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Pandemia de coronavirus

Los niños podrían ser víctimas silenciosas del coronavirus

Unos 1.400 millones de niños viven actualmente en áreas donde las escuelas han estado total o parcialmente cerradas, desde el sur de California hasta zonas rurales de India.

Cuarentena flexibilizada en diferentes países del mundo
Cuarentena flexibilizada en Noruega | AFP y DPA

Muchos padres sintieron una profunda sensación de alivio cuando los análisis del coronavirus concluyeron que los niños rara vez presentan síntomas y, en general, no corren mucho riesgo. Desafortunadamente, eso no significa que no les afecte la pandemia global. Todos los padres ya conocen los riesgos cotidianos del brote de COVID-19: los parques de juegos están cerrados, la interacción social es limitada y el tiempo frente a las pantallas es demasiado tentador. Pero es probable que los efectos más importantes de esta crisis provengan de dos áreas: la salud y la educación.

Los desastres naturales tienden a ser especialmente perjudiciales para la salud de los niños: interrumpen los servicios médicos básicos de los que dependen las madres y los niños pequeños; y generalmente desvían recursos cruciales a necesidades más inmediatas. Las medidas destinadas a proteger al personal de la salud y a la población en general también se pueden traducir en que los médicos no puedan o no quieran tener contacto con los pacientes, ya sea para realizar un examen físico o administrar una inyección.

Para los niños, eso puede tener consecuencias duraderas. En el pico de la epidemia de ébola, que se propagó por África occidental en 2014, los partos en instituciones –medida crucial para reducir la mortalidad materna– disminuyeron en 37% frente al año anterior. Las consultas prenatales, que han demostrado mejorar la salud física y mental a largo plazo de los niños, disminuyeron en 40%.

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Peor aún, las tasas de vacunación disminuyeron bruscamente. En 2013, antes del brote, un nivel aún muy bajo de 73% de los niños liberianos menores de un año estaba vacunado. Entre julio y septiembre de 2014, esa cifra cayó a 36%. Las tasas de vacunación contra el sarampión solo se contrajeron en 45%. Esta caída creó una gran “brecha de inmunidad” que permitió que la enfermedad se propagara más fácilmente. Las consecuencias persistieron: de 2016 a 2017, 49% de los 2.954 casos sospechosos de sarampión en Liberia correspondió a niños menores de cinco años.

Con toda probabilidad, el actual brote tendrá efectos similares. A fines de marzo, la Organización Mundial de la Salud pidió que se suspendieran los programas preventivos de vacunación masiva en todo el mundo para permitir el cumplimiento de las órdenes de distanciamiento social. Aunque esta fue probablemente la decisión correcta, incluso expertos en salud pública que apoyaron la decisión reconocieron que esto contribuirá a un aumento de enfermedades que podría durar años.

Otra preocupante inquietud, tanto para los padres como para todo el mundo, es que unos 1.400 millones de niños viven actualmente en áreas donde las escuelas han estado total o parcialmente cerradas, desde el sur de California hasta zonas rurales de India. La mayor parte de esos niños no saben cuándo podrán regresar. Cuando las escuelas en Liberia, Guinea y Sierra Leona se cerraron para reducir la propagación del ébola, los estudiantes perdieron hasta 1.848 horas de educación.

Una importante entidad de investigación sugiere que una ausencia tan prolongada a la escuela puede ser negativa tanto en términos de educación como de desarrollo, y especialmente perjudicial para los estudiantes de bajos recursos. Muchos frustrados padres están descubriendo que los programas de aprendizaje a distancia pueden ser ineficaces, incluso en circunstancias ideales.

En los hogares más pobres, donde existe una menor probabilidad de que los padres puedan trabajar desde casa, los problemas pueden ser severos. Especialmente en regiones en desarrollo, las niñas, particularmente, corren el riesgo de no reanudar su educación debido al aumento de la pobreza, las responsabilidades domésticas y las tasas de embarazo durante la pandemia. Incluso cuando las escuelas vuelvan a abrir, el virus puede representar una amenaza durante meses o años en el futuro.

Mitigar todos estos efectos nocivos será un desafío inmenso. Después de la epidemia de ébola, agencias y gobiernos de todo el mundo contribuyeron a un nuevo programa de vacunación en cuanto fue seguro hacerlo. Eso no será barato ni fácil a nivel mundial. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud, a pesar de sus recientes problemas, sigue siendo el organismo adecuado para coordinar dicha campaña, y tanto la planificación como la financiación deberían comenzar de inmediato. Los gobiernos también deberían priorizar los servicios maternales y prenatales durante la pandemia.

Por su parte, las escuelas deben esforzarse por mantener la mayor continuidad posible con los estudiantes. El primer paso debe ser un esfuerzo concertado para pagar y retener a los maestros durante la crisis; ellos serán clave para reabrir las escuelas rápidamente, y podrían proporcionar una estabilidad muy necesaria para los estudiantes que han perdido su sentido de la rutina o incluso la seguridad. Finalmente, la planificación debe comenzar ahora con evaluaciones y planes de estudios acelerados diseñados para ayudar a los estudiantes a ponerse al día y revisar lo que estaban aprendiendo antes de la pandemia.

Pasos modestos como estos no conducirán a curas o tratamientos para el coronavirus, pero podrían ayudar a garantizar que su efecto en las generaciones futuras no sea innecesariamente destructivo.