La dudosa elección en Zimbabue es una nueva prueba de que en el mundo moderno las elecciones tienen que ver cada vez menos con la democracia. El líder en ejercicio, Emmerson Mnangagwa, fue declarado ganador el viernes y su partido, ZANU-PF, obtuvo una mayoría constitucional en el Parlamento. El resultado manipulado es la norma global más que una excepción.
Zimbabue fue un importante caso de sienta precedente para la democratización a través de las elecciones dado su historia poscolonial. Robert Mugabe, que gobernó el país durante más de 37 años, pasó de ser un reverenciado líder de la liberación nacional a un dictador decidido a conservar el poder hasta su muerte. Tenía 93 años cuando Mnangagwa, su favorito para la sucesión, lo depuso en un golpe militar el año pasado.
A pesar de la historia de violencia e intriga de Mnangagwa (se había desempeñado como jefe de las Fuerzas de Defensa de Mugabe, formando lazos dentro del Ejército que luego lo ayudaron a tomar el poder), algunos analistas occidentales estaban dispuestos a darle el beneficio de la duda. Esperaban que se convirtiera en un líder más pragmático y menos ideológico que Mugabe, con una postura seria sobre la reconstrucción de una economía destrozada por experimentos monetarios ignorantes, expropiaciones y corrupción masiva.
Además, Mnangagwa prometió celebrar unas elecciones creíbles, e incluso así pareció, luego que Nelson Chamisa, un abogado de 40 años y predicador líder del opositor Movimiento para el Cambio Democrático, propusiera un considerable desafío en las ciudades de Zimbabue.
Pero cualquier expectativa de democratización debería haber muerto mucho antes de que Mnangagwa fuera declarado ganador. A pesar de los trucos de moda como el registro biométrico de votantes, esta fue una típica campaña electoral autoritaria en la que observadores internacionales señalaron la coacción electoral, el uso de recursos del gobierno para comprar votos, el control de los medios por parte del partido gobernante y la falta de transparencia por parte de la comisión electoral.
Mientras se contaban los votos, algunos colegios electorales daban a conocer los resultados y otros no. Chamisa, quien declaró la victoria prematuramente antes de que se realizara ningún recuento oficial, sostiene que le robaron las elecciones. Mnangagwa desplegó al ejército contra los partidarios de Chamisa para aniquilar cualquier ilusión de que el resultado pudiera ser impugnado. Varias personas murieron en las manifestaciones.
Mnangagwa terminó con el 50,8 por ciento del conteo oficial, mientras que a Chamisa se le acreditó el 44,3 por ciento, pero, como en todo este tipo de elecciones, las cifras realmente no importan. En este caso, se supone que deben demostrar que las elecciones se celebraron y terminaron con un estrecho resultado, y se ganaron en forma justa, para que las instituciones financieras internacionales tengan menos dudas sobre la legitimidad de Mnangagwa. Puede o no funcionar dependiendo de las señales de política económica que envíe Mnangagwa. No ser tan imprudente como Mugabe es probablemente el umbral de suficiencia para alguna inversión o ayuda financiera; la democratización sería demasiado pedir.
El patrón de elección de Zimbabue es típico de lo que se conoce en la literatura académica como "autoritarismo competitivo". Rusia y Turquía recientemente celebraron elecciones similares, solo que sin violencia mortal en la fase final. En su Informe sobre el desarrollo mundial de 2017, el Banco Mundial publicó un revelador gráfico que muestra un crecimiento explosivo en el número de democracias electorales desde la década de 1980, pero una disminución similarmente pronunciada en el número de elecciones libres y justas. "Aunque se convirtieron en el mecanismo más común para elegir autoridades en todo el mundo, las elecciones se perciben cada vez más como imparciales", según el informe.
Los datos sobre la disminución de la imparcialidad electoral provienen de un estudio de 2014 realizado por Sylvia Bishop y Anke Hoeffler, de la Universidad de Oxford, que mostró que solo 14 países en el mundo no celebraron elecciones en la década anterior, pero que solo alrededor de la mitad de todas las elecciones celebradas podrían considerarse libres e imparciales.
Los regímenes autoritarios, escribieron Bishop y Hoeffler, celebran elecciones para ganar puntos de propaganda por supuesta legitimidad, para recopilar información sobre aliados, votantes y adversarios, para proyectar el poder y para demostrar que son "a prueba de golpes" ante los ojos de los militares. Una señal para los inversionistas y donantes, algo especialmente importante para Mnangagwa, también es un motivo generalizado: por eso a los regímenes autoritarios a menudo no les importa la presencia de observadores internacionales, que tienden a criticar algunos aspectos de lo que ven, pero casi siempre alaban algunos otros.
A pesar de que las elecciones en Zimbabue fueron obviamente defectuosas, haberla celebrado bien puede dar sus frutos a Mnangagwa porque el relativismo está muy extendido entre los inversionistas. Christopher Dielmann, economista sénior de Exotix Capital, banco de inversión con sede en Londres especializado en mercados emergentes, comentó:
Ahora que las elecciones quedaron atrás, la pregunta de los inversionistas será si Zimbabue ahora puede centrarse en la reconstrucción de la economía, la interacción con la comunidad internacional y, finalmente, encontrar una manera de lograr el alivio de la deuda. Las inquietudes de la oposición –especialmente el estrecho margen de victoria que impide una segunda vuelta– y la violencia de los últimos días se sopesarán contra una reducción general de la violencia a lo largo de la campaña y las elecciones, y un mayor grado de transparencia de lo que hemos visto en el pasado. Sin embargo, en muchos sentidos, esta elección imperfecta proporcionó suficiente transparencia, especialmente en relación con los resultados del pasado en el país, que debería permitir que la reincorporación se produzca con relativa facilidad.
En un estudio de 2011, la politóloga Daniela Donno argumentó a Bloomberg que las elecciones solo pueden conducir a la democratización en un régimen autoritario cuando hay una presión combinada nacional e internacional. Chamisa y sus partidarios ejercieron una fuerte presión interna sobre el ZANU-PF, pero no hay actores internacionales fuertes y lo suficientemente decididos como para proporcionar el otro elemento necesario. Estados Unidos y la Unión Europea están ocupados en otros asuntos. La democracia de la vecina Sudáfrica ha tambaleado recientemente a medida que su gobierno se hacía más parecido a Zimbabue el mandato del bajo el presidente Jacob Zuma, quien finalmente fue forzado a renunciar a principios de este año.
En un mundo gobernado en gran parte por regímenes autoritarios con diferentes grados de competitividad, Zimbabue, después de décadas de dominio del ZANU-PF, no se iba a convertir repentinamente en un ejemplo de democratización.
El patrón visto allí y en otras partes del mundo debería significar algo para el futuro de las elecciones. Para que vuelvan a tener sentido, lo que se necesita es un amplio consenso internacional a nivel de las Naciones Unidas sobre normas precisas para declarar una elección libre e imparcial. Un organismo internacional debería estar facultado para observar las elecciones y emitir fallos que serían vinculantes para las instituciones financieras internacionales, tan importantes para las inversiones institucionales como las calificaciones crediticias. Sin embargo, sería utópico esperar que los regímenes autoritarios, incluidos los del Consejo de Seguridad de la ONU, permitan alguna medida en esta dirección.