México está solo en medio de los 14 países del Grupo de Lima, al no reconocer a Juan Guaidó, líder de la Asamblea Nacional, como presidente interino de Venezuela. Duplicó su apoyo tácito al presidente Nicolás Maduro cuando rechazó unirse al llamado conjunto de España, Francia, Reino Unido, Países Bajos y otras naciones de la Unión Europea, al igual que países de izquierda como Ecuador, Costa Rica y Uruguay, que instaba a realizar una transición pacífica a través de nuevas elecciones transparentes. En lugar de unirse a cerca de 50 países democráticos, México se ha alineado con un grupo autocrático compuesto por países como Cuba, Rusia, China y Turquía, presentando débiles llamados al diálogo parecidos a los que ya han fallado muchas veces en el pasado.
El cambio radical de México hacia Venezuela ha sorprendido a muchos. No es solo que Andrés Manuel López Obrador, coloquialmente conocido como AMLO, haya rechazado la posición de la anterior administración. Esto ha sucedido en muchos escenarios políticos. Fue el hecho que desdeñara un consenso regional y hasta global en contra del régimen de Maduro, y que evitara la opinión pública nacional. La posición cruel de AMLO frente a la situación política de su vecino suramericano reducirá su fuerza política en casa y en el exterior.
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Apenas semanas después de que AMLO se posesionara, estalló la deplorable situación en Venezuela. Las elecciones arregladas de mayo no fueron reconocidas por muchos dentro y fuera del país. Así, la oposición se unió alrededor de la cabeza de la Asamblea Nacional para que tomara la dirección y pidiera nuevas elecciones. Casi todo Latinoamérica, Canadá, EE.UU. y Europa apoyaron el llamado.
En contraste, México desempolvó la "doctrina Estrada", nombrada en honor al secretario de Relaciones Exteriores de 1930 quien estaba determinado a no inmiscuirse en los asuntos de los gobiernos extranjeros (con la esperanza que le pudieran devolver el favor). Nació de una mentalidad aislacionista, un modelo de desarrollo económico introspectivo y una fuerte sospecha hacia EE.UU. Fue la base de la diplomacia mexicana durante las dictaduras de los años 1970 y luego la doctrina perdió peso a medida que México se democratizó y se integró más económicamente en el mundo. Sin embargo, AMLO ha recordado la doctrina y declara que apoyar nuevas elecciones equivaldría a una "interferencia" ilegal en Venezuela.
Esta retrógrada posición de política extranjera va en contra de la opinión pública nacional. Si bien los mexicanos se preocupan principalmente por su día a día (seguridad, corrupción y trabajo), cuando se les pregunta acerca de Venezuela, más de la mitad no desea que su gobierno reconozca al régimen de Maduro.
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AMLO y su secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, seguro sabían que su posición no sería bien recibida al norte. La posición anti Maduro en Washington inició bajo la presidencia de Obama, quien aplicó sanciones individuales contra miembros del régimen, y luego continuó bajo la administración de Trump.
Para explicar el camino solitario de AMLO (al menos entre las democracias del mundo), uno no tiene que caer en teorías de conspiración sobre la financiación de su campaña presidencial por parte de Venezuela, como supuestamente lo hizo para la argentina Cristina Kirchner en 2007. Basta con la victoria de la ideología sobre el pragmatismo.
Muchos de los leales al Partido Morena de AMLO son chavistas de corazón desde hace mucho tiempo. Yeidckol Polevnsky, la cabeza de su partido, ha proclamado durante mucho tiempo su admiración por el líder venezolano. El asesor de política exterior John Ackerman ha argumentado que la Venezuela de Maduro es más democrática que México. Y Paco Ignacio Taibo II, ahora director del Fondo de Cultura Económica de México, opina sobre las virtudes de Venezuela.
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Aquellos que buscan una explicación pragmática en lugar de dogmática podrían argumentar que, al mantenerse "neutral", México puede ayudar a lograr una resolución futura, convirtiéndose en un agente de paz como lo hizo una vez durante las guerras centroamericanas de los 80 como líder dentro del grupo Contadora.
Sin embargo, esta vez México permanece aislado (como lo estuvo entonces EE.UU.), obstaculizando un consenso regional que promueve una transición pacífica.
El hecho es que México no tiene la influencia financiera o de inteligencia que tienen Rusia, China o Cuba para marcar una diferencia en lo que vendrá en Venezuela. Es más probable que la nación sea marginada a medida que se desarrolla el enfrentamiento.
Muchos se han preguntado cuál AMLO gobernará: el alcalde pragmático o la marca de fuego nacionalista. En Venezuela, uno de los mayores problemas de política exterior para el hemisferio occidental, parece que es la segunda opción. Y así México se ve relegado, quedando del lado equivocado de la democracia y la historia.