mantener las ruedas de lo que queda de la economía en marcha, mermó los controles de precios y las restricciones a las importaciones y ahora las tiendas están efectivamente abastecidas de productos. Las remesas de la diáspora venezolana, 4 millones y cada vez más, siguen llegando, principalmente en dólares estadounidenses, y el gobierno hace la vista gorda a su uso.
Está generalizado y realmente lubrica esas ruedas. Los caraqueños que realizan trabajos paralelos, clases particulares o cosen vestimentas, generalmente solo aceptan el pago en dólares. Lo mismo ocurre con los médicos y abogados, y definitivamente con los minoristas. Tantos están circulando que la opinión de los expertos es que los dólares superan en número a los bolívares.
Así que nos sentimos adinerados, como cualquier persona que viva en medio de una crisis humanitaria, y justo a tiempo para el Niño Jesús (es él quien entrega los regalos, no Papá Noel). Hay una gran demanda de consumidores reprimidos que satisfacer, y todos solo quieren estar felices, para variar. Incluso en los barrios pobres, algunas casas están vestidas con vegetación, luces y pesebres.
“La gente trata de tener una Navidad más normal. Las dos últimas fueron muy difíciles, muy tristes", dijo César Bermúdez, un contador de 24 años que da clases de fútbol para ganar dinero extra. Se contagió con el espíritu navideño comprando en el barrio de clase trabajadora de Sabana Grande. "Acabo de comprar dos pares de zapatos y pantalones, no lo había hecho en años".
En una tienda navideña en el elegante distrito de Las Mercedes, las ventas en lo que va de la temporada triplican lo que eran hace un año, dijo la gerenta Ana Díaz mientras trabajaba en la caja registradora. Una mujer se acercó con una gruesa bola de luces rojas. ¿Cuánto cuesta? US$25. Lo dijo sin vacilar. "Todos pagan en dólares", señaló Díaz.
Es bueno saber que más niños abrirán regalos la mañana de Navidad. Y es alentador ver a peatones en los barrios más empobrecidos cargando bolsas de compras. Es una verdadera alegría ver a las bandas tradicionales de gaita tocar música folclórica festiva una vez más en las plazas públicas.
A pesar de todo, añoramos los viejos tiempos. Puedo recordar cuando la ciudad entera solía estar adornada, con farolas repletas de luces parpadeantes y bastones de caramelo gigantes colgando de las fachadas de los edificios. Había fiestas y concursos. La comida festiva principal podía romper una mesa, con algo obligatorio: carne de cerdo cortado en tiras con salsa, ensalada de pollo y guisantes verdes y pan de jamón, que es una masa envuelta con una mezcla de jamón, pasas y aceitunas.
Incluso ahora, pocos caraqueños pueden permitirse preparar todos esos platos. La inflación puede haberse desacelerado, pero aún se mantiene a una tasa anual estimada de 8.900%. Los hospitales aún carecen de medicamentos y personal, la desnutrición continúa matando a los niños, la malaria y el dengue siguen siendo plagas, la electricidad sigue siendo molestamente inestable, el agua de la canilla sigue saliendo sucia.
Tal vez, por la dura realidad de todo esto es por lo que la posibilidad de regalar un camión de juguete a tu sobrino puede transformarse en una gran celebración. Es algo similar para Larys Carbone, una maestra de 49 años.
"Nuestra familia había perdido la tradición de los regalos, pero este año la estamos recuperando", dijo. Le dará a su hijo e hija un plan de internet cuyo costo asciende a US$90 mensuales, una cantidad extraordinaria pero es un regalo que puede pagar porque estableció una pequeña empresa que vende aceite de oliva. Y eso no es todo. Después de una larga sequía, “incluso vamos a hacer hallacas”.