Los latinoamericanos ya saben que elegir bandos en una guerra comercial es una tarea de tontos. No por nada el director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC), el brasileño Roberto Azevedo, considera que este es el peor momento para el libre comercio desde 1947.
Así que se produjo un alivio generalizado cuando Estados Unidos y China, que representan un tercio de la producción económica mundial y un salvavidas para los mercados latinoamericanos en dificultades, parecieron hacer una tregua en su conflicto, durante la Cumbre del G20 que tuvo en Buenos Aires el fin de semana pasado.
Si este mensaje llegó al presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, no está tan claro. Más que cualquiera de sus pares regionales, Bolsonaro comparte el talento del presidente Donald Trump para el bilioso populismo, las burlas nacionalistas, cierta tendencia hacia el absolutismo militar y la impaciencia con los organismos multilaterales como la OMC.
Bolsonaro, quien asume el cargo el 1 de enero, desaprovechó la invitación del presidente en ejercicio Michel Temer a asistir como oyente a la cumbre del G20. Pero podría no tener importancia: la postura de Bolsonaro sobre el comercio mundial –como sus opiniones sobre asuntos exteriores, el cambio climático global y el congreso– nadie la conoce aún. Sin embargo, Brasil tiene mucho que ganar, o perder, por el curso que trace a través de las traicioneras aguas de una guerra comercial entre EE.UU. y China.
El exparacaidista ya dejó atrás sus críticas de campaña sobre China como depredador económico, gracias, en parte, a una visita y una presunta recriminación del embajador chino. China no solo es el mayor cliente e inversionista de Brasil, si no que su apetito por los bienes y activos latinoamericanos revela un interés que los políticos estadounidenses rara vez han mostrado; y menos aún bajo el deficiente ojo diplomático de Trump.
"En una guerra comercial, incluso los ganadores pueden ser perdedores", señaló Marcos Jank, un experto brasileño en agronegocios
Gracias a la demanda china, las exportaciones de soja de Brasil aumentaron casi un 137 % en el año hasta noviembre, según Bloomberg. E incluso si China baja su arancel del 25% a la soja estadounidense, la mayoría de los compradores asiáticos ya cerraron sus contratos con los proveedores sudamericanos para los próximos meses.
Pero como las batallas comerciales cortan en ambos sentidos, la ganancia inesperada podría ser esquiva. Tenga en cuenta que la repentina bendición para los vendedores latinoamericanos de soja ha sido la pesadilla de sus exportadores de carne, que se han visto obligados a engordar su ganado con grano para pienso más caro. Agregue la tregua del G20, que una vez más podría favorecer a los proveedores norteamericanos, y la próxima abundante cosecha brasileña, que reducirá la prima de sus granos, y que la ventaja comercial colateral de América Latina "parece estar desapareciendo", proyectó Bloomberg News el lunes. "En una guerra comercial, incluso los ganadores pueden ser perdedores", señaló Marcos Jank, un experto brasileño en agronegocios de Asia Brazil Agro Alliance.
Dado que los lazos históricos de Brasil con EE.UU. ahora están compitiendo con su nueva, aunque incómoda, dependencia en el capital y los clientes chinos, las apuestas son enormes. "China y EE.UU. son socios críticos, y de maneras críticamente diferentes", señaló Margaret Myers, quien estudia la participación de China en América Latina en el Diálogo Interamericano. "El problema es que la guerra comercial no se trata solo de comercio. Esta también es la trampa de Tucídides en juego, donde los dos poderes económicos luchan para promover diferentes modelos de desarrollo".
El desafío para Brasil, como para sus vecinos, es seleccionar las batallas correctas sin elegir un bando. "Tomar partido por EE.UU. es peligroso y podría alejarnos de China, que compra el 30% de nuestras exportaciones agrícolas, mientras que EE.UU. compra solo el 10 por ciento", señaló Jank.
Esos números deberían desalentar la conversación precipitada, como el anuncio inspirado en Trump de Bolsonaro de trasladar la embajada de Brasil en Israel desde Tel Aviv a Jerusalén, una sugerencia que irritó a muchos clientes y aliados de Oriente Medio. "Jerusalén no es nuestra batalla", dijo Jank.
Un obstáculo es el complicado sistema tributario de Brasil, que estrangula a las empresas. Mientras que la legislación fiscal supuestamente exime las exportaciones, "en realidad eso no sucede, porque el déficit fiscal está fuera de control”, señala un experto.
La espinosa agenda ambiental sin duda lo es. Aunque la destrucción de la selva tropical ha aumentado este año, el reciente historial del gobierno en la reducción de la tala junto con su éxito a largo plazo en la destilación de azúcar para producir combustible de combustión limpia le ha otorgado a Brasil su prestigio verde. "Nos hemos convertido en un actor global en el medio ambiente", dijo Jank. Abandonar el Acuerdo de París sobre el cambio climático, como Bolsonaro ha amenazado hacerlo, "significaría que renunciamos a ese logro, y eso podría ser peligroso para la reputación de Brasil y nuestras marcas", señaló.
Quizás la mejor manera de sobrevivir a una guerra comercial sería diversificar la economía. Brasil hasta ahora ha prosperado satisfaciendo la demanda china de materias primas, pero eso fue lo que ocurrió en el siglo pasado. Afortunadamente, la economía evolutiva de China ofrece una oportunidad para el reequilibrio económico. "El creciente poder adquisitivo del consumidor chino requerirá una fuente confiable de importaciones que vaya más allá de los recursos naturales", concluyó recientemente The Economist Intelligence Unit. De ahí las ambiciones de Pekín de desplegar su iniciativa del “Cinturón y la Ruta de la Seda” en América, con enormes inversiones en infraestructura, logística, fabricación y tecnología.
Esa iniciativa es bienvenida, pero no le dará a Brasil un pase rápido al consumidor chino emergente. Al igual que Brasil ha aumentado su apuesta vendiendo carne envasada, azúcar y otros productos agrícolas industrializados, "este año hemos visto una explosión en las medidas antidumping, aranceles y salvaguardias de China a los bienes agrícolas con valor agregado”, dijo Jank. Para preservar los beneficios del comercio de mayor nivel, Brasil necesita librar una guerra de política propia contra los residuos, la ineficiencia, el estancamiento de la productividad y el letargo burocrático.
"Más del 90 por ciento de nuestros productos se envían por camión a través de carreteras", señaló Mauro Laviola, vicepresidente de la Asociación Brasileña de Comercio Exterior. "Eso es ineficiente y enormemente caro”. Sin una mejor infraestructura, una mejora tecnológica y mayor inversión en investigación y desarrollo, la productividad brasileña podría caer hasta un 45 por ciento para el 2030, según McKinsey.
Otro obstáculo es el complicado sistema tributario de Brasil, que estrangula a las empresas. Mientras que la legislación fiscal supuestamente exime las exportaciones, "en realidad eso no sucede, porque el déficit fiscal está fuera de control”, señaló Laviola. "Contando los gravámenes a los bienes intermedios, pagamos del 6 al 15 por ciento del valor de las exportaciones, y el reembolso de esos impuestos es insignificante".
Una diversificación comercial también ayudaría. Mientras que Brasil tradicionalmente ha dependido de las instituciones multilaterales, tales como el tribunal de resolución de conflictos de la Organización Mundial del Comercio, también necesita nuevos socios estratégicos y acuerdos bilaterales. “El Mercosur no ha ido a ninguna parte. Nosotros complacimos a los aliados disfuncionales, como Venezuela, y nos distanciamos de EE.UU. por razones ideológicas", advirtió Jank. "No hemos tenido una verdadera política comercial en los últimos 20 años".
Hay una manera de sobrevivir a la creciente agitación comercial, pero se necesitan reformas en casa, una base económica más amplia y alianzas más inteligentes sin tener favoritismos. “Cualquier forma de diversificación es útil", señaló Myers. “A las economías más diversas les va mejor en tiempos difíciles".
¿Cómo manejar la complicada relación con China? "El próximo gobierno brasileño debe enviar un representante a Pekín para reunirse con el ministro de Agricultura, funcionarios de aduanas y compradores públicos”, consideró Andre Nassar, presidente de la Asociación Brasileña de Industrias de Aceites Vegetales (Abiove). "Eso enviaría una señal positiva de que queremos fortalecer los lazos y reafirmar nuestra agenda comercial. Lo haría ahora mismo".
¿En cuanto a los beneficios de ser el mejor amigo latino de Washington? Solo mire a Colombia, que una vez fue el aliado más cercano de EE.UU. en el hemisferio. Trump canceló dos visitas y amenazó con quitarle las credenciales por el narcotráfico. O Argentina, donde el fin de semana pasado dejó al presidente Mauricio Macri, un antiguo amigo de su familia, solo en un escenario vacío.
Esa es una escena que Bolsonaro de Brasil debería tener en cuenta ahora que los grandes poderes se han ido a casa.
* Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.