Se suponía que deportistas de más de 100 países se reunirían en el Estadio Nacional de Tokio mañana por la noche para asistir a la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de 2020. Sin embargo, debido a la pandemia de covid-19, los organizadores solamente enviarán un mensaje de video recordando a la gente que los juegos (en teoría) se realizarán el próximo año. Es la crisis más grave que enfrentan los Juegos Olímpicos en décadas, pero lo más probable es que pronto sea la segunda más grave.
Una desgracia más grande acecha solo cinco meses después de que se realicen estos reprogramados juegos de verano, cuando supuestamente se reunirán deportistas en Pekín para los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022. Debido a las crecientes preocupaciones por las ambiciones geopolíticas de China y su historial en torno a los derechos humanos, algunos de los competidores más influyentes de los Juegos Olímpicos ya están hablando de boicots. Si llegan a concretarlos, su ausencia no solo perjudicará la credibilidad de los juegos, sino que reducirá fuertemente los auspicios que los hacen posibles.
Los juegos de 2022 enfrentaban problemas mucho antes de que Pekín fuera elegido para organizarlos. Cuando se abrió la licitación para la ciudad anfitriona en 2012, el Comité Olímpico Internacional (COI) no ocultó el hecho de que prefería que los juegos regresaran a Europa. Pero después de que una serie de candidatos se retiraran, los únicos postores terminaron siendo Pekín y Almaty, en Kazajstán, una ciudad sin experiencia en organizar algún evento que se acerque remotamente a la magnitud de los Juegos Olímpicos.
Debería haber sido un trinfo aplastante. Sin embargo, el COI finalmente adjudicó los juegos a Pekín por una estrecha votación de 44-40. La casi total ausencia de nieve durante invierno en la ciudad fue un factor que jugó en contra, pero igualmente importantes fueron reparos que se remontaban a 2008, como disputas sobre la libertad de prensa, protestas públicas y acceso a internet. En 2018, en Estados Unidos, la Comisión Ejecutiva del Congreso sobre China (CECC, por sus siglas en inglés) solicitó al COI despojar a Pekín de los juegos de 2022, aludiendo a un historial “grave” de derechos humanos. Desde entonces, funcionarios públicos, grupos de derechos humanos y los principales periódicos han llamado a un boicot.
No sería la primera vez. En 1980, EE.UU. lideró un boicot de 60 países contra los Juegos Olímpicos de Moscú en protesta por la invasión soviética de Afganistán. Aunque no disuadió a los soviéticos o sus ambiciones geopolíticas, sí les negó la victoria propagandística de ser el anfitrión de EE.UU. y sus aliados durante una invasión. Los patrocinadores perdieron dinero y, gracias a la decisión de Rusia de corresponder en los juegos de Los Ángeles en 1984, las Olimpiadas se vieron disminuidas durante una década.Un boicot a Pekín 2022 sería más grave.
El problema es que los Juegos Olímpicos de Invierno son un evento mucho más pequeño que los juegos de verano, y la mayoría de los deportistas, incluidos los principales competidores, son ciudadanos de los países ricos con más probabilidades de boicotear. Más de una cuarta parte de los que compitieron en los juegos de invierno de 2018 eran de solo cinco países: Canadá, Alemania, Países Bajos, Noruega y EE.UU. Esos países también ocuparon los cinco primeros lugares en la tabla de medallas (China ocupó el puesto 14). La ausencia de estos equipos socavaría seriamente la competencia y generaría una oportunidad de auspicio mucho menos convincente y rentable. ¿Quién quiere ver un torneo olímpico de hockey sin canadienses ni estadounidenses?
Incluso si Pekín evita un boicot, es poco probable que evite una amenaza que considera casi igualmente grave: el activismo de los deportistas. El mes pasado, un grupo de competidores estadounidenses solicitó al COI que elimine su antigua norma que prohíbe las protestas políticas en los eventos olímpicos. Lo más probables es que esa solicitud no se conceda, lo que prepara el escenario para un enfrentamiento entre deportistas, organizadores y autoridades chinas. ¿Cómo reaccionará este último si un saltador de esquí con medalla de oro sube al podio con una bandera tibetana en la mano? La respuesta podría afectar la adjudicación o no adjudicación de medallas, la continuación de la competencia y los auspicios en futuros juegos.
Esos podrían parecer problemas menores en medio de una angustiosa pandemia; pero la perspectiva inminente de un frenético 2022 ya está perjudicando la promesa de los Juegos Olímpicos de construir “un mundo mejor y pacífico” a través del deporte. Por ahora, parece que China se está quedando sin tiempo y espera que el atractivo de la competencia convenza a países y deportistas de pasar por alto la política. Esa fue una apuesta peligrosa en 2008; en 2022, las expectativas son mucho peores.