Los ataques mortales a dos mezquitas en Nueva Zelanda deberían llamar la atención sobre un hecho obvio: que el terrorismo vinculado a la extrema derecha no es menos asesino que los grupos islamistas, que obtienen más titulares y más interés de los políticos.
Los gobiernos occidentales no deberían dejarse engañar por el sesgado conteo de titulares: vigilar a los supremacistas blancos debería ser prioridad, además de prevenir la radicalización de las minorías musulmanas. Este no es solo el momento de llorar a las 49 víctimas de Christchurch. Es hora de revisar los datos y realizar un cambio de política consciente.
Los terroristas islamistas mataron a cientos de personas en Europa Occidental y Estados Unidos entre 2014 y 2016, el apogeo del Estado Islámico. Esto alejó la atención de los terroristas de extrema derecha, pero estos han seguido matando: 66 personas en 113 ataques terroristas en todo el mundo entre 2013 y 2017, de acuerdo con el Instituto para la Economía y la Paz, con sede en Sidney.
Video | Transmitió el horror del ataque a la mezquita de Nueva Zelanda por Facebook
El conteo del centro de estudios australiano es, sin embargo, demasiado bajo. Solo incluye asesinatos con motivaciones explícitamente políticas acompañados por supremacistas blancos declarados o precedidos de publicaciones racistas en las redes sociales, como los perpetrados por el noruego Anders Breivik, quien disparó a 77 personas en 2011, o Dylann Roof, quien asesinó a 9 feligreses negros en una iglesia de Charleston, Carolina del Sur, en 2015. Otros asesinatos no han sido confesados con tanta claridad. A menudo se confunden con vandalismo cotidiano o psicosis violenta en las estadísticas de la policía.
La Liga Antidifamación de EE.UU. (ADL) busca ampliar la cuenta, haciendo énfasis en los vínculos de los asesinos con organizaciones de extrema derecha en vez de sus motivaciones declaradas. De acuerdo con el grupo, los extremistas de derecha fueron responsables por 70 por ciento de los 427 asesinatos relacionados con extremistas ocurridos en EE.UU. en los últimos 10 años. En 2018, cada uno de los perpetradores de los 37 asesinados relacionados con extremismo en EE.UU. tenía vínculos con al menos un movimiento de extrema derecha, aunque uno había cambiado su apoyo recientemente al islamismo extremo, de acuerdo con ADL.
Es importante señalar que el número de incidentes violentos perpetrados por la extrema derecha está en aumento. El Instituto para la Economía y la Paz indicó en su informe de 2018 sobre su Índice Global de Terrorismo que el número de asesinatos de ese tipo pasó de 3 en 2014 a 17 en 2017.
El terrorista de la mezquita de Nueva Zelanda es un supremacista admirador de Trump
Mientras tanto, el terrorismo islamista parece estar en declive, puesto que el intento de crear un califato en Medio Oriente ha sido prácticamente derrotado y el ideal de un Estado puramente islámico a perdido atractivo entre los diversos tipos de inadaptados sociales en las minorías musulmanas de Occidente. De acuerdo con el índice de Ataques Globales del Centro Jane de Terrorismo e Insurgencia, las muertes vinculadas al Estado Islámico cayeron en 51,5 por ciento en 2018.
La extrema derecha nunca ha matado en la misma escala que el Estado Islámico. Sin embargo, se ha alimentado de los miedos de los supremacistas blancos a la migración musulmana y la percepción del público de que el terrorismo es islamista por naturaleza. Ese proceso ha sido ayudado por el hecho de que los ataques vinculados al islamismo reciben un cubrimiento desproporcionado de los medios. Un artículo reciente de Erin Kearns, de la Universidad de Alabama, y sus colegas muestra que solo 12,5 por ciento de los 136 actos terroristas ocurridos en EE.UU. entre 2006 y 2015 estuvieron vinculados a esos grupos, pero recibieron más de la mitad del cubrimiento de los medios. Si el perpetrador es un musulmán, el número de noticias sobre el ataque incrementa 357 por ciento, calcularon los académicos.
En un artículo aparte, Kearns demuestra que darle a las personas más información sobre el terrorismo no cambia necesariamente su opinión sobre su prevalencia y su naturaleza. Los formuladores de política, sin embargo, deberían estar más dispuestos a dejar sus sesgos de lado. Aunque sería tonto ignorar a los grupos de militantes islamistas, los gobiernos deben prestar atención a las organizaciones extremistas de derecha.
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En Alemania, la Oficina Federal para la Protección de la Constitución ya monitorea a todos estos grupos (o 25.250 personas en el último conteo en 2017, en comparación con 9.600 en 2012). Las autoridades no solo hacen un esfuerzo especial por rastrear los crímenes de extrema derecha según su motivación, sino que también intentan evaluar cuántos de sus miembros son capaces de ejercer violencia, mediante el monitoreo y la infiltración en los grupos radicales.
Aunque el récord alemán en la lucha contra la violencia de derecha es todo menos perfecto (y el crecimiento de estos grupos radicales es evidencia de ello), el enfoque en sí mismo es correcto. Los gobiernos occidentales deben esforzarse por vigilar de cerca a la extrema derecha tanto como lo hacen con los grupos musulmanes potencialmente peligrosos.
También deberían adoptar el enfoque de la ADL para registrar los crímenes; es decir, deberían asumir que los motivos específicos de un crimen violento son menos importantes que los vínculos del perpetrador con grupos de supremacía blanca. Después de todo, ya lo están haciendo con los islamistas.
Los mecanismos de radicalización son similares sin importar la religión o la etnicidad. Las políticas antiterroristas deberían basarse en eso y deberían ser igualmente duras para todo tipo de radicalismo asesino. Los asesinatos de Christchurch son un recordatorio de que aún no es así.